LA LECCIÓN DE KAPUSCINSKI
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Por Víctor Núñez Jaime
Con admiración y conocimiento, el autor de este texto, un joven periodista, traza la semblanza y recuerda su encuentro con el autor de Viajes con Heródoto. Éste es un homenaje insoslayable para quien siempre quiso “ser humilde y modesto” con los jóvenes.Vestido así, con cierta formalidad, Kapuscinski tiene el aspecto de un niño al que engalanaron el domingo con ropa poco confortable. Ese pantalón y camisa bien fajados y ese saco parecen sofocarlo. Yo creo que él prefiere andar con la camisa arremangada, como cuando viajaba reporteando por el Tercer Mundo.Pero ahora que está frente a nosotros, ante cientos de aprendices de periodista, parece tan tímido, tan carente de cualquier estridencia, tan menudo y gigantesco a la vez, alejado de esas poses en las que aparece fotografiado en la contraportada de sus libros. Sus ojos son tremendos. Pequeños, intensos, electrizantes. Unos ojos que miran y miran y parecen no parpadear, como las estatuas. Aunque ya son unos ojos pálidos. Y sus mejillas se desploman en ese rostro de piel colorada y curtida por el sol. Su cuerpo acusa un viejo cansancio. Unas cuantas arrugas y sus ojeras son fácilmente perceptibles. Tiene cara y cuerpo de gnomo: su escasa cabellera entreverada de canas la tiene erizada. Y sus cejas son luciferinas. Me lo imaginaba mucho más alto. Es el abuelo que todos estos futuros esclavos de la tecla quisiéramos tener.Habla un español casi perfecto. Lo hace tan enfáticamente que deja un punto final enorme flotando en el silencio instalado detrás de él. Ricardo —como le gusta que lo llamen en los países hispanos— emite palabras definitivas, palabras con un peso extraordinario, capaces de captar la atención de todos. Y escucharlo resulta emocionante. ¿Será que, efectivamente, es un “enviado especial de Dios”, como lo denominó John Le Carré? ¿O es esa leyenda de un oficio denso pero hermoso que acarrea sobre sus hombros? ¿O los ecos del pasado entre el fuego y el destrozo adheridos a su cuerpo? ¿O esos detalles almacenados en los pliegues de su memoria periodística?Estamos en la conferencia A la escuela con Kapuœciñski. Este viernes 27 de septiembre de 2002 nos habían citado a las 11 de la mañana en el auditorio más grande de la Facultad, el Ricardo Flores Magón. Pero como en Ciencias Polacas todo puede suceder, resulta que ayer se tronaron unos transformadores y nos quedamos sin energía eléctrica.—¡Chingada madre, tenía que ser precisamente hoy!...Pronto se empezó a correr la voz:—Que lo del Kapu va ser en la Coordinación de Humanidades, acá atrás, en los pitufos...Pero el auditorio de Humanidades apenas tiene capacidad para unas 200 personas. ¡Y somos más de mil!Mientras unos técnicos sacan al jardín unas bocinas para que escuchen los que no alcancen a entrar, todos los que podemos abarrotamos el auditorio, el lobby y los pasillos. De repente, silencio. Lourdes Romero, una de nuestras maestras decanas, empieza a leer un texto para presentar al reportero polaco y periodista universal. Apenas unos minutos después, entra por una puerta lateral Fernando Pérez Correa, el director. Interrumpe a la profesora:—Vamos a retrasar el evento un ratito más. Es que estamos instalando un circuito cerrado en Filológicas, contiguo a este auditorio, para que más compañeros tengan oportunidad de escuchar al maestro.Mientras tanto, Kapuscinski, armado de paciencia y tolerancia, se dispone a esperar. Y hasta su mesa empiezan a llegar varios papelitos con preguntas de los estudiantes.Unos 15 minutos después, la clase masiva comienza. Su charla se basa en las inquietudes de los alumnos, los mismos que apuntamos, de manera casi religiosa, las lecciones del maestro en nuestros cuadernos.—El sentido de ser periodista es construir entendimiento mutuo entre la gente. Trabajar a favor de la creación de la comunicación.—Se necesitan cinco cosas para ser un buen periodista: 1) Hacer el trabajo en serio. 2) Hacerlo con responsabilidad. 3) Ser humanista. 4) Estudiar permanentemente. 5) Respetar a los otros.Este autor de reportajes de temas duraderos parece ofrecernos un “epílogo en vivo” del libro que trae bajo el brazo: Los cínicos no sirven para este oficio. Acercándose al micrófono dice:—Periodista es ser humano. Periodista es el hombre que es curioso por nacimiento. Puede ser provechoso o peligroso, depende cómo ejerza.—El sentido de la noticia ha cambiado. Antes se preguntaba: ¿esta noticia es verdadera? Y hoy se dice: ¿es interesante, vende? Ahora las grandes empresas de comunicación están en manos de empresarios que no son periodistas, personas a las que sólo les interesa las ganancias.El reportero aventurero también es analista internacional y predice lo que veríamos cristalizado en la primavera de 2003:—La próxima guerra en Irak se puede entender porque Estados Unidos se ha fijado en los países con grandes reservas de petróleo. Y las reservas de Medio Oriente están en peligro por la presencia norteamericana.Luego va más allá:—Cada guerra se empieza con un cambio de idioma y tiene que ser preparada mental y emocionalmente. Los medios preparan la guerra con su bombardeo de información.Finalmente cuenta cómo han surgido sus libros:—Yo escribía todo lo que veía. Pero no cabía todo eso en los cables que debía enviar a mi agencia. Entonces, mientras mis colegas se iban al bar a tomar whisky, yo me encerraba a trabajar las notas para luego convertirlas en libros.Comienzan los aplausos, y enseguida empieza a formarse una enorme fila bajo la mesa donde está Kapuscinski. Son decenas de estudiantes deseosos de obtener una dedicatoria en los libros del maestro. Y el polaco se coloca unos anteojos y con una sonrisa firma todos los libros que le acercan. Todos. Y se tarda casi dos horas.Yo tengo que esperar pacientemente, pero también con mucha emoción y algunos nervios, porque he acordado, gracias a la mediación de la jefa de prensa de la editorial Anagrama, una entrevista con el maestro.Mientras tanto, repaso mis notas.IIRyszard Kapuscinski nació en un lugar que ya no es: la ciudad polaca Pinsk, ahora la ciudad bielorrusa de Pinsk. Nació entre pobreza y guerra, arrullado por la miseria y las bombas. Era 1932. Todos sus años de infancia y primera adolescencia transcurrieron en medio de la guerra. “De ahí que me pareciese que no era la paz, sino la guerra el estado natural del universo, el único posible, la única forma de existencia. Yo no sabía qué era la paz”, escribiría muchos años después, al reflexionar sobre esas situaciones límite que fueron su mejor escuela para soportar lo que vendría en su carrera.A los doce años no había leído un solo libro. Fue hasta 1945, al trasladarse a Varsovia, cuando fue a la escuela y empezó a leer. Le fascinaba el futbol y era el portero del equipo escolar. El soccer era su vocación más apasionada hasta que un día, bajo el influjo de Maiakovski, escribió un poema, lo envió a un periódico y éste lo publicó. Esos versos lo introdujeron al periodismo. Cuando se creó el diario El estandarte de la Juventud lo invitaron a trabajar. Esperó a terminar la secundaria. Y al siguiente día de su último examen, lo llevaron al periódico. “Y pensar que había soñado con jugar de portero en la selección nacional de Polonia”, reflexionaría luego el autor de Un día más con vida.Después se fue a trabajar a la Agencia de Prensa Polaca y le dijeron que sería corresponsal. Pero como la agencia no se podía permitir el lujo de tener varios reporteros, le asignaron a Kapuscinski todo el continente africano, 50 países. Éste fue el inicio de su larga vida como nómada infatigable y testigo e intérprete de un siglo en llamas. Después de todo, era un periodista sin competencia. Sus colegas se peleaban por ser corresponsales en París, Nueva York, Madrid o Roma y no les importaban África ni Asia ni América Latina.Kapu iba de guerra en guerra, de catástrofe en crisis, de sequía en alzamiento, pasando hambre y calor y a veces bebiendo agua sucia. Pero lo peor para él consistía en toparse con soldados niños. Y aferrado a los detalles reveladores, todo lo observaba y lo registraba en su memoria y algunas cosas en su libreta o en su cámara fotográfica, pero nunca en la grabadora. Escribía sobre la guerra pero soñaba con la paz.Y así, cual vagabundo de las regiones, aprendía a leer y a traducir culturas al tiempo que presenciaba, una a una, 27 revoluciones, 12 guerras, tantas historias. Pero el periodismo “pobre y formal” que enviaba en los cables exigidos por su agencia le impedía difundir plenamente el mundo rico, colorido y diferente por donde viajaba. Entonces, con todo el material que le sobraba o se autocensuraba, por temor a que los regímenes locales lo echaran de los escenarios donde se producían los acontecimientos, empezó a escribir sus libros, ahora modelos del periodismo profundo.En más de 40 años como pasajero de la actualidad, varios fueron los peligros a los que se enfrentó. Estuvo cuatro veces frente al pelotón de fusilamiento. También al borde de la muerte a causa de la malaria, aunque le suplicó a un médico hindú que lo curara en secreto para que no se enteraran en Polonia y no le quitaran la corresponsalía en África. Lo encarcelaron en Kabul, Afganistán, por llevar visa. En 1966, durante la guerra civil de Nigeria, lo secuestraron unos jóvenes activistas en tierras yorubas:—Sentí el filo de tres cuchillos en la espalda y vi varios machetes que amenazaban mi cabeza... Esto es África, estoy en África. Ellos no saben que no soy su enemigo, sólo están convencidos de que soy blanco, y el único blanco que conocen es el colonialista que los ha humillado y a quien ahora quieren darle en el hocico.Kapuscinski no frecuentaba a los poderosos, por mucho que lo llamaran. Prefería dormir en las chozas africanas llenas de mosquitos o cucarachas para sentir de verdad lo que sienten los marginados. Descartados tenía el Hilton y el Sheraton. Rompía así la costumbre de escribir acerca de los pobres desde un hotel confortable.“Ser periodista —escribió en Lapidarium— implica sacrificar la vida misma. Es un oficio que conduce a la soledad, que afecta a la salud. Es como la vida del misionero, que también visita otros pueblos y trata de entenderlos”.En una entrevista publicada en 2003 por el diario El Mundo, Tim Adams le pregunta a Kapuscinski:—¿Ha podido construir una vida normal tras esos años?—No. Mi hogar está en mis libros.—También con su mujer y su hija, ¿nunca le dijeron “ya basta”?—Nunca, afortunadamente. Mi mujer siempre ha sabido lo importante que era para mí. Y ésta es una vida que no puedes planificar. He estado en lugares donde sólo había un mapa en todo el país, y estaba roto. Tu vida se convierte en una terrible pérdida de tiempo. Y en todo ese tiempo en que estás esperando un camión o un autobús —días, semanas— lo único que puedes hacer es ser como una piedra. Tienes que aprender a no preocuparte. Y no hay mucha gente preparada para eso.Kapuscinski también estuvo en América Latina. Primero en Chile y luego su base era México. De nuevo, a falta de recursos económicos de su agencia, se encargaba de toda la región. Pero siempre tenía la disposición para envolverse en un mosaico de realidades, de crudezas, de miserias. Un día, conversaba en el Distrito Federal con su amigo Luis Suárez, uno de los principales reporteros de la revista Siempre!, acerca de América Latina. Suárez, después de leer en el periódico la crónica sobre el partido de futbol entre Honduras y El Salvador, en espera de la clasificación para el mundial México 70, le advirtió a Kapuscinski que se avecinaba una guerra. El polaco siempre confiaba en la buena intuición del mexicano y decidió viajar a Tegucigalpa. Así, fue el primer reportero en anunciar al mundo la nueva guerra centroamericana.Kapu vivió algo irrepetible: la descolonización, el surgimiento de las naciones independientes del Tercer Mundo. Y esa experiencia le sirvió para hablar fluidamente siete idiomas y escribir una veintena de libros, bibliografía básica en las escuelas de periodismo, y en sí mismos toda una “reflexión antropológico-histórico-sociológico-filosófica” del mundo contemporáneo.“Cuando empecé a viajar por nuestro planeta como corresponsal extranjero encontré un lazo emocional con las situaciones de pobreza en los llamados países del Tercer Mundo. Era como regresar a los escenarios de mi niñez. De ahí nace mi interés por estos países. Por eso me interesan los temas que tocan la pobreza y lo que produce: conflictos, guerras, odios”, explicaba el maestro acerca de su trabajo.En una consulta realizada por la revista mensual Press fue distinguido con el título de “Periodista del siglo”. Pero ya antes era considerado el mejor reportero de la historia contemporánea, comparado con el primer cronista de la historia de la humanidad: Heródoto. Como el historiador griego, el reportero polaco ha difundido costumbres, leyendas, historias conflictivas y tradiciones de diferentes pueblos del mundo, desconocidos para muchos. Como el autor de Historias, el escritor de El Sha ha sido testigo de varias guerras y revoluciones. Uno y otro fueron agudos observadores permanentes en sus viajes constantes. Ambos poseyeron un estilo franco, lúcido y anecdótico. Sus obras expresan los resultados de sus arduas investigaciones, para rescatar del olvido acontecimientos claves de nuestra historia.Este periodista-humanista, escritor-investigador, reportero-viajero, historiador-antropólogo-ensayista, visitante de los sitios neurálgicos, maestro... entendió al periodismo como profesión y misión, como manera de vivir y de pensar, como apostolado y magisterio. Dejaba su casa y su estudio, repleto de libros de filosofía, historia y poesía, ubicado en el número 11 de la calle Prokuratorska, en el barrio de Srodmiescie en Varsovia, para impartir talleres y contribuir así a la formación de los periodistas. Además de visitar prestigiadas universidades, y gracias a la Fundación de García Márquez, impartió cursos en Ciudad de México, Buenos Aires y Caracas.Fue en 2001 cuando durante una semana en la capital mexicana compartió sus conocimientos sobre la crónica. Cuentan que una mañana llegó García Márquez y se sentó entre los alumnos. Entonces Kapuscinski le dijo:—Por favor, Gabo, cuéntanos tu experiencia.—No, yo estoy acá para aprender —respondió el Nobel colombiano.Maestro de la descripción y la narración, con rigor y creatividad, logró que el reportaje se igualara a la mejor literatura. Por eso, admirado por escritores como García Márquez, John Updike y Salman Rushdie, fue candidateado varias veces para el Nobel de Literatura. No por novelas, sino por retratar el mundo. “Necesito de la poesía como un ejercicio de la lengua; no puedo renunciar a ella. La poesía exige profunda concentración en la lengua, un esfuerzo que beneficia a la prosa. La prosa debe tener música, y la poseía marca el ritmo... Escribo poesía, pero nunca he tratado de escribir novelas porque no tengo ese tipo de talento... Soy un pobre reportero que, desgraciadamente, carece de la imaginación de un escritor de ficción”, decía.Se quedó con mucho material guardado para escribir. Nunca cedió a las presiones de los editores que le ofrecían jugosos adelantos para que les diera un libro tras otro. Prefería escribir su propio ritmo. “Para escribir una cuartilla —decía— necesito haber leído antes por lo menos 100”.Desde hace algunos años, Kapuscinski se levantaba a las 5:30 de la mañana. Dedicaba mucho tiempo a la lectura y luego escribía. Sentía que tenía muchas cosas que contar porque había viajado demasiado en comparación con lo que había escrito. Jamás utilizó internet. Decía que él no buscaba información, que le interesaban las ideas, el pensamiento o las reflexiones. Y cuando le hacía falta un dato, consultaba la enciclopedia o el diccionario.Sus dos facetas poco conocidas son las de fotógrafo y poeta. Varios de sus libros tienen en la portada fotografías que él mismo tomó. También montó varias exposiciones con su material gráfico y hay un libro que reúne una muestra representativa de sus imágenes: Desde África (Altair, 2001). Como poeta, tuvo éxito en Europa con un libro todavía no traducido al español: Bloc de notas (1986). Ahí puede apreciarse que su poesía es periodística, pues cada poema bien podría ser una pequeña crónica:Gente en la parada del autobúsen la calle WolskaPobrezapobreza al caer la nochepobreza borracha.Por quéEl mundoPasó volando a mi ladoTan de prisaNo se dejó retenerAcercárseleTratar de túLanzado a la carreraUn punto que se desvaneceEn fuego y humo.IIIKapuscinski termina de firmar libros. Deja la pluma sobre la mesa y se levanta de su silla para retirarse. Sale acompañado de algunas profesoras y alumnos.Enciendo la grabadora y le pregunto si ya podemos platicar. Es para el periódico Humanidades, de esta Universidad, la UNAM.—Sí, ahora mismo. Dígame —responde.Y de pronto, tras esa respuesta, parece que los nervios me van a traicionar. Tengo frente a mí al personaje por el que un día decidí que iba a ser periodista. Pero reacciono rápido, más me vale.—¿Se considera traductor de las realidades del Tercer Mundo?—Ése es mi deseo: hablar y escribir sobre las realidades del Tercer Mundo que son poco conocidas en los países desarrollados o ricos. Me identifico con los humillados y ofendidos; entre ellos me encuentro a mí mismo. Y deseo que mi voz sirva para hablar de sus intereses.Al ser interrogado sobre los obstáculos a los que se ha enfrentado en la guerra para brindar información a la opinión pública, Kapuscinski responde:—Sólo me he enfrentado a problemas que dicen que no les interesa a las grandes redes de información y no quieren divulgar ciertos acontecimientos como los que yo he dado a conocer, por temor o complicidad, porque son cosas que acusan a los países desarrollados, a los abusos de sus gobiernos.—¿Cuáles han sido los peligros a los que se ha enfrentado?, ¿amenazas, acosamiento?...—¿Cómo?, aah... ¿qué es acosamiento? —pregunta a la jefa de prensa de Anagrama.—Persecución —le responden.—No, no tanto. Hay casos individuales. Pero lo peor es la marginalización de la problemática, el silencio de esa problemática: que te impidan acceder a las fuentes de información.Para entonces ya se ha formado un círculo de personas a nuestro alrededor. Curiosos que desean escuchar más opiniones del maestro.—¿En qué consiste la sensibilidad que debe tener un reportero?—Consiste en su humanismo, en su corazón, en su actitud frente al otro que encontramos en nuestro trabajo, sobre la gente de la que queremos escribir, que son seres humanos como nosotros, a los que hay que tratar de entender para explicar sus situaciones. También en saber controlar el miedo ante situaciones extremas o en enojarse o indignarse o emocionarse, dependiendo del momento.Los flashes de las cámaras ciegan. Uno tras otro. Una chica morena, de lentes y blusa negra se coloca junta a Kapuscinski, y no importando que éste no voltee a la cámara, la chica pide que accionen el disparador. Otros quieren hacer lo mismo y empujan. Alguien pide que no lo hagan, que tengan respeto, que están entrevistando al maestro. Y el maestro sólo conduce su mirada de un lado a otro y sonríe. El pequeño tumulto se calma. Y yo, presionado, continúo con las preguntas.—¿Cómo ve la recepción de su nuevo libro en México, sobre todo entre los estudiantes de periodismo?—Me gustó mucho y estoy muy agradecido por la atmósfera que se creó aquí, alrededor de mi persona y de este libro. Y no sólo de éste, de los demás también. Sé que tengo varios lectores mexicanos, principalmente jóvenes. Y eso me gusta.—Por lo que conocía hace algunos años y por lo que ha visto en estos días, ¿qué opina de la prensa mexicana?—...Falta siempre, ése es el problema. Pero si se compara con el nivel de la prensa mundial, la prensa mexicana es buena. Hay muy buenos ejemplos. Pero lo más importante es esto: mientras haya buenos lectores, existirán buenos periodistas. Eso es indudable.—Usted vivió en México durante cuatro años, ¿cuándo va a escribir un libro sobre este país?—No lo sé, tengo ganas. Pero mejor no hablo sobre cosas que todavía no escribo.Una mujer empieza a jalonearlo hacia la camioneta en la que ha de irse. Kapuscinski sólo estrecha mi mano y dice gracias. Y se lo llevan… se aleja. Nunca volveré a verlo; lo sé ahora, este martes 23 cuando escucho en la radio la noticia de la muerte del más grande periodista del siglo XX.BreviarioEl magisterio de Kapuscinski (1932-2007) está en sus libros, de los que se han publicado en español: El emperador, El Sha o la desmesura del poder, Lapidarium (en cinco volúmenes), Ébano, Desde África, El Imperio, Los cinco sentidos del periodista, Un día más con vida, El mundo de hoy, Los cínicos no sirven para este oficio y Viajes con Heródoto, todos, con excepción de Los cinco sentidos… (FCE), editados por Anagrama. De esos libros hemos seleccionado las siguientes frases como mínimo muestrario del pensamiento del gran periodista polaco, para muchos el más grande de nuestro tiempo.El periodista es un cazador furtivo en todas las ramas de las ciencias humanasPara producir una página debemos haber leído cien. Ni una menosUna gota de agua contiene al mundo, pero hay que saber encontrar el mundo en una gota de aguaExisten dos leyes para el reportero internacional: la primera, que siempre viaje solo; la segunda, que esté adentro de la cultura sobre la que tiene que informarHoy, para entender hacia dónde vamos, no hace falta fijarse en la política, sino en el arte. Es más útil entrar a un museo que hablar con cien políticos profesionalesLos jóvenes nos escucharán sólo con la condición de que nosotros les escuchemos a ellos y de que sean ellos los que nos inviten a hablarEs erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un poco de su vidaPara poder escribir sobre la guerra, el reportero tiene que hallarse en el centro de la misma y, por consiguiente, exponerse a todas sus consecuencias. No basta con asomarse por la ventana del hotelCreo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer, buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser periodistas.
Por Víctor Núñez Jaime
Con admiración y conocimiento, el autor de este texto, un joven periodista, traza la semblanza y recuerda su encuentro con el autor de Viajes con Heródoto. Éste es un homenaje insoslayable para quien siempre quiso “ser humilde y modesto” con los jóvenes.Vestido así, con cierta formalidad, Kapuscinski tiene el aspecto de un niño al que engalanaron el domingo con ropa poco confortable. Ese pantalón y camisa bien fajados y ese saco parecen sofocarlo. Yo creo que él prefiere andar con la camisa arremangada, como cuando viajaba reporteando por el Tercer Mundo.Pero ahora que está frente a nosotros, ante cientos de aprendices de periodista, parece tan tímido, tan carente de cualquier estridencia, tan menudo y gigantesco a la vez, alejado de esas poses en las que aparece fotografiado en la contraportada de sus libros. Sus ojos son tremendos. Pequeños, intensos, electrizantes. Unos ojos que miran y miran y parecen no parpadear, como las estatuas. Aunque ya son unos ojos pálidos. Y sus mejillas se desploman en ese rostro de piel colorada y curtida por el sol. Su cuerpo acusa un viejo cansancio. Unas cuantas arrugas y sus ojeras son fácilmente perceptibles. Tiene cara y cuerpo de gnomo: su escasa cabellera entreverada de canas la tiene erizada. Y sus cejas son luciferinas. Me lo imaginaba mucho más alto. Es el abuelo que todos estos futuros esclavos de la tecla quisiéramos tener.Habla un español casi perfecto. Lo hace tan enfáticamente que deja un punto final enorme flotando en el silencio instalado detrás de él. Ricardo —como le gusta que lo llamen en los países hispanos— emite palabras definitivas, palabras con un peso extraordinario, capaces de captar la atención de todos. Y escucharlo resulta emocionante. ¿Será que, efectivamente, es un “enviado especial de Dios”, como lo denominó John Le Carré? ¿O es esa leyenda de un oficio denso pero hermoso que acarrea sobre sus hombros? ¿O los ecos del pasado entre el fuego y el destrozo adheridos a su cuerpo? ¿O esos detalles almacenados en los pliegues de su memoria periodística?Estamos en la conferencia A la escuela con Kapuœciñski. Este viernes 27 de septiembre de 2002 nos habían citado a las 11 de la mañana en el auditorio más grande de la Facultad, el Ricardo Flores Magón. Pero como en Ciencias Polacas todo puede suceder, resulta que ayer se tronaron unos transformadores y nos quedamos sin energía eléctrica.—¡Chingada madre, tenía que ser precisamente hoy!...Pronto se empezó a correr la voz:—Que lo del Kapu va ser en la Coordinación de Humanidades, acá atrás, en los pitufos...Pero el auditorio de Humanidades apenas tiene capacidad para unas 200 personas. ¡Y somos más de mil!Mientras unos técnicos sacan al jardín unas bocinas para que escuchen los que no alcancen a entrar, todos los que podemos abarrotamos el auditorio, el lobby y los pasillos. De repente, silencio. Lourdes Romero, una de nuestras maestras decanas, empieza a leer un texto para presentar al reportero polaco y periodista universal. Apenas unos minutos después, entra por una puerta lateral Fernando Pérez Correa, el director. Interrumpe a la profesora:—Vamos a retrasar el evento un ratito más. Es que estamos instalando un circuito cerrado en Filológicas, contiguo a este auditorio, para que más compañeros tengan oportunidad de escuchar al maestro.Mientras tanto, Kapuscinski, armado de paciencia y tolerancia, se dispone a esperar. Y hasta su mesa empiezan a llegar varios papelitos con preguntas de los estudiantes.Unos 15 minutos después, la clase masiva comienza. Su charla se basa en las inquietudes de los alumnos, los mismos que apuntamos, de manera casi religiosa, las lecciones del maestro en nuestros cuadernos.—El sentido de ser periodista es construir entendimiento mutuo entre la gente. Trabajar a favor de la creación de la comunicación.—Se necesitan cinco cosas para ser un buen periodista: 1) Hacer el trabajo en serio. 2) Hacerlo con responsabilidad. 3) Ser humanista. 4) Estudiar permanentemente. 5) Respetar a los otros.Este autor de reportajes de temas duraderos parece ofrecernos un “epílogo en vivo” del libro que trae bajo el brazo: Los cínicos no sirven para este oficio. Acercándose al micrófono dice:—Periodista es ser humano. Periodista es el hombre que es curioso por nacimiento. Puede ser provechoso o peligroso, depende cómo ejerza.—El sentido de la noticia ha cambiado. Antes se preguntaba: ¿esta noticia es verdadera? Y hoy se dice: ¿es interesante, vende? Ahora las grandes empresas de comunicación están en manos de empresarios que no son periodistas, personas a las que sólo les interesa las ganancias.El reportero aventurero también es analista internacional y predice lo que veríamos cristalizado en la primavera de 2003:—La próxima guerra en Irak se puede entender porque Estados Unidos se ha fijado en los países con grandes reservas de petróleo. Y las reservas de Medio Oriente están en peligro por la presencia norteamericana.Luego va más allá:—Cada guerra se empieza con un cambio de idioma y tiene que ser preparada mental y emocionalmente. Los medios preparan la guerra con su bombardeo de información.Finalmente cuenta cómo han surgido sus libros:—Yo escribía todo lo que veía. Pero no cabía todo eso en los cables que debía enviar a mi agencia. Entonces, mientras mis colegas se iban al bar a tomar whisky, yo me encerraba a trabajar las notas para luego convertirlas en libros.Comienzan los aplausos, y enseguida empieza a formarse una enorme fila bajo la mesa donde está Kapuscinski. Son decenas de estudiantes deseosos de obtener una dedicatoria en los libros del maestro. Y el polaco se coloca unos anteojos y con una sonrisa firma todos los libros que le acercan. Todos. Y se tarda casi dos horas.Yo tengo que esperar pacientemente, pero también con mucha emoción y algunos nervios, porque he acordado, gracias a la mediación de la jefa de prensa de la editorial Anagrama, una entrevista con el maestro.Mientras tanto, repaso mis notas.IIRyszard Kapuscinski nació en un lugar que ya no es: la ciudad polaca Pinsk, ahora la ciudad bielorrusa de Pinsk. Nació entre pobreza y guerra, arrullado por la miseria y las bombas. Era 1932. Todos sus años de infancia y primera adolescencia transcurrieron en medio de la guerra. “De ahí que me pareciese que no era la paz, sino la guerra el estado natural del universo, el único posible, la única forma de existencia. Yo no sabía qué era la paz”, escribiría muchos años después, al reflexionar sobre esas situaciones límite que fueron su mejor escuela para soportar lo que vendría en su carrera.A los doce años no había leído un solo libro. Fue hasta 1945, al trasladarse a Varsovia, cuando fue a la escuela y empezó a leer. Le fascinaba el futbol y era el portero del equipo escolar. El soccer era su vocación más apasionada hasta que un día, bajo el influjo de Maiakovski, escribió un poema, lo envió a un periódico y éste lo publicó. Esos versos lo introdujeron al periodismo. Cuando se creó el diario El estandarte de la Juventud lo invitaron a trabajar. Esperó a terminar la secundaria. Y al siguiente día de su último examen, lo llevaron al periódico. “Y pensar que había soñado con jugar de portero en la selección nacional de Polonia”, reflexionaría luego el autor de Un día más con vida.Después se fue a trabajar a la Agencia de Prensa Polaca y le dijeron que sería corresponsal. Pero como la agencia no se podía permitir el lujo de tener varios reporteros, le asignaron a Kapuscinski todo el continente africano, 50 países. Éste fue el inicio de su larga vida como nómada infatigable y testigo e intérprete de un siglo en llamas. Después de todo, era un periodista sin competencia. Sus colegas se peleaban por ser corresponsales en París, Nueva York, Madrid o Roma y no les importaban África ni Asia ni América Latina.Kapu iba de guerra en guerra, de catástrofe en crisis, de sequía en alzamiento, pasando hambre y calor y a veces bebiendo agua sucia. Pero lo peor para él consistía en toparse con soldados niños. Y aferrado a los detalles reveladores, todo lo observaba y lo registraba en su memoria y algunas cosas en su libreta o en su cámara fotográfica, pero nunca en la grabadora. Escribía sobre la guerra pero soñaba con la paz.Y así, cual vagabundo de las regiones, aprendía a leer y a traducir culturas al tiempo que presenciaba, una a una, 27 revoluciones, 12 guerras, tantas historias. Pero el periodismo “pobre y formal” que enviaba en los cables exigidos por su agencia le impedía difundir plenamente el mundo rico, colorido y diferente por donde viajaba. Entonces, con todo el material que le sobraba o se autocensuraba, por temor a que los regímenes locales lo echaran de los escenarios donde se producían los acontecimientos, empezó a escribir sus libros, ahora modelos del periodismo profundo.En más de 40 años como pasajero de la actualidad, varios fueron los peligros a los que se enfrentó. Estuvo cuatro veces frente al pelotón de fusilamiento. También al borde de la muerte a causa de la malaria, aunque le suplicó a un médico hindú que lo curara en secreto para que no se enteraran en Polonia y no le quitaran la corresponsalía en África. Lo encarcelaron en Kabul, Afganistán, por llevar visa. En 1966, durante la guerra civil de Nigeria, lo secuestraron unos jóvenes activistas en tierras yorubas:—Sentí el filo de tres cuchillos en la espalda y vi varios machetes que amenazaban mi cabeza... Esto es África, estoy en África. Ellos no saben que no soy su enemigo, sólo están convencidos de que soy blanco, y el único blanco que conocen es el colonialista que los ha humillado y a quien ahora quieren darle en el hocico.Kapuscinski no frecuentaba a los poderosos, por mucho que lo llamaran. Prefería dormir en las chozas africanas llenas de mosquitos o cucarachas para sentir de verdad lo que sienten los marginados. Descartados tenía el Hilton y el Sheraton. Rompía así la costumbre de escribir acerca de los pobres desde un hotel confortable.“Ser periodista —escribió en Lapidarium— implica sacrificar la vida misma. Es un oficio que conduce a la soledad, que afecta a la salud. Es como la vida del misionero, que también visita otros pueblos y trata de entenderlos”.En una entrevista publicada en 2003 por el diario El Mundo, Tim Adams le pregunta a Kapuscinski:—¿Ha podido construir una vida normal tras esos años?—No. Mi hogar está en mis libros.—También con su mujer y su hija, ¿nunca le dijeron “ya basta”?—Nunca, afortunadamente. Mi mujer siempre ha sabido lo importante que era para mí. Y ésta es una vida que no puedes planificar. He estado en lugares donde sólo había un mapa en todo el país, y estaba roto. Tu vida se convierte en una terrible pérdida de tiempo. Y en todo ese tiempo en que estás esperando un camión o un autobús —días, semanas— lo único que puedes hacer es ser como una piedra. Tienes que aprender a no preocuparte. Y no hay mucha gente preparada para eso.Kapuscinski también estuvo en América Latina. Primero en Chile y luego su base era México. De nuevo, a falta de recursos económicos de su agencia, se encargaba de toda la región. Pero siempre tenía la disposición para envolverse en un mosaico de realidades, de crudezas, de miserias. Un día, conversaba en el Distrito Federal con su amigo Luis Suárez, uno de los principales reporteros de la revista Siempre!, acerca de América Latina. Suárez, después de leer en el periódico la crónica sobre el partido de futbol entre Honduras y El Salvador, en espera de la clasificación para el mundial México 70, le advirtió a Kapuscinski que se avecinaba una guerra. El polaco siempre confiaba en la buena intuición del mexicano y decidió viajar a Tegucigalpa. Así, fue el primer reportero en anunciar al mundo la nueva guerra centroamericana.Kapu vivió algo irrepetible: la descolonización, el surgimiento de las naciones independientes del Tercer Mundo. Y esa experiencia le sirvió para hablar fluidamente siete idiomas y escribir una veintena de libros, bibliografía básica en las escuelas de periodismo, y en sí mismos toda una “reflexión antropológico-histórico-sociológico-filosófica” del mundo contemporáneo.“Cuando empecé a viajar por nuestro planeta como corresponsal extranjero encontré un lazo emocional con las situaciones de pobreza en los llamados países del Tercer Mundo. Era como regresar a los escenarios de mi niñez. De ahí nace mi interés por estos países. Por eso me interesan los temas que tocan la pobreza y lo que produce: conflictos, guerras, odios”, explicaba el maestro acerca de su trabajo.En una consulta realizada por la revista mensual Press fue distinguido con el título de “Periodista del siglo”. Pero ya antes era considerado el mejor reportero de la historia contemporánea, comparado con el primer cronista de la historia de la humanidad: Heródoto. Como el historiador griego, el reportero polaco ha difundido costumbres, leyendas, historias conflictivas y tradiciones de diferentes pueblos del mundo, desconocidos para muchos. Como el autor de Historias, el escritor de El Sha ha sido testigo de varias guerras y revoluciones. Uno y otro fueron agudos observadores permanentes en sus viajes constantes. Ambos poseyeron un estilo franco, lúcido y anecdótico. Sus obras expresan los resultados de sus arduas investigaciones, para rescatar del olvido acontecimientos claves de nuestra historia.Este periodista-humanista, escritor-investigador, reportero-viajero, historiador-antropólogo-ensayista, visitante de los sitios neurálgicos, maestro... entendió al periodismo como profesión y misión, como manera de vivir y de pensar, como apostolado y magisterio. Dejaba su casa y su estudio, repleto de libros de filosofía, historia y poesía, ubicado en el número 11 de la calle Prokuratorska, en el barrio de Srodmiescie en Varsovia, para impartir talleres y contribuir así a la formación de los periodistas. Además de visitar prestigiadas universidades, y gracias a la Fundación de García Márquez, impartió cursos en Ciudad de México, Buenos Aires y Caracas.Fue en 2001 cuando durante una semana en la capital mexicana compartió sus conocimientos sobre la crónica. Cuentan que una mañana llegó García Márquez y se sentó entre los alumnos. Entonces Kapuscinski le dijo:—Por favor, Gabo, cuéntanos tu experiencia.—No, yo estoy acá para aprender —respondió el Nobel colombiano.Maestro de la descripción y la narración, con rigor y creatividad, logró que el reportaje se igualara a la mejor literatura. Por eso, admirado por escritores como García Márquez, John Updike y Salman Rushdie, fue candidateado varias veces para el Nobel de Literatura. No por novelas, sino por retratar el mundo. “Necesito de la poesía como un ejercicio de la lengua; no puedo renunciar a ella. La poesía exige profunda concentración en la lengua, un esfuerzo que beneficia a la prosa. La prosa debe tener música, y la poseía marca el ritmo... Escribo poesía, pero nunca he tratado de escribir novelas porque no tengo ese tipo de talento... Soy un pobre reportero que, desgraciadamente, carece de la imaginación de un escritor de ficción”, decía.Se quedó con mucho material guardado para escribir. Nunca cedió a las presiones de los editores que le ofrecían jugosos adelantos para que les diera un libro tras otro. Prefería escribir su propio ritmo. “Para escribir una cuartilla —decía— necesito haber leído antes por lo menos 100”.Desde hace algunos años, Kapuscinski se levantaba a las 5:30 de la mañana. Dedicaba mucho tiempo a la lectura y luego escribía. Sentía que tenía muchas cosas que contar porque había viajado demasiado en comparación con lo que había escrito. Jamás utilizó internet. Decía que él no buscaba información, que le interesaban las ideas, el pensamiento o las reflexiones. Y cuando le hacía falta un dato, consultaba la enciclopedia o el diccionario.Sus dos facetas poco conocidas son las de fotógrafo y poeta. Varios de sus libros tienen en la portada fotografías que él mismo tomó. También montó varias exposiciones con su material gráfico y hay un libro que reúne una muestra representativa de sus imágenes: Desde África (Altair, 2001). Como poeta, tuvo éxito en Europa con un libro todavía no traducido al español: Bloc de notas (1986). Ahí puede apreciarse que su poesía es periodística, pues cada poema bien podría ser una pequeña crónica:Gente en la parada del autobúsen la calle WolskaPobrezapobreza al caer la nochepobreza borracha.Por quéEl mundoPasó volando a mi ladoTan de prisaNo se dejó retenerAcercárseleTratar de túLanzado a la carreraUn punto que se desvaneceEn fuego y humo.IIIKapuscinski termina de firmar libros. Deja la pluma sobre la mesa y se levanta de su silla para retirarse. Sale acompañado de algunas profesoras y alumnos.Enciendo la grabadora y le pregunto si ya podemos platicar. Es para el periódico Humanidades, de esta Universidad, la UNAM.—Sí, ahora mismo. Dígame —responde.Y de pronto, tras esa respuesta, parece que los nervios me van a traicionar. Tengo frente a mí al personaje por el que un día decidí que iba a ser periodista. Pero reacciono rápido, más me vale.—¿Se considera traductor de las realidades del Tercer Mundo?—Ése es mi deseo: hablar y escribir sobre las realidades del Tercer Mundo que son poco conocidas en los países desarrollados o ricos. Me identifico con los humillados y ofendidos; entre ellos me encuentro a mí mismo. Y deseo que mi voz sirva para hablar de sus intereses.Al ser interrogado sobre los obstáculos a los que se ha enfrentado en la guerra para brindar información a la opinión pública, Kapuscinski responde:—Sólo me he enfrentado a problemas que dicen que no les interesa a las grandes redes de información y no quieren divulgar ciertos acontecimientos como los que yo he dado a conocer, por temor o complicidad, porque son cosas que acusan a los países desarrollados, a los abusos de sus gobiernos.—¿Cuáles han sido los peligros a los que se ha enfrentado?, ¿amenazas, acosamiento?...—¿Cómo?, aah... ¿qué es acosamiento? —pregunta a la jefa de prensa de Anagrama.—Persecución —le responden.—No, no tanto. Hay casos individuales. Pero lo peor es la marginalización de la problemática, el silencio de esa problemática: que te impidan acceder a las fuentes de información.Para entonces ya se ha formado un círculo de personas a nuestro alrededor. Curiosos que desean escuchar más opiniones del maestro.—¿En qué consiste la sensibilidad que debe tener un reportero?—Consiste en su humanismo, en su corazón, en su actitud frente al otro que encontramos en nuestro trabajo, sobre la gente de la que queremos escribir, que son seres humanos como nosotros, a los que hay que tratar de entender para explicar sus situaciones. También en saber controlar el miedo ante situaciones extremas o en enojarse o indignarse o emocionarse, dependiendo del momento.Los flashes de las cámaras ciegan. Uno tras otro. Una chica morena, de lentes y blusa negra se coloca junta a Kapuscinski, y no importando que éste no voltee a la cámara, la chica pide que accionen el disparador. Otros quieren hacer lo mismo y empujan. Alguien pide que no lo hagan, que tengan respeto, que están entrevistando al maestro. Y el maestro sólo conduce su mirada de un lado a otro y sonríe. El pequeño tumulto se calma. Y yo, presionado, continúo con las preguntas.—¿Cómo ve la recepción de su nuevo libro en México, sobre todo entre los estudiantes de periodismo?—Me gustó mucho y estoy muy agradecido por la atmósfera que se creó aquí, alrededor de mi persona y de este libro. Y no sólo de éste, de los demás también. Sé que tengo varios lectores mexicanos, principalmente jóvenes. Y eso me gusta.—Por lo que conocía hace algunos años y por lo que ha visto en estos días, ¿qué opina de la prensa mexicana?—...Falta siempre, ése es el problema. Pero si se compara con el nivel de la prensa mundial, la prensa mexicana es buena. Hay muy buenos ejemplos. Pero lo más importante es esto: mientras haya buenos lectores, existirán buenos periodistas. Eso es indudable.—Usted vivió en México durante cuatro años, ¿cuándo va a escribir un libro sobre este país?—No lo sé, tengo ganas. Pero mejor no hablo sobre cosas que todavía no escribo.Una mujer empieza a jalonearlo hacia la camioneta en la que ha de irse. Kapuscinski sólo estrecha mi mano y dice gracias. Y se lo llevan… se aleja. Nunca volveré a verlo; lo sé ahora, este martes 23 cuando escucho en la radio la noticia de la muerte del más grande periodista del siglo XX.BreviarioEl magisterio de Kapuscinski (1932-2007) está en sus libros, de los que se han publicado en español: El emperador, El Sha o la desmesura del poder, Lapidarium (en cinco volúmenes), Ébano, Desde África, El Imperio, Los cinco sentidos del periodista, Un día más con vida, El mundo de hoy, Los cínicos no sirven para este oficio y Viajes con Heródoto, todos, con excepción de Los cinco sentidos… (FCE), editados por Anagrama. De esos libros hemos seleccionado las siguientes frases como mínimo muestrario del pensamiento del gran periodista polaco, para muchos el más grande de nuestro tiempo.El periodista es un cazador furtivo en todas las ramas de las ciencias humanasPara producir una página debemos haber leído cien. Ni una menosUna gota de agua contiene al mundo, pero hay que saber encontrar el mundo en una gota de aguaExisten dos leyes para el reportero internacional: la primera, que siempre viaje solo; la segunda, que esté adentro de la cultura sobre la que tiene que informarHoy, para entender hacia dónde vamos, no hace falta fijarse en la política, sino en el arte. Es más útil entrar a un museo que hablar con cien políticos profesionalesLos jóvenes nos escucharán sólo con la condición de que nosotros les escuchemos a ellos y de que sean ellos los que nos inviten a hablarEs erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un poco de su vidaPara poder escribir sobre la guerra, el reportero tiene que hallarse en el centro de la misma y, por consiguiente, exponerse a todas sus consecuencias. No basta con asomarse por la ventana del hotelCreo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer, buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser periodistas.
Fuente: Laberinto de Milenio Diario / MÉXICOSábado, 27 de enero de 2007
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