DANIEL ZETINA: A PROPÓSITO DE "EL COLCHÓN"


Daniel Zetina tiene una virtud, que a mi parecer es muy interesante, porque tal como lo hacía Monsiváis, convierte en poesía filosófica el lenguaje común y corriente que construye la vida cotidiana, recordando el subtítulo de su libro.

Estos nueve breves relatos, centrados en cualquier aspecto de la vida diaria de grandes ciudades, o como el titulado “El colchón”, primero de todos ellos, ubicado en cualquier pueblo de cualquier lugar, son escenas fácilmente reconocibles para todos nosotros. Lugares tan comunes que los hemos visitado varias veces, y personajes tan reales que la ficción que los teje es la nuestra, y así todos nos sentimos identificados con alguno de ellos.
El relato que más disfruté al estar leyendo y pensando en su forma fue el de “Las nubes”, ya que no hay un diálogo como tal sino la mera reflexión en torno a las nubes que se pueden ver en el horizonte, cargadas de una lluvia que jamás caerá y que es lo que detona toda esta elaboración poética, y ese ir y venir en el puro lenguaje del que habla, del que piensa, del que se va, jugando con la imaginación, de la oficina al reinicio del génesis bíblico sin Adán ni su Eva sino como changos, como los de la película “del jueves”, sin intenciones filosóficas, y luego, la parte más genial: “después de algunos días regresar al corporativo para seguir con este informe” y seguir viendo las nubes.
Pero no menos interés me causó “Cucaracha”, donde esos dos niños se comen al insecto del que proviene el nombre del relato. Esa malignidad que se deja ver en el relato; esos dos niños que no tienen nada de inocentes; ese juego macabro de “¿Alguna vez has probado a un niño metiche?”. Mi favorito en cuanto a eso porque es fantástico lo que se puede hacer cuando no se ve a los niños como lindas criaturitas, y aquí Zetina lo demuestra.
Está “Cosme a las nueve cincuenta y tres”, donde una atmósfera casi esotérica, donde la ficción se construye por las palabras de aquella mística mujer que, se adivina, lee el pensamiento, se elabora un relato complejo por el giro que significa el final del mismo.
Zetina mira con lupa, como el niño probando la pata de la cucaracha, con “cierto rigor científico”, y nos muestra lo cómicas que son muchas de nuestras actitudes sociales, o nuestros valores morales. Lo que es sagrado para nosotros, entre risa y reflexión, se destornilla y cae del altar en que lo habíamos puesto. Ya lo dije al principio, como Monsiváis, cuando nos enseñó a ver la vida cotidiana con ironía, o con sarcasmo, y basta un ejemplo que me hizo reír por la ocurrencia del que lo pronuncia: “Ay, Nicolás, si hubieras llegado a tiempo, te hubieras venido adelante conmigo”, sabiendo que el pobre Nicolás ha sido atropellado.
Del centro de cualquier ciudad o pueblo, a las calles familiares de Cuernavaca y viajando a través de las grandes avenidas del DF, pasando por colonias donde todos son guadalupanos, o un ladrón profesional que viaja en colectivo, o amores imposibles como en “Romancero roto”, el lenguaje es el que atraviesa las páginas de este libro.
No esperemos a leer, “¡De una vez, como vas!”, para recordar el lenguaje que empapa sus páginas. 

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