LA MARCA DE BATMAN

Bajo tal título, apareció este texto de Alan Moore como una introducción a The Dark Knight Returns, de Frank Miller.

Por Alan Moore | Fecha: 25/09/14


NOTA: El siguiente texto fue escrito por el autor inglés Alan Moore (Watchmen, V for Vendetta, From Hell, Swamp Thing) como presentación a la primera recopilación de THE DARK KNIGHT RETURNS, la ya canónica obra de Frank Miller. Hoy, tanto Miller como Moore representan dos fuertes pilares de la cultura del cómic y de la narrativa en general, y este texto queda entonces como una pieza especial en la que el Hombre Murciélago reunió a estos dos gigantes del medio. DC Comics Méxicopondrá a la venta una nueva edición de esta obra a partir del 24 de febrero.


La marca de Batman

Una introducción a The Dark Knight Returns

Cómo le encantaría decirlo a cualquier persona que haya estado involucrada en la ficción y en su creación durante los últimos quince o más años: los héroes han comenzado a convertirse en un verdadero problema. No son lo que solían ser... más bien lo son, y ahí radica el centro del problema.


El mundo a nuestro alrededor ha cambiado y lo hace continuamente a una velocidad que aumenta de manera permanente, como sucede con nosotros. Con el crecimiento en la cobertura informativa y la información tecnológica, vemos al mundo más de cerca y comprendemos su funcionamiento de una manera más clara; como resultado, la percepción de nosotros mismos y de la sociedad que nos rodea ha sido modificada. Consecuentemente, hemos comenzado a hacer diferentes demandas acerca del arte y la cultura que buscan reflejar el escenario en constante transformación dentro del que nos encontramos. Exigimos nuevos temas, nuevos puntos de vista, nuevas situaciones dramáticas.


Exigimos nuevos héroes.


Los héroes ficticios del pasado, aunque aún guardan todo su encanto, poder y magia, han sido privados para siempre de parte de su credibilidad como resultado de la nueva sofisticación en su audiencia. Con el beneficio de mirar hacia atrás y un entendimiento mucho mayor de los patrones del comportamiento antropoide, el autor de ciencia ficción Philip José Farmer fue capaz de demostrar de una manera muy creíble que el joven Tarzan se habría permitido realizar, casi sin dudarlo, experimentos sexuales con chimpancés, y que seguramente no tendría la aversión a comer carne humana que Edgar Rice Burroughs le atribuyó. Conforme nuestra consciencia social y política continua evolucionando, Alan Quartermain se nos revela como otro imperialista blanco para explotar nativos y comenzamos a ver que el factor primordial en la construcción psicológica de James Bond es su desprecio y odio absoluto por la mujer. Que la mayoría de nosotros prefiramos disfrutar de las aventuras mencionadas de estos caballeros sin estropear las cosas al considerar las implicaciones no viene al caso. Lo cierto es que hemos cambiado, junto con nuestra sociedad, y si tales personajes hubieran sido creados hoy día serían objeto de las críticas y sospechas más extremas.


Así que, a menos que de alguna manera vivamos sin héroes, ¿cómo harán los creadores de ficción para redefinir a sus leyendas y que encajen en el clima contemporáneo?

Los campos del cine y la literatura de alguna manera han tenido que abordar el problema de una manera madura e inteligente, tal vez debido a que cuentan con una audiencia madura e inteligente capaz de apreciar y apoyar una respuesta de ese tipo. El campo de los cómics, visto desde su creación como un medio juvenil en el que cualquier intromisión de temas y contenidos adultos se enfrentará sin duda con aullidos de indignación y la amenaza o la realidad de la censura, no ha sido tan afortunado. Mientras que en las novelas y las películas se nos han presentado conceptos como el antihéroe o el héroe clásico reinterpretado de una manera contemporánea, el cómic ha tenido que arrastrarse durante mucho tiempo con los mismos musculosos descerebrados escupiendo los mismos temas cliché mientras intentan desmembrarse uno a otro. Mientras lo ingenuo de los personajes y lo absurdo de sus situaciones cada vez se vuelve más embarazoso y anacrónico ante ojos modernos, el problema también se agrava y se vuelve más intratable. Intentando mantenerse ante el surgimiento de otros medios, ¿cómo tendrán que reinterpretar los cómics a sus iconos tradicionales para llamar la atención de una audiencia cuyo interés constantemente es alejado de ellos? Obviamente, el problema se convierte en uno que únicamente puede ser resuelto por gente que entiende el dilema y, más allá de eso, poseen por igual un entendimiento de los héroes y lo que los hace funcionar.


Lo que me trae a Frank Miller, y a Dark Knight.


En la decisión de aplicar su estilo y sensibilidades al Hombre Murciélago, Frank Miller ha encontrado una solución a los problemas descritos anteriormente que resulta tan impresionante y elegante como nada que haya visto hasta ahora. Aún más impresionante: lo ha logrado mientras maneja un personaje que, a la vista de un público mayor que existe más allá de los confines relativamente pequeños de la audiencia de los cómics, resume más que cualquier otro la ridiculez del héroe del cómic. Cualesquiera que hayan sido los cambios labrados por el mismo cómic, la imagen de Batman que permanece fija en la mente de la población general es la de un serio Adam West lanzando deliberada y escandalosamente diálogos exagerados mientras camina sobre muros gracias al beneficio de estupendos efectos especiales y una cámara colocada de lado. Brindarle credibilidad a un tema como este frente a una audiencia no necesariamente enamorada de los superhéroes y sus encantos no es una hazaña insignificante, y tal vez sea apropiado mirar un poco más de cerca qué es exactamente aquello que ha hecho Miller (espero que Frank me disculpe por llamarlo Miller. Parece un poco brusco y grosero y sin duda nunca se lo diría en persona, pero ciertamente es la manera en que llamas a una persona que conoces muy bien cuando escribes una introducción a sus libros).

Ha tomado a un personaje del que cada detalle trivial e incidental está grabado a piedra y lodo sobre los corazones y las mentes de los fans de cómics que componen su audiencia, logrando redefinir de manera dramática a ese personaje sin contradecir un ápice de su mitología. Sí, Batman sigue siendo Bruce Wayne, Alfred sigue siendo su mayordomo y el Comisionado Gordon aún es el jefe de Policía, aunque no sin problemas. Aún existe un joven compañero llamado Robin, junto con un batimovil, una baticueva y un baticinturón. Joker, Two-Face y Catwoman siguen estando en evidencia entre la lista de villanos. Todo sigue siendo exactamente lo mismo, excepto por el hecho de que todo es totalmente diferente.


Gotham City, un lugar que durante las historias en los cómics de los cuarenta y los cincuenta parecía ser un amplio lugar de juegos urbanos repleto de máquinas de escribir enormes y otros gigantescos accesorios, se convierte en algo mucho más sombrío. Una ciudad oscura y poco amigable en decadencia, poblada por pandillas rabiosas y sociópatas, ha comenzado a reflejar de manera muy cercana las masas urbanas que seguramente existen en nuestro incómodo futuro cercano. El mismo Hombre Murciélago, tomando en cuenta nuestra actual percepción de los vigilantes como una fuerza social tras lo sucedido con Bernie Goetz, es visto por los medios de comunicación como un fanático peligroso y casi fascista mientras psiquiatras preocupados imploran por la liberación de un Joker homicida bajo estrictos argumentos humanitarios. Los valores del mundo que vemos  ya no se definen por los claros, brillantes y primarios colores del cómic convencional, sino por los más sutiles y ambiguos tonos ofrecidos por la hermosa paleta de colores de Lynn Varley y su sublime sensibilidad.

La diferencia más inmediata y agobiante obviamente se encuentra en el retrato tanto del Hombre Murciélago como de Bruce Wayne, el hombre detrás de la máscara. Representado a través de los años alternadamente como un preocupado bienhechor y un psicópata impulsado por la venganza, la manera en que se presenta al personaje en esta ocasión logra crear un puente en estas dos interpretaciones de forma muy sencilla mientras las integra en una personalidad más plena y convincente. Cada sutileza en la expresión, cada matiz de lenguaje corporal, sirve para demostrar que este Batman finalmente se ha convertido en lo que siempre debió de ser: Una leyenda.


La importancia del mito y la leyenda como subtexto a Dark Knight no puede tratarse de una exageración, resplandeciendo como lo hace en cada página. La familiar secuencia del origen de Batman con el pequeño murciélago revoloteando a través de una ventana abierta para inspirar a un meditabundo Bruce Wayne se convierte en algo mucho más religioso y apocalíptico bajo la mano de Miller; el mismo murciélago se transforma en una gigantesca y ominosa quimera salida directamente de las fábulas europeas más oscuras. Las posteriores escenas del Hombre Murciélago cabalgando, evocando todo desde los Caballeros de la Mesa Redonda hasta la llegada de Clint Eastwood al pueblo, sirven para demostrar de manera absoluta esta cualidad mítica, como sucede con el sorprendente retrato del viejo conocido de Batman, Superman: el Superhombre que aquí vemos es un dios terrenal cuya presencia es anunciada únicamente por el viento a su paso o la destrucción que su estela deja. Al mismo tiempo, su dudosa posición como agente del Gobierno de Estados Unidos permite manejar de una manera realista una increíble situación y unir de manera coherente el material del que están hechas las leyendas de la realidad del siglo veinte.

Más allá del imaginario, los temas y el romance esencial de Dark Knight, Miller también ha logrado darle forma al Hombre Murciélago como una verdadera leyenda al introducir ese elemento sin el cual todas las leyendas verdaderas se encuentran incompletas y que, por alguna razón, difícilmente parece existir en el mundo representado en el cómic promedio, y ese elemento es el tiempo.


Todas nuestras mejores y más antiguas leyendas reconocen el paso del tiempo y que la gente envejece y muere. La leyenda de Robin Hood no estaría completa sin la flecha final que es lanzada ciegamente para determinar el lugar de su tumba. Las leyendas nórdicas perderían mucha de su fuerza de no ser por el conocimiento de un Ragnarok final, como igualmente sucedería con la historia de David Crocket sin la existencia de un Álamo. En los cómics estos elementos se han perdido, de cualquier manera, debido al hecho comercial de que equis personaje aún deba venderse a cierta audiencia en un periodo de diez años. Los personajes permanecen en un limbo perpetuo a mitad de sus veinte y treinta años, y la presencia de la muerte en su mundo es, de menos, un fenómeno temporal y reversible.


Con Dark Knight, el tiempo le ha llegado al Hombre Murciélago y la piedra angular que convierte a las leyendas en lo que son finalmente está en el lugar que le corresponde. En su absorbente historia de un hombre y su última y más grande batalla, Miller ha logrado crear algo radiante que esperemos ilumine las cosas para el resto del campo de los cómics, proyectando una luz nueva sobre los problemas que enfrentamos todos aquellos que trabajamos dentro de la industria y, tal vez, guiándonos inclusive hacia algunas soluciones frescas. Para aquellos de ustedes que ya han consumido ansiosamente Dark Knight en su versión austera, no duden que en sus manos sostienen uno de los pocos hitos genuinos del cómic merecedores de una presentación más suntuosa y duradera. Para el resto de ustedes, que están a punto de entrar a un territorio totalmente nuevo, tan sólo puedo expresarles mi absoluta envidia. Están a punto de encontrarse con un nivel nuevo de narrativa en cómic. Un nuevo mundo con nuevos placeres y nuevos sufrimientos.


Un nuevo héroe.


Alan Moore


Northampton, 1986

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