La lucha libre: "¡Queremos ver saaaaangreeee!"
Cada que visito la lucha libre, siento que estoy entrando en un recinto sagrado, donde todos nos volvemos familiares, todos nos volvemos adoradores de los mismos dioses-hombres, todos disfrutamos de la misma fanea del día... Y los gritos no se dejan esperar, porque nuestro culto se divide en dos divinidades: la ruda y la técnica. A todo esto le sumamos que tenemos nuestras propias imágenes de esos santos: posters, playeras, máscaras, muñequitos de plástico, rings de colección, libros, llaveros, fotos en el msn o el blog o el hi5. Es todo un culto, es divinizar a nuestros dioses hasta que creemos que su lucha representa la lucha de las fuerzas de la naturaleza, o la guerra del bien contra el mal, o el show de los políticos mexicanos, o cualquier otra cosa que llene nuestras imaginaciones y nos haga transformarnos en parte de todo el espectáculo de la arena romana del siglo XXI, que es una arena urbana: al lado de la arena de la lucha libre están los templos para el Señor y Dios del Universo, pero un momento antes, el ring representaba el universo infinito, y el rudo y el técnico los señores, dioses y amos de ese universo en pequeño. El ring es todo el mundo, el ring es el cosmos, y los luchadores luchan en él para salvar el cosmos y su orden.
La realidad se desgrana en muchos colores, muchas máscaras, muchos luchadores, muchas televisiones que proyectan las luchas, y el héroe nacional, el Santo, el enmascarado de plata, sigue peleando en cada película, por defender a los mexicanos de ataques extranjeros, que se van al mismísimo Marte; nuestro Dios, Santo, Luchador de bolsillo, nuestra santidad el Santo, nunca nos deja desamparados, aun hay Santo para rato...
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