Postulado # 37

Sobre la huella del otro, tal como la concibe Lévinas, diríamos, junto con él, que es Dios en el otro; Dios como huella, como aquello que solamente muestra que algo estuvo aquí pero que ya se ha ido; Dios es ausente eterno y presente infinito. Dios "siempre está ausente", nos dice Lévinas, "Considero esto como la huella del otro en el hombre [...] cada hombre es la huella del otro. El otro es Dios, el cual viene precisamente al pensamiento". De este modo es posible que Dios pueda ser pensado. Pero no en su ser, que es espiritual e invisile, es decir, incomprensible, sino en su relación con el otro, ya que el Otro que es Dios habita en el otro que es el hombre, transformando al hombre en huella misma de sí mismo. De este modo el hombre jamás es ya en sí mismo sino que su ser se manifiesta en el no ser porque al ser huella a causa de la huella del Otro en su ser, entonces el hombre jamás se encuentra en donde, por decirlo sí, se le ubicaba, jamás está o se encuentra en el mundo en el sentido de que es una huella, ni más ni menos. "Sólo queda una huella -nos dice Lévinas-, como si alguien hubiese estado ahí", y ahora que se le trata de ubicar es imposible, así, Dios, por su gracia infinita y eterna, por su amor hacia el otro, es un Dios que viene al pensamiento, pero que transforma al hombre en ser que huye del pensamiento. Así, mientras que Dios se hace ser pensable para el hombre, al hombre lo hace ser impensable orque lo transforma en huella cuando la huella del Otro, es decir, la huella de Dios, comienza a hacer en el hombre su habitación; de esta forma, el hombre es la huella del Otro en el otro...

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