Microficción El lenguaje de las invenciones

El ajedrez de Borges decidió iniciar una partida por sí mismo, así que cada pieza tomó su lugar. Cuando hicieron la formación siguieron sus propias jerarquías y no las reglas del juego que nosotros les hemos marcado. Como sabemos, las cosas no tienen la menor idea de nuestra neurosis que siempre intenta sistematizarlo todo, así que ellas jugaron libremente con las capacidades que habían adquirido de la imaginación de su dueño. Habían escuchado tantas veces al escritor narrar sus teorías literarias, sus ficciones o sus obsesiones, que terminaron por entender, más que un sistema, una forma de moverse y ser sobre su pequeño mundo de cuadros blancos y negros, así que el juego comenzó. Cada una de las piezas se movía en base a su necesidad. De entre todos, eran los peones los que se dedicaban a capturar a los enemigos del rey, y la dama destruía cuanta pieza se atravesaba en su camino. Los alfiles caminaban, obispo sobre elefante, detonando a la distancia todo lugar haciendo un gran daño. En eso estaban todos cuando un peón se sube a uno de los caballos, e invocando todo el poder de la literatura borgesiana, atraviesa de un solo movimiento, de esquina a esquina, como por un lugar aparecido, el tablero, hasta quedar junto al rey, y atacándolo por la espalda, el peón da un grito de furia que demostraba más valor que las demás piezas, y exclama victorioso las palabras que demuestran la caída de un Imperio: “¡Jaque mate!”

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