Deconstrucción hermenéutica y estructura textual...
El texto se nos presenta como un conjunto de palabras formando oraciones, ideas que nos quieren significar algo. Pero hablar del texto como de algo vivo que se manifiesta ante nuestra mirada, no es otra cosa que parte de la escritura que hacemos para hablar de él. El texto no es un organismo vivo, sino una estructura que se ha construido de forma artificial. El texto es algo "muerto" a menos que le demos "vida" por medio de leerlo y escribir en él, acerca de él o sobre él...
La deconstrucción hermenéutica, nuestro concepto más importante hasta ahora, es una metodología de lectura y escritura (la suma de Paul Ricoeur (lectura) y de Jacques Derrida (escritura)), inmersa en la estructura textual (únicamente el texto escrito, aunque se puede leer también una imagen, pero nuestra intención, hasta ahora, es el texto escrito, de ahí que hablemos de estructura textual), y que se va a construir por medio de todos los elementos que conforman el análisis del texto que se lee en ese momento: las páginas, los libros, las notas, incluso los lápices o las plumas, la computadora, las anotaciones en las orillas del libro, los pequeños papeles que pegamos en cada página. Diríamos que la deconstrucción hermenéutica es una metodología que se lleva a cabo directamente sobre lo que se lee y que conforma una estructura...
En este caso, la hermenéutica es el intento por "encontrarnos" dentro de lo que leemos, "apropiarnos" de nosotros mismos por medio de entender el "significado" de aquello que leemos. Nosotros no procedemos de ese modo. Ninguna estructura textual me dice quién soy, porque de entrada no creo en el "yo", y en todo caso, si creyera en un "yo", creería que este se mueve para todos lados. Un tanto como menciona Foucault, "escribimos (y leemos) para perder el rostro", es decir, el yo, lo que me identifica (me dá identidad)...
La deconstrucción, en cambio, es una estrategia de lectura que me hace (des)armar el texto, y entonces, no puedo conocerme por medio de esa forma de leer y escribir, sino que comienzo a ver el movimiento de lo que se lee, y jamás me encuentro en el texto. La deconstrucción va más hacia lo que ya mencionamos de Foucault. Sin embargo, no hay un sentido negativo, de perderme, diríamos, nihilista, sino de (re)construcción del texto mismo, pero sin mí, sin meter parte de mí, sin pensar en una presencia entretejida dentro de las páginas, las palabras, el libro mismo...
¿Quién crea el libro? ¿Qué nos dice el libro? ¿Por qué está ordenado de la forma en que ha sido ordenado? ¿Quién lo ordena? ¿Cómo podemos saber que ese orden es el que se necesita para conocer, para comprender el mundo, al hombre, a mi propio ser? ¿Es Don Quijote una revelación que le fue "dada" a Cervantes para que la entregara a los hombres? ¿Es la Biblia, realmente (sin el sentido mítico, es decir, sin el sentido metalingüístico que intenta explicar una verdad inabarcable), un libro revelado por Dios, y que le fue entregado a los hombres? ¿No son los libros un conjunto de anotaciones, de ideas, de pensamientos, que se han formulado por años y años los autores, pero estos a su vez, no piensan como piensan porque viven ciertas cosas, han experimentado ciertos momentos de su vida cosas que los han hecho pensar como piensan?
No podemos decir que el libro sea una revelación, ya que no existe una evolución del pensamiento, como señala Popkewitz, sino formas nuevas de ordenar el conocimiento, las cosas del mundo. Lo podemos comprender al observar las introducciones de los libros, las estructuras que se van a seguir y que son descritas por el autor del libro. Pero todo es escrito de cierta forma y con cierto lenguaje, en cierto idioma. Y el autor mismo ha sido educado con ciertos libros, con ciertos manuales, en ciertas escuelas, y así, no es el mismo escritor el que escribe en español y el que escribe en inglés, francés, aleman o incluso italiano...
Pensamos el mundo desde cierta perspectiva, incluso con cierta creencia espiritual, y de ahí partimos para pensar lo que escribiremos. ¿De qué hablamos cuando hablamos? ¿En qué idioma soñamos? ¿Con qué lengua pensamos? ¿De qué hablamos cuando hablamos de pensar? Nunca responderán, los diversos autores, estas preguntas de la misma forma. Pensamos con ciertas estructuras...
La deconstrucción hermenéutica, entonces, no intenta ser un concepto nuevo, innovador, que pretenda entender de mejor forma el mundo lingüístico construido a partir de las estructuras textuales. Únicamente pretende ser una lectura doble: por un lado, leer cualquier texto, y desarmarlo, por otro lado, leer cada parte de ese texto ya desarmado e interpretarlo, sin llegar a proponer ninguna nueva forma de texto. No es un concepto que pretenda cambiar la forma de concebir los textos, sino una metodología que nos ayuda (a nosotros, los que pensamos y leemos, a los que escribimos, a los que vemos, a los que estamos escribiendo ahora mismo, nosotros, los que pretendemos perder el rostro al escribir) a comprender lo que nos proponemos abordar por medio de una lectura y una escritura deconstruidas hermenéuticamente...
Nuestro principio, pues, de lectura y escritura, es que eso que leemos y sobre lo que escribiremos está incompleto desde siempre, y que jamás lo dejará de estar, y en esto nos basamos para creerlo en los Prólogos de Karl Barth, dentro de su Comentario a los romanos: "Toda obra -nos dice Karl Barth- es una mera introducción, una aportación más, y sobre todo, una obra de teología". Diríamos, pues, que nuestra lectura está basada en la creencia de este principio (básico para nosotros) y partimos de sospechar que el texto pueda decirnos algo más de lo que está ahí escrito, y sin embargo, el texto habla, y se trata de explicar a sí mismo, y sus palabras nos pueden llevar a algo más allá de lo que nos dice, pero ya no con un sentido metafísico, trascendente, espiritual, como si se tratara de una revelación dada al que escribe, sino una ficción que se extiende por todo el tejido del libro. La ficticia huella que seguimos, al leer cualquier estructura textual, se moviliza por todos lados, nunca se deja alcanzar, siempre se ausenta, y esa es su presencia, pero ya dijimos, la ficticia huella, y hablar de ella como de algo que se nos escapa, de algo que se esconde, de algo que esconde su rostro, es una forma de hablar, es mero lenguaje, y no pretendemos que la huella sea un ser vivo, un organismo que crece hasta significar...
La deconstrucción hermenéutica, entonces, lee y escribe sobre estructuras textuales por las que se asoman huellas por todos lados, huellas siniestras, como reflejadas en el espejo, como rostros que se borran al tratar de verlos "cara-a-cara". Signos de que alguien estuvo aquí, sin embargo, se ha escapado, pero dejó su marca imborrable y que es el texto, la estructura textual. Como la huella que vio Moisés en el monte cuando Yavéh se mostraba en su "espalda", mostrándose indirectamente. Pero a su vez, (des)arma todas estas huellas y las observa en toda su artificialidad de texto, de estructura, de fabricación, y descree de ellas, descree que signifiquen más allá de lo que está escrito, descree de lo que lee y descree al escribir. Sin embargo, juega con esas estructuras textuales, a que las (des)arma, analiza e interpreta y las (re)construye...
La deconstrucción hermenéutica, incluso, se sabe casi imposible y se sabe conformada por dos conceptos que pueden ser antagonistas o complementarios, y trata de encontrar el intersticio de ambas formas de lectura en el momento en que están más cerca. Trata de leer y escribir sobre esa parte que, por un instante, roza, se acerca, se empalma, pero que desaparece al siguiente instante. Es una metodología de la desesperación, una metodología de la angustia, porque no sabe dónde comienza la deconstrucción y dónde termina, y dónde comienza la hermenéutica y dónde termina, y se angustia porque tanto una como la otra corren el riesgo de perderse, y convertirse, la deconstrucción en hermenéutica y la hermenéutica en deconstrucción. Es una metodología de la desesperación, de la angustia, porque intenta trabajar en conjunto con el peligro de nunca encontrar su identidad, y de hecho, no tiene identidad, no tiene un verdadero rostro, no tiene una verdadera palabra, no tiene una verdadera forma ni un verdadero sistema de escritura; la deconstrucción hermenéutica permanece más en el margen, en la "tierra-de-nadie", en el no-lugar del puro lenguaje; la deconstrucción hermenéutica se pierde y se encuentra y se pierde y se encuentra y se pierde y se encuentra, hasta el infinito, es decir, de forma ficticia. Casi podríamos decir que la deconstrucción hermenéutica habla de un texto imposible, de un texto que bien podría habitar la biblioteca de Babel, de Borges, una biblioteca imposible, ficticia, infinita. Pero existe, la deconstrucción hermenéutica existe, e intentamos que exista, tratando de leer y escribir a partir de ella, pensando en ella, creyendo que lo que estamos haciendo es con ella, a partir de que ella es nuestra metodología. Quizá se confunda con otras metodologías, pero a partir de ella existe en nuestra mente y dirige nuestra forma de leer y escribir, sabemos que lo que hacemos es el intento de trabajar la deconstrucción hermenéutica en nuestras estructuras textuales (y de hecho, nuestras estructuras textuales están hechas a partir de la deconstrucción hermenéutica)...
Y ahora mismo, lo que escribimos y leen (quien sea que lea), decimos que está escrito a partir de la deconstrucción hermenéutica. ¿Dónde está Derrida y su estrategia de lectura y escritura? Debe ser buscado, porque está entretejido en nuestra estructura textual, entre nuestras palabras, entre nuestras intenciones. ¿Dónde está Ricoeur o Gadamer? Deben ser buscados entre las referencias, entre las ideas, los pensamientos, las definiciones rápidas, aquí y allá, escondidos, huyendo, presentándose...
La deconstrucción hermenéutica, entonces, es leer y escribir una estructura textual de la angustia, de la desesperación, de la fragilidad, del pensamiento vacío, de la mirada miope, débil, de la plasticidad lingüística, de la duda, de la sospecha, de la contradicción, pero de la fe plena en que lo se está escribiendo es una estructura textual a partir de la deconstrucción hermenéutica...
¿Hay texto, hay método, hay sistema, hay huella? No lo sabemos, pero lo creemos y no es lo que queremos hacer...
¿El fallo? Es que todo está escrito en línea recta, de forma coherente, de forma que se entienda, en orden, en palabras que nos dicen algo, en un lenguaje que se comprende, con letras que conocemos. Mientras no "matemos" la gramática, el último dios sigue vivo, la divinidad del lenguaje seguirá existiendo, y aunque lo intentemos, nunca nos escaparemos de él. Vivimos dentro de estructuras lingüísticas, estructuras que conforman nuestros mundos lingüísticos. Entendemos el mundo de cierta forma, hablamos de él con el único lenguaje que conocemos, pensamos, usamos. Nunca nos podremos escapar de una lectura que encierra una voz que encierre una presencia que encierre una lógica. Ni siquiera pensar en el laberinto como escapatoria, o en la différance, o en nada, nos ayuda a escaparnos...
Y sin embargo, creemos que lo que hacemos es deconstrucción hermenéutica...
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