Imágenes bíblicas: deconstrucción hermenéutica y estructura textual...

Al parecer, todo en la Biblia apunta a la construcción de una deconstrucción hermenéutica y de una hermenéutica deconstructiva dentro de sus estructuras textuales; vemos un significado que se interpreta, y que la interpretación construirá la diseminación del texto, de la estructura textual.

Si hablamos de cada uno de los relatos (mitos o metanarraciones), veremos un conjunto de signos en expansión. Por ejemplo, Abraham sería un signo que se disemina en su descendencia, y lo vemos al momento en que Dios le promete una “descendencia tan amplia como las estrellas del cielo, o los granos de arena del mar”. Vemos su deconstrucción hermenéutica (y la hermenéutica deconstructiva en él), como estructura textual, cuando parte de su lugar de origen hacia un nuevo sitio, y nunca más vuelve: el sentido o significado es la pérdida de su rostro, de su nombre y de su palabra…

Pero ahora, ¿quién, o quiénes escriben la Biblia? Sabemos que David y Salomón son reyes que van a levantar un conjunto de escuelas de historiadores, intérpretes y hermeneutas que van a construir la historia real, y que será el discurso que deconstruya (y reconstruya) toda la concepción de lo sagrado en relación con el hombre: ellos son reyes míticos (reyes simbólicos) que van a construir una concepción de los sagrado dentro del Libro Sagrado, y serán ellos quienes fundarán una cierta deconstrucción hermenéutica dentro de la estructura textual: ellos fundarán mitos, narraciones, cuentos, fábulas, historias, es decir, un tejido de textos que nos darán la estructura lingüística que hoy utilizamos…

Pero míticamente, ¿quién o quiénes escriben la Biblia? ¿Quiénes, según la narración que se ha construido, son los que van a redactar esa compleja textualidad que es la Biblia? Será la invención de grandes hombres, hombres que serán textos, que se autoconstruirán como textos humanos que van a significar más allá de la “muerte”, tal como nos señala el Salmo: “Dios es Dios nuestro, aun más allá de la muerte”. ¿Adán, Caín y Abel, Abraham, Isaac, Jacob, José, Daniel? ¿Todos ellos son hombres reales, o son estrategias literarias, conformadas para conformar un discurso sobre, como ya dijimos, lo sagrado entrando en relación (in)directa con los hombres? La posmodernidad ha planteado el desvanecimiento del autor: no hay quién escriba, no hay autor, no hay un lector y un escritor ontológicos; toda la escritura es una estructura que surge y se desvanece, y que va más allá de nuestro dominio, que sale de nuestro poder de comprensión, que ni siquiera podemos aprender, apropiarnos, que va más allá de nuestros mundos lingüísticos, aquello con lo que comprendemos, y hacemos nuestra, toda lectura y toda escritura. La Biblia es una estructura textual que transforma nuestros dos procesos de aprehensión del significado o sentido, nuestros procesos de apropiación de significado: la lectura y la escritura, es decir, la Biblia es una estructura lingüística que rompe la simple hermenéutica y la simple deconstrucción, y lo que necesitamos es una deconstrucción (y la hermenéutica deconstructiva) continúa su camino por todo lugar de la Biblia, esa estructura textual que hace presente entre sus palabras, sus oraciones, sus mundos lingüísticos, la presencia de un Dios, que es igualmente inapresable, como lo es el texto mismo…

¿Por qué es la Biblia una estructura textual que nunca finaliza, que aun cuando parece que acaba, apenas comienza? Porque en su interior se manifiesta la presencia de Yavéh, el Dios que es en sí mismo, que nunca termina, que está tejido entre sus palabras, sus ideas, sus fábulas, sus parábolas, y todo eso lleva a la Biblia a transformarse en un texto que se desborda, en sí mismo, de sentido; un significado eterno e infinito. El Dios de la Biblia es un Dios en plenitud de différance, es un Dios que tiende a la multiplicación de sentidos, es un Dios que construye contradicciones que nunca son contradicciones en un sentido nihilista, destructivo, sino que son contradicciones, y estas son estrategias narrativas, herramientas conceptuales para poder desbordar el sentido de toda la Escritura, y es por eso que se vuelve un texto en expansión. Eternamente vivo, eternamente significando, eternamente en deconstrucción hermenéutica orgánica: la Biblia es un ser vivo, un organismo, que se teje y autoteje y desteje, dentro de la mente de sus lectores y de sus escritores…

Las imágenes en deconstrucción hermenéutica son como el Génesis, que se multiplica, repitiéndose dentro de toda la narración bíblica; repetición que se da vez tras vez, durante toda la construcción del texto. Todos los escritores parten de un génesis de su escritura, todos hablan del surgimiento del hombre, de su imposibilidad y su desvanecimiento, y de Dios como aquel que reconstruye el ser de los hombres. Se construye el sentido en todo momento, el metasentido, pero se vuelve a desarmar, para volverse a construir de otra forma, con entradas y salidas, y salidas y entradas. Espiral que se abre y se cierra. Pero también, todo en el Génesis es deconstrucción hermenéutica porque parte, en su estructura, de unidades y multiplicidades, de lo uno y lo otro: un Dios creando diversidad de cosas; un Dios creando diversidad de gente: un ir y venir en el discurso sagrado que manifiesta la multiplicación de significados: los contrarios se complementan, los contrarios son la différance de Derrida. Vemos también al mito de la torre de Babel, en su sentido, que es doble: por un lado, parece que contiene un sentido negativo, al significar confusión; por otro, contiene un sentido positivo, al significar puerta de Dios. En Babel, como suceso, surge la multiplicación y se manifiesta en la diseminación de todos los hombres por el horizonte del mundo. Los hombres, para nosotros, son transformados en textos orgánicos, en textos con significado vivo, en estructuras textuales que se conforman al entrar al horizonte del mundo del significado. Un significado que, al final, se (des)arma. Es también, en esta línea de pensamiento, que vemos a Josué, cuando hace caer los muros de Jericó: Josué es la deconstrucción hermenéutica por medio de la caída, la desconstrucción de la historia antigua (Moisés) y la historia nueva (ahora Moisés como texto o estructura textual en unas leyes que se van a volver trascendencia metafísica, pero que vendrá a deconstruir Jesucristo, máxima figura bíblica de la deconstrucción hermenéutica, al menos, a nivel de nuestro discurso…


Pero de todo esto se desprenden más ideas en cuanto a la deconstrucción hermenéutica y la hermenéutica deconstructiva por medio de las imágenes bíblicas:

Abraham es deconstruido en la misma línea que Jacob, y que cualquier otro personaje de la Biblia, en cuanto a la deconstrucción que se lleva a cabo por medio del encuentro con Dios. La deconstrucción en Abraham sucede en el momento mismo en que Dios (ser múltiple uno) lo saca de su lugar de origen (lugar en que se llamaba Abram) para llevarlo a un nuevo lugar de habitación (lugar donde ahora es nombrado Abraham); así también, la deconstrucción de Jacob se lleva a cabo cuando el ángel se enfrenta a él (antes del enfrentamiento, vemos su nombre, Jacob (suplantador)) y le transforma su nombre y su rostro (después del enfrentamiento, su nombre es Israel(pueblo de Dios, el que lucha con Dios y con los hombres y vence)). Todo en el ángel y en Jacob es un proceso de deconstrucción y hermenéutica: cuando Jacob se enfrenta con el ángel, va con el sentido del hermeneuta, que desea entender el mensaje que tiene delante, que desea “sacar” el sentido, al modo del arqueólogo foucaultiano, escarbar hasta lograr “desenterrar” la palabra última, que es representada por medio de la bendición que le pide al ángel. El ángel es el texto del hermeneuta, el ángel es el mensaje, es la palabra de Dios, que desborda de sentido. El ángel sale al encuentro de Jacob como el deconstructor que es: va a desarmar a Jacob, le va a “arrancar”, de raíz, el sentido de su ser, el rostro que lo hace ser, el nombre y su palabra; de este encuentro, Jacob y el ángel saldrán con nuevos sentidos: uno y otro serán tomados de otra forma. Lo que veremos es la apropiación y la desapropiación (Ricoeur y Derrida) en esta narración: Jacob procura apropiarse del sentido del texto-ángel, y en su enfrentamiento, perderá, será desapropiado (la violencia es representada en esta lucha, leer y escribir ya es una violencia a la estructura textual, de aquí que se plantee que el lenguaje sangra en la lectura y la escritura) de su propio rostro, nombre y palabra, tal como sucederá con Abraham, que también pierde nombre, rostro y palabra. La lucha es aquella lectura y escritura suspendida, aquel momento en el cuál se unen, por un instante casi infinitamente ficticio, deconstrucción y hermenéutica…

(El rostro, el nombre y la palabra: elementos del hombre, que se manifiesta en el horizonte del mundo por conocer y que habita en el otro, que son las huellas del Otro en el otro, que siempre corren peligro de perderse; siempre se mantienen al límite de lo existencial, son lo más frágil del discurso, porque al desvanecerse el sujeto ontológico, el autor, es decir, el lector y escritor de la estructura textual, tal como plantea la posmodernidad, son lo primero que se pierden en el horizonte. Apropiación y desapropiación que se llevan a cabo en esa lectura y escritura. Ya al plantearse la muerte de Dios, es decir, la muerte de la gramática, y la muerte del hombre, o la muerte del lector y escritor, se va a plantear el fin del rostro, del nombre y de la palabra. Peligro inminente que siempre acompaña al texto, y que se manifiesta en aquella estructura construida por la lectura y la escritura: la deconstrucción hermenéutica es la metodología que deconstruye (construye, destruye y reconstruye) el significado artificial de todo texto…)…
Aquí desarrollamos una serie de reflexiones en torno a tantos otros significados bíblicos, que en nuestro parecer, se construyen a partir de una deconstrucción hermenéutica. Una serie de imágenes bíblicas (como señala ya el título de nuestro trabajo) que encierra en su ser de texto ambas corrientes filosóficas, ambas formas de leer y escribir los textos. Lo que sigue es la construcción de un gran paréntesis marcado dentro de unos paréntesis inexistentes, pero que se conforman por la separación que vemos con el discurso manejado líneas arriba:

Las imágenes bíblicas son deconstrucciones hermenéuticas que habitan ya de por sí dentro de una palabra escrita entre las sombras, una zona de luz y oscuridad, a causa de sus significados ocultos, o mejor sería decir, manifestados de forma indirecta, en todo el discurso bíblico. En este caso, veremos el sentido de la escalera de Jacob, aquella escalera que “sueña” (el sueño va a ser una herramienta narrativa que se utiliza constantemente), y de la cual, ángeles suben y bajan (la movilidad del mensaje, de la palabra) del cielo a la tierra y de la tierra al cielo. Horizonte de conocimiento que Jacob construye por medio de la narración de su sueño, un sueño que, como vemos, ya es un mundo lingüístico, una estructura lingüística que va a necesitar ser deconstruida e interpretada para poder apropiarse del sentido (el lenguaje en constante movimiento de sentidos y sinsentidos y metasentidos y sentidos hasta lo imposible). Moisés será deconstruido en el desierto, es decir, en aquel lugar donde no habitan los hombres, los otros para Moisés, y donde el silencio es el único lenguaje. La manifestación de Dios mediante una voz inaudible, una voz silenciosa, que únicamente se manifiesta por medio de la zarza ardiendo, y que será el signo de la transformación de su ser (nuevamente vemos la violencia que se lleva a cabo al rostro, a la palabra y al nombre, para transformar al hombre que entra en contacto con el Dios que desborda la estructura textual de las palabras de sagrada escritura). Yavéh habla con Moisés, lo manda como portador de su palabra, como su ángel o mensajero, como un texto humano, un texto viviente, desbordado de significado, al encuentro de todos los hombres, pero como Moisés mismo señala, él es “tartamudo”, es decir, un ser que sabe que tiene un lenguaje que es un balbuceo para darse a entender a los otros. Sabe que su palabra nunca podrá contener a la Palabra de Dios. Yavéh, entonces, lo deconstruye, lo transforma, lo disemina, y Moisés, con Aarón, visitará a los hombres, como el mensajero de la Palabra, dada de forma indirecta, a los hombres (recordemos que al hablar Moisés, debía cubrir su rostro, porque la Palabra de Dios brillaba (como objeto presente entre los hombres) en el rostro de Moisés). Vemos también la narración del Éxodo, que es el testimonio de un pueblo que no era pueblo, pero que ahora es hecho pueblo. Un pueblo, que al ser deconstruido, todo en él se vuelve testimonio de la deconstrucción de Dios: se multiplican las plagas, se multiplican los hombres, de multiplican los días en el desierto, se multiplican los castigos, se multiplican los desiertos. La multiplicación es el sentido que encierra la deconstrucción hermenéutica. Todo en la Biblia puede ser tomado como si fuera un texto, porque todo en la Biblia es estructura narrativa, estructura lingüística, estructura textual, y así, podemos entender el movimiento de las aguas del mar rojo, abriéndose de par en par, como la acción que se lleva a cabo al abrir un texto por medio de su lectura, y todos los apuntes que se hacen a las orillas de sus páginas. Las páginas se abren en su sentido, significando más allá de las palabras mismas, más allá de lo que el sujeto que lee puede llegar a comprender. Los textos bíblicos son estructuras que se abren a la hermenéutica, a la deconstrucción, y Yavéh es el que va a desbordar el sentido. También entendemos que Yavéh presenta delante de Moisés la deconstrucción hermenéutica, cuando habla con él y le dice que no podrá ver su rostro, sino únicamente su espalda, y aun así, lo esconderá en la hendidura de una peña hasta que haya pasado toda su gloria, que será manifestada por medio de la Palabra de Dios. Aquí el símbolo de la huella es el símbolo de la deconstrucción hermenéutica, tal como lo es el rostro, el nombre y la palabra; la huella, ese doble sentido de marca e impronta, la marca como la que vemos en los mapas, que señalan un lugar, un la impronta, como aquello que queda marcado de forma imborrable, es différance bíblica que se va a tejer dentro de sus páginas. También podemos pensar en la huella como el lenguaje de lo que realmente pensamos, y la deconstrucción hermenéutica nos señala que leemos y escribimos huellas: las palabras son una zona de sombra, una voz que surge del otro lado de la puerta. Los profetas también aportan imágenes de la deconstrucción hermenéutica bíblica: el juego lingüístico que se encuentra en todos ellos, las metáforas, el movimiento, los ejemplos, ellos mismos, son imágenes que se multiplican para significar más allá de las palabras que significan. Imágenes como carros de fuego, seres vivientes de cuatro rostros, ángeles y demonios peleando, dragones, mujeres embarazadas que están en peligro, visiones de animales, objetos, números, palabras, voces que surgen de ningún lado, pasado y futuro señalado como sucesos que vendrán sin venir y vendrán ya viniendo. Las visiones de los profetas son todas imágenes deconstruidas, y todo en su discurso es deconstrucción hermenéutica para aquel que lee y escribe y escucha y ve y piensa. Vemos a José y a Daniel como intérpretes de sueños que tienen la capacidad de apropiarse y desapropiarse del sentido del sueño: en todos sus mensajes y todas sus palabras, en todas sus interpretaciones y deconstrucciones, existe una explicación, existen mensajes de Dios (la palabra que deconstruye hermenéuticamente a los hombres). Ellos dos se vuelven deconstructores hermenéuticos de los mensajes de Dios y de los hombres, y ellos mismos habitan el mundo de otra forma, como si fueran la différance en el horizonte del mundo de los hombres. Pero no olvidemos a Isaías, aquel profeta de Dios que va a contemplar dentro del templo al Santo de Israel, y que la sola presencia de Dios lo lleva a “caer como muerto”, es decir, Isaías vive la deconstrucción en su propio ser, pero es Dios quien lo restaura, lo levanta, lo lleva a la transformación (la violencia en todo momento se encuentra dentro de la estructura bíblica, es algo que señalamos constantemente) de su palabra, de su rostro y de su nombre, de tal forma, que cuando se acerca para hablar al Pueblo de Dios, Israel (Israel es un nombre en deconstrucción, de origen sin origen, porque quien da el origen, que es el ángel, se manifiesta y luego se desvanece, ¿dónde está, pues, el origen del nombre deconstruido de Israel? Es un nombre que viene de ningún lado, que es el mismo lugar de donde proviene la Palabra en la Voz de Dios), se acerca con un nuevo sentido en su mensaje, con una nueva palabra, con nuevas formas de interpretar el mensaje. Isaías mismo es un texto en deconstrucción, porque la estructura de sus páginas, recordemos, es llevada a cabo, en su construcción, por tres diferentes Isaías. Y señalamos también, dentro de las imágenes bíblica en plenitud de deconstrucción hermenéutica, a la imagen de la mano que escribe en la pared, en Daniel; esa mano que no sabemos de qué lugar proviene, esa mano que trae consigo un sentido bien diferente, que surge como escritura, y requiere de otra lectura, ya que surge “del otro lado de la puerta de la realidad"; toda la obra de Dios proviene del otro lado de lo real. El texto bíblico proviene del otro lado de lo real, pero su sentido se nos da en nuestro lenguaje, en nuestro significado, y somos los hombres los que lo interpretamos, los que tratamos de aprehender su sentido. Somos los hombres los que, en nuestro limitado mundo lingüístico, hemos adentrado todos los conceptos para desentrañar el sentido de la palabra de la Biblia. Pero acercarnos a ella requiere que nos acerquemos, siempre, con el temor de aquella primer violencia al ser, aquella primer violencia que nos despoja, lo sabemos de sobra, de nuestro rostro, nuestra palabra y nuestro nombre, de nuestro lenguaje que manifiesta nuestro ser, y que (des)arma todo nuestro mundo, que es nuestro mundo lingüístico en re(des)estructuración. La Biblia, es pues, aquella estructura mental que permitirá que dejen de existir nuestros mundos lingüísticos, para volverlos a hacer existentes, y ya se estén desvaneciendo, tal como señala Monsiváis. Y ¿qué decir del Nuevo Testamento? Aquella parte que en nuestras biblias inicia en Mateo y concluye en Juan, pero que algunos sostienen que la construcción partió de Marcos, aun cuando ya estaban en circulación algunas de las cartas de Pablo. Vemos, pues, las contradicciones que han señalado algunos estudiosos, y que son parte fundamental del comprender la Biblia como un libro lleno de partes que no concuerdan. Pero nosotros entendemos los evangelios como una construcción complejísima de todo el discurso de Jesucristo; es la transformación de su ser a texto, a estructura textual, a mito o metanarración, y que como ya señalamos líneas arriba, Jesucristo representa la deconstrucción hermenéutica absoluta dentro de la Biblia. Si, como señala Harold Bloom, el Dios del Antiguo Testamento, no concuerda con el Dios del Nuevo Testamento, es porque todo ha pasado por la perspectiva de mirar a Dios por medio de la mirada de Jesucristo, y lo vemos en él mismo, cuando señala “Ustedes escucharon decir (en la ley de Moisés)… pero yo os digo”, y esto ya es la deconstrucción hermenéutica en proceso de reestructurar todo el texto sagrado. Incluso Pablo, cuando habla de Jesús, lo menciona de otras formas totalmente distintas a las de los evangelios. Pero veamos a Pablo, él mismo hace uso de la deconstrucción hermenéutica, al señalar, una y otra vez, su conversión, y cada vez que la cuenta, surge de otro modo. Pero sabemos que Pablo, antes de ser apóstol, era Saulo de Tarso, y es en el camino a Damasco donde inicia toda la deconstrucción de su ser, y con él también se lleva a cabo aquella violencia primera de la que ya hemos hablado. Su experiencia, entonces, es deconstruida una y otra vez: cuando es arrebatado al tercer cielo; cuando habla de su ceguera; cuando habla de una enfermedad; cuando habla del aguijón en la carne; cuando habla de su conversión. Pero aquí está el significado que nosotros vemos en Pablo: habla de sí mismo de forma indirecta, deconstruye hermenéuticamente su propia experiencia narrando sobre otro, otro totalmente otro, es decir, él mismo hasta el infinito: él delante del espejo de la narración, que lo refleja volviéndolo otro para poder autocomprenderse y autoapropiarse, a fin de narrarse y autodeconstruirse. La Carta a los hebreos es la deconstrucción hermenéutica de toda la doctrina hebrea, y adentrando en ella (en la doctrina) la enseñanza sobre el Mesías, en el cuerpo hermenéuticamente deconstruido de Jesús. Incluso la fe, que se narra en Hebreos, es deconstrucción hermenéutica, ya que transforma a los hombres, los lleva al final y al inicio, los hace perder el rostro y el nombre y la palabra y recuperarlos nuevamente, pero en un sentido totalmente nuevo. Como diría el propio Jesús: “Yo hago nuevas todas las cosas”. ¿Se refiere a esa deconstrucción hermenéutica de la que venimos hablando? ¿Se refiere a la reinterpretación que hace del mensaje de Moisés, de su ley? Como ya hemos visto en otro momento, Jesucristo mismo es un hombre nietzscheano, el verdadero superhombre nietzscheano, y, tal como señala Deleuze, el superhombre ya no es Dios y el hombre, sino una nueva forma, en este caso, una nueva forma de lectura, y lo que propone Jesús es leer y escribir, comprender y aprehender, y apropiarse desapropiándose, todos los significados. El significado, en esa concepción ontológica, que no permite nuevas formas de interpretación, que no permite el desborde del significado, es parte de los ídolos que debemos destruir dentro de nosotros: debemos llegar hasta las últimas consecuencias al momento de hablar de un pasaje, de un texto, de una línea, incluso de una frase o un pensamiento. Romper el sentido, romper el significado absoluto, para diseminarlo por todo el mundo del texto (Ricoeur). Por fin señalamos lo que encontramos de deconstrucción hermenéutica en Apocalipsis: en Apocalipsis todo es deconstrucción hermenéutica, porque toda la visión de Juan parte de un punto y se abre a varios otros: todo permanece en punto de fuga, todo se multiplica, las visiones, las iglesias, incluso los ángeles y los demonios y dragones. Incluso Juan, cuando termina de escribir su Apocalipsis, dice, "ven, Señor Jesús", cuando se debería leer, "Ven Señor Jesús, que ya de por sí estás viniendo", señalando que Jesús está por venir y ya ha venido. El "ya", pero "todavía no", de la deconstrucción hermenéutica. Y Juan, el ¿mismo? autor del Apocalipsis, señala que en el mundo no cabrían los libros que se habrían de escribir para hablar de la vida de Jesucristo. ¿Es que de aquí Borges ha tomado la narración de La Biblioteca de Babel, esa biblioteca infinita, que contiene todos los lenguajes? Y entonces, recuerdo, que Jesús es la Palabra infinita, que no cabría en el mundo […]

Es así como señalamos esa otra vida que tiene la deconstrucción hermenéutica: una vida como forma de leer los textos, muy diferente a la de la hermenéutica y la deconstrucción por separado. Este texto es un intento por leer partes de la Biblia, imágenes bíblicas, como hemos señalado, con la metodología de la deconstrucción hermenéutica. Pero como señala Karl Barth, es un intento, una introducción, un simple despliegue de los muchos despliegues que están contenidos en el Libro Sagrado. La Biblia es, pues, el despliegue de toda una estructura textual, lingüística, que se multiplica en su sentido hasta el infinito, pero no por un fenómeno ontológico, como si un lector y un escritor estuvieran presentes, para guiarnos en lo que se debe leer (no son la guía ni la ley del texto que nos guía para una buena acción, con buena conciencia, al momento de leer y escribir), sino porque hemos roto todo tipo de relación con ese lector y ese escritor ontológico y partimos de un texto vacío en espera de que sea llenado de vida, vida artificial, que durará solamente un momento, y que luego volverá a abandonar el texto, hasta que nuevamente, otro lector y otro escritor lleguen, y el silbo apacible oculto en sus palabras de estructura textual infinitamente artificial, llegue a ellos, como el murmullo de aguas que fluyen sin cesar (la Biblia contiene, entre sus páginas, una luz fugaz que nunca se apagad), y nuevamente dejarán de leerla; entonces descubriremos que en ella no existe vida en sí misma, sino que se le da esa vida, esa lectura y esa escritura que la hace ser. Después de todo, la Biblia es una herramienta conceptual construida por Dios mismo en una estructura textual que es deconstrucción hermenéutica y hermenéutica deconstructiva, y que es infinita, porque Dios, que está tejido dentro de sus páginas, es infinito y eterno, pero sabríamos qué dicen, realmente, sus páginas, si supiéramos qué dice realmente Dios, pero en primer lugar, es nuestra más grande imposibilidad, y nuestra más grande incógnita: ¿quién es Dios y quién es el hombre y qué es una estructura textual construida a partir de la deconstrucción hermenéutica? Sin embargo, Dios y el hombre han manifestado la estructura textual en deconstrucción hermenéutica en el horizonte del mundo del texto: leer y escribir…





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