Silencio y enunciación como estructura textual a partir de la deconstrucción hermenéutica...

11 Y he aquí Jehová que pasaba,
y un grande y poderoso viento que rompía los montes,
y quebraba las peñas delante de Jehová;
pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto;
pero Jehová no estaba en el terremoto.
12 Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego.
Y tras el fuego un silbo apacible y delicado.
1 Reyes 19:11, 12




¿Podemos pensar en el silencio y en la enunciación, juntos, en el mismo concepto, o como rostros frente al espejo, donde uno refleja al otro? ¿Podríamos trazar una imagen, descrita a partir de cierta perspectiva de análisis, que nos dibuje una metáfora sobre el silencio y la enunciación? ¿Es posible construir una estructura textual que encierre entre sus pliegues, entre sus formas, entre sus conceptos y sus ideas, al silencio y a la enunciación? ¿Podemos encontrar una serie de imágenes en libros, en cuadernos de notas, en apuntes, en reflexiones, en lo que denominamos estructura textual, y estas imágenes nos manifiestan un silencio y una enunciación, desde la deconstrucción hermenéutica? ¿Y qué es la deconstrucción hermenéutica? ¿Cómo funciona? ¿Cómo se estructura? ¿Cómo se escribe? ¿Y por qué podemos pensar, a partir de dicho concepto, al silencio y a la enunciación?

Esta serie de preguntas las hacemos para poder pensar la estructura de nuestro texto. Entonces, al pensar en contradicciones que pueden permanecer juntas, en la misma línea, la misma idea o el mismo texto, podemos pensar el doble camino de la estructura textual a partir de la deconstrucción hermenéutica. Y este texto no trata únicamente sobre el silencio o sobre la enunciación, sino que trata sobre la escritura, sobre la estructura textual, sobre el lenguaje y sobre nuestro concepto. Trata sobre lo que hemos reflexionado desde hace tiempo, y entonces, es un texto más que intenta construirse en torno a nuestro concepto maestro, que es la deconstrucción hermenéutica.

Aunque no los escribimos abiertamente, este texto lo hemos escrito a partir de una serie de autores que nos han hecho pensar durante todo este tiempo: aquí y allá se encuentra Borges y Foucault, aquí y allá se encuentran Derrida y Lévinas, aquí y allá se encuentran Nietzsche y Heidegger, aquí y allá se encuentran trazos y retazos de lecturas, incompletas, que hemos hecho a la Biblia y a Don Quijote. Son más libros, son otros estilos, son otras formas, son construcciones textuales a partir de la ficción, del lenguaje infinito, de la imaginación, incluso, tratamos de que todo esto se estructure a partir de una mala escritura, de una falta de escritura, y tratamos de que nuestro texto suena a descompuesto, a rompimiento con las ideas, incluso a repetición. Esta es nuestra metodología, nuestro intento y nuestra intención.
Nuestra reflexión gira en torno de dos conceptos importantes, dos conceptos que a primera vista parecen contradictorios, pero que viéndolos más de cerca, pensándolos juntos, son complementarios, e incluso, uno de esos conceptos puede habitar al otro. En efecto, cuando el silencio (nuestro primer concepto a pensar) es encontrado, descubierto, pensado, dentro de la enunciación (nuestro segundo concepto a pensar), o viceversa, la idea que tenemos acerca del lenguaje (el concepto por el cuál pensamos los otros dos conceptos, unidos, completándose, complementándose) comienza a tener otros matices, otras imágenes, otras formas de ser pensado.

Los tres conceptos en juego dentro de esta reflexión que estamos “escribiendo” (¿de qué hablamos cuando hablamos de escribir o de escritura o de un escrito?, ¿qué es un escrito sino el lenguaje plasmado sobre el papel, la hoja, incluso un trozo de piedra o una madera?, ¿realmente la escritura es el lenguaje plasmado, graficado, marcado, puesto como señal sobre “algo”?) son pensados juntos, separados, escritos, hablados, es decir, “enunciados”, y enunciar ya es cuestionar, o preguntar, y cuando existe una pregunta (la serie de cuestionamientos) entonces vemos que estamos pensando en un diálogo, y donde existe el diálogo, existe el otro (incluso en algún lugar, Lévinas nos habla “del rostro demandante del otro”, y ¿qué demanda el rostro del otro sino respuestas, y qué es el rostro del otro sino un gran cuestionamiento que sale a nuestro encuentro?)

(A partir de este momento, vamos a tratar de acercarnos a los tres conceptos que nos proponemos pensar: silencio, enunciación y lenguaje).

Pensar en el silencio, en la enunciación, y en el lenguaje, nos hace preguntarnos en todo momento: ¿Es que podemos pensar desde el silencio, o pensamos sobre el silencio? Pensar sobre el silencio podría significar pensar por encima de él, y pensar desde el silencio podría hacernos pensar que pensamos desde dentro de él. ¿Pensamos acerca del silencio, pensamos en el silencio? Pensar acerca del silencio es pensar acercándonos al silencio, y pensar en el silencio puede ser un juego doble: por un lado, pensamos en el silencio, habitando el silencio, en, siendo la postura de estar detenido sobre, en, dentro del silencio, por otro lado, es pensar en el silencio, como si el silencio estuviera delante de nosotros, siendo contemplado por nosotros, observado en sus movimientos, en sus matices, o escuchado. Luego, ¿qué es el silencio?, ¿es posible definir el silencio, incluso podríamos hablar de pensar el silencio? Aquí, entonces, encontramos algo interesante, y es que, al pensar el silencio, lo que pensamos no es el silencio en sí, sino que pensamos un concepto, una palabra que nos significa “algo” llamado silencio, y esa palabra, como señalaría Borges, no es la cosa en sí, es decir, la palabra silencio no es el silencio en sí, sino que nos representa una idea que tenemos acerca de algo que conocemos, comprendemos, pensamos, hemos sentido, e incluso practicado, pero que no podemos más que percibir, “se supone que el lenguaje corresponde a la realidad, a esa cosa tan misteriosa que llamamos realidad. La verdad es que el lenguaje es otra cosa.” Las preguntas, pues, son herramientas para romper el sentido de lo que decimos o pensamos, y en este caso, tratamos de romper el sentido de la palabra silencio para encontrar lo que realmente tenemos en mente cuando pensamos en el silencio. Pero la enunciación también nos lleva a una serie de preguntas, mismas que nos formulamos a partir de las diferentes teorías de la enunciación, y que también podríamos llamar teorías de la acción enunciativa.

Preguntaríamos, a partir de las teorías de la acción enunciativa: ¿Quién es el otro, aquel otro que pronuncia su palabra y que yo escucho? ¿Quién habla cuando el otro habla, cuando el otro me habla y me cuestiona y me expresa su ser en sus palabras? ¿Quién habla, quién pronuncia la palabra, quién tiene la palabra? ¿Alguien es dueño de la palabra que es pronunciada y que se escucha, ya sea en forma de pregunta, de exclamación, de afirmación? ¿No son las estructuras mismas las que construyen el lenguaje que es el hablar de algo? ¿De qué hablamos cuando hablamos de lo que hablamos? ¿De qué hablamos al hablar de lenguaje y de escritura y de silencio y enunciación? ¿A quién es dirigida mi palabra cuando la pronuncio? (pero en esta pregunta que acabamos de hacer-escribir, preguntaríamos, ¿soy yo el que pronuncia esa palabra?, ¿no son las estructuras lingüísticas las que me hacen hablar, como ya vimos en otra pregunta?) ¿Qué significa aquello que pronuncio? Esta serie de preguntas las formulamos menos a buscar una respuesta que a pensar en la construcción de mi lenguaje, es decir, mi palabra en acción directa hacia alguien o hacia mí mismo o hacia la simple pronunciación de mi palabra.

Pero, ¿de qué hablamos al hablar de la palabra, y en qué pensamos al hablar de la palabra como parte que conforma el lenguaje? Pensaríamos y hablaríamos de la palabra como de una forma de caja mágica, que encierra el significado, pero al mismo tiempo, pensamos en ella como de una caja artificial, una caja que encierra un significado que construimos para poder comunicar algo. La palabra es para nosotros una caja que contiene un microuniverso que utilizamos como herramienta conceptual para conformar nuestros pensamientos acerca de todas las cosas, que se resumen en el mundo de lo real.

Continuamos dentro de la teoría de la acción enunciativa, y ahora trabajaremos una imagen para explicarnos la acción enunciativa: La lucha de Jacob con el ángel. Esta narración bíblica nos dice que Jacob, un hombre mítico, se ha mantenido solo, en un terreno donde ningún otro ser humano habita. En este caso vamos a ver la situación de Jacob como habitando el silencio, ya que no hay comunicación con nadie más. Y es en este silencio donde la transformación de Jacob será profunda, y será a partir de la transformación de tres elementos frágiles en él: su palabra, su nombre, su rostro. Luego vemos que Jacob comienza a “moverse”, es decir, hay una acción de su palabra, el movimiento de su nombre, y sale al encuentro del ángel. ¿Cómo interpretaremos a Jacob y al ángel? ¿Cómo hablaremos de estos dos personajes y su lucha o encuentro?

Para nosotros, Jacob será la metáfora del hombre que busca responderse preguntas acerca del mundo que lo rodea, que busca la transformación de su propia palabra, que busca definir el mundo, su mundo, la subjetividad de su mundo, y que al final, todo su mundo lingüístico es radicalmente cambiado. Jacob es el hombre en el mundo, representando el Dasein heideggeriano, el ser en el mundo de cierta forma. Es, al mismo tiempo, la metáfora del lenguaje en plena comunicación, entrando en relación con el otro, que se expresa, que manifiesta su ser al salir al encuentro del ángel. Este último es el otro que sale al encuentro de Jacob, es la palabra pronunciada hacia el otro. Entre Jacob y el ángel representan la construcción de la comunicación, que es el lenguaje dirigido hacia el otro buscando obtener una respuesta. Diríamos lo siguiente: “La clasificación de los ejes semánticos es de la siguiente forma: “del deseo (relación de querer, dada entre sujeto y objeto, que mediante el desarrollo de la acción se convierte en hacer); de la comunicación (entre destinador y destinatario, que se traduce en saber), y de lucha o participación (relación de poder, entre adyuvante y oponente).” En este caso concreto, en cuanto a estos “ejes semánticos”, explicaríamos la lucha de Jacob con el ángel de la siguiente forma: Jacob sale hacia el ángel, que es el deseo, es decir, el deseo de Jacob por el objeto “ángel”, por saber el contenido de su mensaje (recordando que la palabra ángel significa mensajero, es decir, el que trae el mensaje; en este caso, pensar en la palabra mensajero es pensar en la transformación de aquel que porta el mensaje, ya que este último transforma, esencialmente, al que lo porta, al que lo lleva. Pero no hablamos de una esencialidad trascendente, sino en una esencialidad lingüística, en el uso de un lenguaje que transforma la idea que tenemos de aquel que porta el mensaje), y el encuentro con el ángel, el momento en que se enfrentan, entablan una relación comunicativa, donde por fin el ángel manifiesta su palabra para que Jacob pueda entender, comprender, apropiarse de su mensaje. Así, resumiendo, vemos que en Jacob: se manifiesta el deseo por apropiarse del mensaje que trae el ángel; se manifiesta la comunicación con el ángel, y se produce el saber, el conocimiento de lo que significa aquella palabra que será pronunciada, y que Jacob llama “bendición”; por último entenderíamos que la lucha de Jacob con el ángel va a representar todo el proceso de apropiación del mensaje.

Pero observar a Jacob de esta forma es pensar en el lenguaje y en la teoría enunciativa. Recordemos que Jacob, en su relación con el ángel, también puede ser contemplado como un elemento del silencio. Y no sólo del silencio, sino de un conjunto de elementos: así vemos en el mito de Jacob una historia que encierra tanto la teoría de la acción enunciativa, como una teoría sobre el lenguaje, una metáfora del silencio y la construcción de una conceptualización de la deconstrucción hermenéutica. Es, pues, una historia multisignificativa.

Pero rompamos aquí con la escritura que estamos haciendo, y estructuremos una reflexión en torno a nuestros tres conceptos (lenguaje, silencio y enunciación).

¿Dónde encontramos el silencio? ¿Realmente el silencio existe en el mundo, realmente es un objeto que podemos aprehender y entender? Aunque ya nos hemos preguntado acerca de esto, lo retomamos para pensar en lo que estamos escribiendo. Tenemos, entonces, dos fragmentos, entre poéticos y filosóficos, que nos expresan lo que hemos venido pensando: “El lenguaje del silencio es el murmullo de las palabras”, y también, “Más profundo que la palabra es el silencio”. Ya estas dos frases nos llevan a pensar que el silencio no es la voz guardada, apagada, sino otra voz, una voz diferente, una voz que se manifiesta de otra forma, y que su lenguaje es manifestado mediante otros elementos.

Vemos, entonces, que estas dos frases hacen referencia a otra idea más: el silencio, pensado poéticamente, no es la falta de palabra, sino la ocultación del lenguaje, la palabra que se ha ocultado para significar algo más. Y así, el silencio es la huella de la palabra que se ha ocultado, y su lenguaje es manifestado en la huella. Esto nos lleva directamente a recordar el momento en que Moisés habla con Yavéh, en el monte, y Yavéh ha mencionado que se manifestará (sabemos que la manifestación de Dios siempre va a ser la manifestación de su palabra, del lenguaje que Dios manifiesta en el mundo) por medio de su huella, ya que Moisés no podrá ver su rostro descubierto, sino su espalda, y aun así, Moisés es “guardado” dentro de una peña.

Diríamos que Yavéh, que es lenguaje, que es palabra, también es silencio y es enunciación dirigida hacia el mundo del hombre. Es este concepto teológico demasiado complejo, y eso construye su profundidad, ya que “Yavéh” es una palabra que encierra dentro de sí (recordemos que las palabras pueden ser pensadas como cajas mágicas, o cajas de herramientas) un sentido casi absoluto de la deconstrucción hermenéutica, ya que esta herramienta conceptual, que es nuestro concepto más importante para pensar en las estructuras textuales, es un intento por pensar en sentido doble todo aquello que se lee, y de esa forma, se llega incluso a ver, desde esta perspectiva analítica, que el silencio, la enunciación o teoría de la acción enunciativa, y el lenguaje, complementan una misma idea. Es al interior de cualquier texto donde encontraremos la unión del lenguaje del silencio y de la teoría de la acción enunciativa, unidas, en movimiento, rompiéndose una y otra, separándose y volviéndose a reunir, y es en el concepto de Yavéh donde más profundamente puede ser desarrollada esta idea.

Detengamos por un momento nuestra escritura y preguntemos: ¿de qué silencio y qué enunciación y de qué lenguaje estamos hablando?, ¿hablamos del silencio de la voz, del silencio que guardan los hombres, de mantenerse callados, y de la enunciación, tratando de pensar en la construcción de todo el diálogo, de todo lo que es hablar hacia otro, y hablamos de un lenguaje hablado, oral, de una construcción de lo dicho? De cierta forma, pero diríamos, hablamos de los silencios, y las enunciaciones y del lenguaje dentro de los textos, es decir, en ningún momento hemos dejado de hablar de las estructuras textuales. Pero al mismo tiempo, vemos que en todos los textos se describen relaciones entre los otros, entre los hombres, entre las voces y los pensamientos, entre Dios y el hombre, entre las cosas, y ahí se manifiesta el silencio y la enunciación.

Algunos ejemplos acerca de esto:

Cuando Borges nos menciona, en su texto El aleph, que encontró “ese pequeño objeto conjetural”, existe la unión del silencio y la enunciación por un momento. ¿Dónde lo encontramos? Al momento de comenzar a escribir todo aquello que vio, por un instante, sin empalmarse nada de lo que vio con otras cosas vistas. Encontramos el silencio en ese momento en que observa el pequeño aleph, que es cuando, por un instante, guarda silencio, “se le escapa el aliento”, porque ha descubierto el infinitamente ficticio universo. Luego toda la enunciación se hace al describir todo lo que vio. La unión de ambos se describe como “sentí infinita veneración, infinita lástima”: por un instante, que encierra todos los instantes que es posible de encerrar, sintió, y en ese sentir va el sentimiento doble, de lo infinitamente silencioso, del infinito lenguaje del silencio que es el infinito murmullo de las palabras (ni siquiera el silencio guarda silencio), y de lo infinitamente enunciado, que es la descripción, escrita, de todo aquello que vio (la infinita enunciación es el nombrar el mundo entero en una serie de nombres imposibles de abarcar, imposibles de detener, imposibles de nombrar, porque son infinitos nombres que nunca dejarían de nombrarse)…

En la biblioteca de Babel, ese otro relato de Borges, nos dice Foucault que “todo lo que puede ser dicho ha sido ya dicho: uno puede encontrar en ella todos los lenguajes concebidos, imaginados, incluso los lenguajes concebibles, imaginables; todo ha sido pronunciado, incluso lo que no tiene sentido, hasta el punto de que el hallazgo de la más mínima coherencia formal es un azar altamente improbable, cuyo favor muchas existencias, aunque encarnizadas en ello, no han recibido nunca. Y, sin embargo, por encima de todas estas palabras, hay un lenguaje riguroso, soberano, que las recubre, un lenguaje que las relata y, a decir verdad, las alumbra: lenguaje apoyado él mismo en la muerte, puesto que en el momento de caer en el pozo del Hexágono infinito es cuando el más lúcido (el último por consiguiente) de los bibliotecarios revela que incluso el infinito lenguaje se multiplica hasta el infinito, repitiéndose sin término en las figuras desdobladas de lo Mismo”. Y en otro lugar, Foucault nos hace otra mención sobre el lenguaje (y podemos ver dentro de sus palabras el silencio), “Este nuevo lugar de los fantasmas no es ya la noche, el sueño de la razón, el incierto vacío abierto ante el deseo: es por el contrario la vigilia, la aplicación infatigable, el celo erudito, la atención acechante. Lo fantástico puede nacer de la superficie negra y blanca de los signos impresos, del volumen cerrado y polvoriento que se abre con un revuelo de palabras olvidadas; se despliega cuidadosamente en la biblioteca enmudecida, con sus columnas de libros, sus títulos alineados y sus estantes que la limitan por todas partes pero que se abren, por el otro lado, sobre mundos imposibles. Lo imaginario se aloja entre el libro y la lámpara”. Aquí vemos dos párrafos de Foucault que encierran, tanto la cuestión del lenguaje como la del silencio, ambos dentro de los límites de la biblioteca, ambos dentro de bibliotecas fantásticas, la de Babel y la fantástica en sí misma. En ambas bibliotecas se aloja el lenguaje y el silencio, entre sus páginas, sus letras, sus pastas cerradas, los personajes ahí descritos, imaginados, pensados, y como señala: el lenguaje suena dentro de las páginas del libro, y cuando es cerrado, cuando las palabras son guardadas, surge el silencio, pero es un silencio que vuelve a manifestar esas palabras; las páginas se cierran y el silencio llena todo en el libro, en la biblioteca, mientras que el lenguaje vuelve, silencioso, murmullante, en la memoria de aquel que lee, en el surgimiento de los quiméricos, como podemos ver en Don Quijote, que Foucault analiza, mencionando que Don Quijote se ha escapado directamente de las páginas del libro que lo retenía, y es él mismo a semejanza de las letras que representa, de los signos, es grafismo frágil, delgado, “Ahora bien, él mismo es a semejanza de los signos. Largo grafismo flaco como una letra, acaba de escapar directamente del bostezo de los libros. Todo su ser no es otra cosa que lenguaje, texto, hojas impresas, historia ya transcrita. Está hecho de palabras entrecruzadas; pertenece a la escritura errante por el mundo entre la semejanza de las cosas”. Todo en estos tres párrafos es la conjugación del silencio y el lenguaje, de la enunciación hablando al otro, siendo el otro, construyendo un ser de palabra, como Don Quijote, un ser de silencio que es lenguaje que murmulla. La idea que construye Foucault sobre los libros, sobre la estructura textual encontrada en las bibliotecas, es la unión de estos conceptos que venimos estudiando, analizando, pensando y escribiendo.

La deconstrucción hermenéutica es esa herramienta conceptual que quiere ser doble, compleja, que desea ser contradictoria y decir algo. La encontramos en la mayoría de imágenes literarias, incluso teológicas, y en conceptos filosóficos. Es a partir de aquí que pensamos el silencio y la enunciación como dos caras de la misma moneda, como dos formas de pensar en lo mismo. Al mencionar que la deconstrucción hermenéutica es encontrada en la mayoría de textos (si no es que en todos) y podemos pensar en algunos textos para esto, y serían la Biblia y Don Quijote de la Mancha, ya que entre sus páginas vamos a encontrar formas de concebir nuestra herramienta conceptual: ya sea en la imagen de Don Quijote y Sancho, siendo dos perspectivas de análisis a la realidad; ya sea en Yavéh, el personaje principal de la Biblia, con todas sus contradicciones, con todas sus formas narrativas que encierran un conjunto de complementaciones entre lo negativo y lo positivo, entre la construcción y la destrucción; ya sea en la narración de Babel, donde encontramos, nuevamente, la deconstrucción hermenéutica, al mismo tiempo que el silencio y la enunciación.

Pero, ¿dónde encontramos el silencio y la enunciación dentro de las estructuras textuales? Para llegar a ver esto, es necesario que describamos las formas de los textos, de los libros, de las bibliotecas (como ya vimos en Foucault, partiendo de la biblioteca borgesiana). El silencio se encuentra ahí, entre las páginas de los libros, entre las letras, en los personajes; los libros son esos lenguajes mudos, cerrados, que hablarán, únicamente, hasta que alguien pronuncie lo que en ellos está escrito. Incluso las imágenes de un libro son lenguajes mudos, silenciosos, que murmullan, y que debemos leerlos para comprenderlos, entenderlos, tal como Jacob hizo con el ángel, acercándose a él para escucharlo, para luchar con él para por fin arrancarle el significado de sus palabras. De esta forma, diríamos: las estructuras textuales son lenguajes silenciosos que nunca están callados. Un libro, por más que esté cerrado, por más que nadie lo lea, tiene dibujado entre sus páginas el lenguaje, y por más que nadie lo lea, este lenguaje dibujado se encuentra hablando, siempre diciendo. Tal como nos señala un autor, “El lenguaje literario es esa zona de sombra en la que desaparece la autocomprensión conceptual y reflexiva del lenguaje, el espacio donde la palabra nunca alcanza la delimitación de lo dicho (nombrado, definido, concebido) y se retira al otro lado de una opacidad que la extrañeza no hace más que señalar”, lo vemos claramente: el lenguaje permanece en silencio dentro del texto, mudo como es, sombrío como es, en una oscuridad como de espejo, como de cristal empañado. Este fragmento es otro momento de unión entre el silencio y la enunciación. La deconstrucción hermenéutica es el momento en que se une lo contradictorio, por un instante, por un solo momento, un único momento, cuando la máquina de coser y el paraguas se encuentran.

Terminemos con nuestra escritura de una vez. Guardemos silencio, dejemos de escribir, dejemos de hablar al escribir. Concluyamos la estructura textual que hemos conformado. Ocultemos de nuevo nuestra palabra (después de todo sabemos que nunca quedará oculta), apaguemos nuestra voz (sabemos que no se apaga nunca), volvamos a la sombra de ese lenguaje literario. Queremos silenciar aquí nuestra escritura, sin embargo, seguimos hablando, seguimos escribiendo. He aquí la contradicción de nuestra escritura, de toda la escritura: que ahí donde hablamos de “guardar silencio”, escribimos guardar silencio, y donde queremos hacer pensar en el silencio, debemos escribir silencio para que otros lean lo que sigue. La descripción del silencio es con un conjunto de palabras que nos hablan, que nunca guardan silencio, que explican algo que debería ser silencioso pero que está escrito y es pronunciado. El silencio imposible, dice en algún lugar un artículo, y nos habla de ese lenguaje que es el silencio que nunca deja de levantar la “voz”. Cuando decimos el silencio es silencioso, entonces imaginamos una voz que no se pronuncia, un poema que no se lee, un conjunto de letras que se han quedado sin escuchar. Y la estructura textual continúa, no sabemos dónde guardar silencio, porque no sabemos dónde termina la enunciación y dónde comienza el silencio y dónde vuelve la palabra. ¿Dónde podríamos poner la palabra “final” para poder concluir nuestra escritura?

Quizá no debamos escribir la palabra final, porque ella misma sería continuación de la escritura, ella misma nos estaría diciendo que existe una palabra que significa y que continúa hablando. Tal vez debamos terminar escribiendo, simplemente, unos puntos suspensivos, y decir: “La escritura, ni termina ni empieza, simplemente está ahí, y se escribe, y ni guarda silencio y ni se enuncia, sino todo lo contrario, y quizá…”

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