ENSAYO: LA FE DEL CENTURIÓN, HISTORIA DE UN ENCUENTRO

La fe del centurión: Historia de un encuentro

Mt. 8:5-13; Lc. 7:1-10

Salmo 121

Levanto la mirada hacia las montañas,
de donde vendrá el oportuno socorro.
Mi socorro viene del Dios y Señor de la vida,
quien crea y sustenta todas las cosas con su poderosa palabra,
quien ha creado los cielos y la tierra.
¡Nunca va a dejar que tus pies tropiecen!
¡Nunca te dejará caer en el abismo!
¡Nunca se ha de dormir quien guarda tu alma!
¡No, jamás se duerme;
nunca duerme el que guarda a su pueblo,
a su gente!
Dios, el Dios verdadero, el Dios de la vida
es quien te cuida y protege;
Él y sólo Él te cuida y es tu sombra protectora.
Ni sol ni luna te dañarán.
El Señor, el Dios nuestro,
protege a su amado, al que ama su alma,
de todo peligro;
sí, Él protege tu vida.
El Señor, el Dios de la vida, te protege en todo tu andar,
en toda tu vida.
Él lo hace, desde ahora y para siempre.

Cuando prestamos atención a la historia del centurión -aquel capitán romano que va al encuentro de Jesús rogando por su siervo enfermo- y comparamos las narraciones de Mt. y Lc., observamos que es la misma historia, pero narrada de dos formas.

Lc. profundiza, más que Mt., aun cuando este último es profundo en su trato al personaje, en el encuentro entre Jesús y el centurión. Mt. habla del reino de los cielos, que en el caso de Lc. no se menciona nada al respecto.

A causa de estos puntos dentro de la misma historia, se podría llegar a pensar que los dos pasajes se contradicen, pero, más que contradicciones, son pasajes complementarios, y se sostiene uno al otro.

Ahora, vamos a dividir el desarrollo de nuestra enseñanza de esta tarde en, 1) La fe del centurión, y 2) La hospitalidad de Dios.

Para ambos puntos, utilizaremos los dos pasajes unidos, y de esa forma comprenderemos la profundidad de la actitud del centurión ante Jesús.

1. La fe del centurión

Como dijimos, tanto Mt. como Lc. profundizan en el acontecimiento que se lleva a cabo entre el centurión y Jesús.

Observemos, primeramente, a Mt. 8:5, 6.

Mt. 8:5, 6 "(5) Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, (6) y diciendo: Señor..."

Es interesante, e importante, observar que este hombre le ruega y llama Señor a Jesús.

Es la fe que habita en él la que lo lleva a la humildad ante el Señor, y reconocerlo como tal.

La posición de humildad es central para entender lo que el centurión ha creído.

Pero antes de esta historia se encuentran dos momentos de mucha importancia. Aunque claro, todo en la vida del Señor es importante. Los momentos son, El sermón del monte (Mt. 5), que también se encuentra en Lc. 6:20-26, y el discurso de Jesús en la sinagoga, que vemos en Lc. 4:16-21.

El Señor tiene que demostrar que sus palabras son el reflejo de que Dios está liberando al ser humano de sus pecados, maldades, dolencias, y se ha iniciado la creación de una nueva humanidad. Así que tendrá que demostrar la verdad de su mensaje con poderosos hechos, y uno de ellos es el milagro en favor del hombre que está de pie ante él, rogando por la salud de su siervo.

Lc. 7:3 "Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo"

El capitán romano oye sobre Jesús y reacciona cuando su siervo enferma. Pero, ¿qué era aquello que escuchaba sobre Jesús y por qué creyó en él?

Una posible respuesta que pudieramos tener es que el capitán creía en lo que el pueblo judío enseñaba: En el Mesías, el Ungido del Señor. ¿Por qué pensar que esta es una posible respuesta? Lo concluímos por lo que nos dice Lc. 7:4, 5, "(4) Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; (5) porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga".

El centurión se relaciona con los judíos de tal forma que sus enseñanzas llegan hasta sus oídos. Una de esas enseñanzas es acerca de un Mesías, de una persona que vendría enviada por Dios. El pasaje que acabamos de leer muestra esa relación que mantiene con el pueblo, ya que ama la nación e incluso edificó una sinagoga, lo cual puede significar que está al tanto de sus creencias. Y estas mismas creencias han entrado a su propio corazón.

En el caso de que escuchara acerca de Jesús como el Mesías venido de Dios, puede ser comparado con el momento en que Felipe habla con Natanael, en Jn. 1:45, 46, "... Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret... ¿De Nazaret puede salir algo bueno?... Ven y ve"

Ven y ve, ven y cree. Y el centurión va y ve, ve a Jesús y ese encuentro hará que compruebe que Él es del que hablan los judíos.

Y para ir, al leer que oyó de Jesús, podemos imaginar las palabras que suenan en su pensamiento: "Tu siervo está paralítico, Jesús puede sanarlo, Él ha sanado a otros, ¿por qué no podría sanarlo a él también? Dicen algunos que es el Mesías, "ven y ve"".

Una voz en su conciencia lo llama, lo arrastra, lo convence, y algo en su corazón arde. Una llama interna se enciende por la certeza de que Jesús es el Mesías, el enviado de Dios.

Ya sea que salga él mismo a su encuentro, o envíe a otros a rogarle, el punto importante es que este hombre va lleno de fe ante Jesús: Rogándole y llamándole Señor.

¿Cómo sabemos que el centurión realmente creyó en Jesús, y que su fe y confianza las ha depositado en Él?

1) Por su ruego, y porque le llama Señor a Jesús. "... nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo" 1 Cor. 12:3

2) Sabemos que es necesario oír con fe. "... la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios" Rom. 10:17

3) Jesús se maravilla por la fe del capitán romano. "De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe". Mt. 8:10

Mt. 8:8 "... Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo"

Lc.7:6,7 "... Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti..."

El centurión tiene fe, ya lo hemos visto; la fe lo lleva a ser humilde ante Jesús, y lo reconoce como Señor, y ruega desde su corazón. Pero hay algo más, también importante.

La fe, que lo lleva a la humildad, lo lleva a la conciencia de sí mismo; ser humilde ante Dios es signo de que uno está conciente de su propio ser ante Dios. Tal como lo vemos en los pasajes que estamos estudiando.

Mt. 8:8, "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo", y en Lc. 7:6, 7 nos dice "Señor, no te molestes, porque yo no merezco que entres en mi casa; por eso, ni siquiera me atreví a ir en persona a buscarte".

Dice Juan Calvino "... es cosa evidente que el hombre nunca jamás llega al conocimiento de sí mismo, si primero no contempla el rostro de Dios y, después de haberlo contemplado, desciende a considerarse a sí mismo". Y Pablo dirá algo parecido, en Romanos 12:3, "... que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura..." Mucho menos con relación a Dios.

Con esta posición de humildad y reconocimiento de sí mismo ante Dios, de esta sana forma de contemplar a Dios y a sí mismo, la actitud del centurión tiene dos elementos muy importantes:

1) No se tiene por digno de ver al Señor cara a cara, si es Lc. a quien tomamos como referencia, pues dice que ni él mismo se tuvo por digno de venir a Jesús.

2) Pero aun sabiendo que no es digno, no deja de rogar por su siervo y cree que puede sanarlo.

Mt. 8:8 "... solamente dí la palabra, y mi criado sanará"

Lc. 7:7 "pero dí la palabra, y mi siervo sanará"

Las palabras de este hombre nos recuerdan Heb. 1:3 "... quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder"

¿Cuál es la enseñanza que nos deja la actitud que tomó el capitán romano?
Que podemos acercarnos confiadamente ante Dios, a fin de encontrar un oportuno socorro para todo nuestro mal.

Pero aun con toda la confianza que tengamos hacia el Señor, nunca olvidar nuestra posición; Él es Dios y nosotros somos hombres, Él es eterno y nosotros algún día moriremos. Nuestra vida es viento que pasa, que se desvanece, y Él permanece para siempre.

El centurión, entonces, en medio de la angustia por la muerte de su siervo, en medio de los dolores intensos, no deja de confiar, rogar y mantenerse humilde. Esa es su más profunda enseñanza.

Algo que es importante recordar:

1) Moisés, cuando se acerca a la zarza ardiente que no se consume, quita el calzado de sus pies, pues es lugar santo; cubre su rostro; pero contesta ¡Heme aquí! Exd. 3:4, 5, 6 "(4) ... lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí... (5) No te acerques; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es... (6) Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios"

2) Los serafines, en Isaías, que vuelan ante Dios, tienen 6 alas, con dos cubren su rostro, con dos cubre sus pies, y con dos vuelan. Y exclaman, Santo, Santo Santo. Isaías 6:2, 3, "(2) Por encima de él había serafines; cada uno tenía sies alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria".

3) Así como Moisés y los serafines, el centurión exclama "No soy digno ni tan sólo de presentarme ante ti", es decir, cubre su rostro, cubre sus pies y con su boca exclama. Y en este caso, ¿qué exclama? Ruega porque su poderosa palabra haga un milagro de vida.


2. La hospitalidad de Dios

Mt. 8:11 "Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos"

En todo el desarrollo de nuestra enseñanza hemos visto la fe del capitán romano, y podríamos decir que dicha fe lo lleva a vivir un momento profundamente espiritual. Pero todo desemboca, como si fuera un río que llega hasta el mar, en lo que podríamos llamar, La hospitalidad de Dios.

El centurión es una prueba maravillosa de que la gracia de Dios ya se encuentra caminando por la tierra.

Hay que orar por el malo, por el ene
migo y por el que persigue. ¿Por qué? Veamos: Dios ha abierto las puertas de su reino para todos aquellos que han sido rechazados; para los que lloran, tienen hambre, sufren; para los quebrantados de corazón. Las puertas de su reino están abiertas para aquellos que tienen necesidad de su gracia, de su amor, de su perdón. Aun sin merecer ninguna de estas cosas. Es por eso que debemos orar por todos ellos, e incluso por nosotros mismos, porque no somos mejores que ellos.

He aquí su hospitalidad, su bondad, su gracia. He aquí lo sorprendente del mensaje de Jesús: Que ha llegado con él el tiempo de la redención; ahora el reino de Dios está abierto para todos.

Dice un autor, y su frase es muy profunda e interesante: "A un extranjero que me revela mi extranjería, abriéndome a mí mismo".

El extranjero de nuestro relato es el centurión. Es extranjero para el pueblo judío. Pero esta extranjería va más allá y no solamente a una nación.

El extranjero es aquel otro que jamás podrá ser como yo, un extraño siempre para mí. El extranjero, y yo mismo, estamos alejados, uno del otro, en un aislamiento y una soledad casi infinitas.

El centurión rompe con su extranjería cuando sale al encuentro de Jesús. ¿Cómo rompe con su extranjería? Al reconocer en Jesús al otro diferente a él mismo, como un profundamente diferente de sí mismo, y él mismo saberse extranjero al exclamar "no soy digno de ti".

Ahora, Jesús es el extranjero que le revela su propia extranjería, que lo abre a sí mismo, y así, el centurión toma conciencia de su propia persona. Ese extranjero que es Jesús para el romano es el extranjero que lo ha rescatado de su aislamiento, de su soledad y lo recibe en el reino de su Padre. Ahora el centurión también es hijo de Abraham.
Pablo nos dices Efesios 2:19 "... ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios".

¿Qué es la hospitalidad? ¿cómo se puede entender? No es simplemente recibir al otro en mi hogar; va más allá. Es entregarse de forma completa, y en este caso, Dios es el que se abre a esa entrega que ya se ha realizado al dárnos a su Hijo. Por medio de Jesucristo, Dios nos recibe en su propio ser y de esa forma, rompe nuestra extranjería delante de Él.

¿Qué nos empuja a su reino? ¿qué nos lleva a mirar a Jesús con una fe similar a la del centurión? Recordemos que únicamente su Espíritu en nosotros es el que nos mueve hacia Dios.

Nosotros no podemos responder al llamado de Dios, ni queremos hacerlo, porque estamos incapacitados totalmente.

Algunas personas aun creen que el ser humano tiene libre albedrío, y de cierta forma sí lo tiene, pero no como herramienta para poder responder al llamado que hace Dios. Ese libre albedrío, el que nos podría dar la voluntad para hablar con Dios cara a cara, quedó corrimpido a causa del pecado original, y en lugar de que nos hiciera libres, nos esclavizaría. Por eso es que tenemos necesidad de su gracia para poder ser rescatados. Mientras Él no nos redima, seguiremos siendo extranjeros.

Sabemos que nuestras obras son como trapos de inmundicia; que todos hemos pecado y somos ajenos a Dios; que nada bueno hay en nosotros que llegue a agradar, jamás, a Dios. Diría Jonathan Edwards, somos pecadores sostenidos por un hilo tan frágil como el hilo de una araña, y estamos sostenidos por la mano llena de amor y gracia de Dios por medio de Cristo, para no caer al abismo sin fondo que es el infierno.

Así que jamás caeremos. Su amor, su gracia, su perdón, su bondad nos sostienen; y su hospitalidad nos recibe en su familia.

De esta forma, no hay nada en el centurión que lo haga ir a Jesús y rogarle y reconocerle como Señor, y humillarse delante de Él. No tiene ningún libre albedrío que lo empuje a sentarse a la mesa del reino de los cielos. No. Ni siquiera la fe que lo mueve nace de sus propias fuerzas.

En todo momento es la gracia irresistible de Dios en Cristo, el amor de Dios que hace irresistible el llamado a los pies del Señor. Dios pone la fe en nuestro corazón para que vayamos a él, porque de nosotros mismos es imposible. Somos como nos llama Jesús, pobres en espíritu, y no podríamos decir que estiramos la mano para recibir algo de Dios. Ni aun estirar la mano podemos.

Seguiríamos siendo extranjeros si no fuera por su gracia y por su amor.

Mt. 8 "Ve, y como creíste, te sea hecho"

Lc. 7 "Al regresar a la casa, los enviados encontraron que el siervo ya estaba sano"

Ya en la recta final de esta hermosa historia de un encuentro, veremos algo conmovedor. Y es que Jesús pronuncia las palabras que el centurión tanto anhelaba. Le dice al capitán romano, en Mt. 8, "Ve, y como creíste, te sea hecho"; y en Lc. 7 nos dice: "Al regresar a la casa, los enviados encontraron que el siervo ya estaba sano".

Veamos, ahora, la descripción del siervo: Mt. dice que estaba paralítico y gravemente atormentado; en otra traducción señala que sufría terribles dolores; una más dice que estaba atrozmente atormentado; y en Lc. nos dice algo que todavía es más drástico y terrible: el siervo estaba por morir.

El centurión lo mira, ¿cómo detener el tiempo? ¿cómo salvarlo de la muerte? Se dirige al abismo, lo sabe; se dirige al olvido, lo sabe; y va a la muerte a una velocidad vertiginosa. El centurión sabe que tratar de detener la muerte es como intentar detener el viento, o atrapar el agua entre las manos.

Pero ahí está Jesús, ha escuchado de Él. Puede ir a verlo y pedir que sane a su siervo, o puede mandar a otros en su lugar, y rogar, todo el tiempo rogar por la vida de su siervo. Y justo cuando está frente a Jesús, y justo cuando ha rogado, y justo cuando la confianza en el Señor nace, las palabras del Maestro lo tranquilizan, "vuelve a casa, has creído, mira a tu siervo, es posible que ya esté sano y te esté esperando".

Cuando nos encontramos de frente a sucesos milagrosos, nuestra mente tiene problemas en asimilar lo que está sucediendo, pero es nuestro corazón el que se queda confiado, y dirige sus ojos a Dios. "Alzaré mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi socorro?"

Así culmina la Historia de un encuentro. Dejemos, pues, que todo el acontecimiento de esta Historia de un encuentro, la fe del centurión, se repita en nuestras vidas. Pero recordemos, que no nosotros, sino Dios en nosotros.

Dios es nuestra infinita posibilidad...

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