Fragmentos...
I.
En un sentido expresionista, un hombre está trazado sobre el papel periódico. Cuello alargado, cabeza calva, bigotes-barba, lentes, nariz como el cuello, brazos y manos hasta la máquina de escribir se estiran para redactar sobre la cinta de una película que se transforma en texto y que llega, como serpientes, hasta el cielo en lugar de ir al suelo. La máquina, trazada en gris, negro y blanco, igualmente expresionista, sin marca, al lado la taza de café y un cenicero lleno de colillas de cigarro, todo sobre un escritorio trazado y sombreado. La silla, que le da identidad al hombre-expresionista, solamente tiene una palabra: “GUIONISTA”, que significa a singular personaje que está sentado y que escribe letras en lugar de filmar imágenes, pero que las imágenes se muestran por medio de las letras.
¿Podemos saber qué es lo que escribe? ¿Podemos descifrar cada una de las palabras? El dibujo muestra la cinta, cada uno de los cuadros, en blanco, sin texto y sin imagen. El hombre, trazado de tal forma que está detenido en el tiempo, sin escribir, sin trazar ninguna línea, ningún punto, ninguna coma, no sabemos qué es lo que escribe, entonces, se vuelve necesario pensar su escritura. Pero, ¿cómo pensarla si no ha sido escrita? Al no estar escrita, al no ser un texto cerrado por los trazos, por las letras, entonces queda totalmente abierto, esperando que nosotros seamos los interpretes, quienes lo decodifiquemos. El hombre-expresionista es tan ficticio como las palabras que ha puesto en la cinta de su película-texto.
“Las máquinas descompuestas son como las computadoras, como una sociedad de computadoras muertas, como la tinta de una hoja que intentaron borrar. Sola está la hoja, como sola se encuentra la tinta. ¿Alguien puede entonar un Adagio o un Réquiem por una tinta somnolienta, sin existencia? Escribir, escribir será el mejor Adagio, el mejor Réquiem, porque en la escritura se falsea una realidad de por sí incierta”
II.
Escribir como lo hacía Cortázar. No copiar, letra por letra, manuscrito por manuscrito, como el Pierre Menard de Borges. No, sino como él, improvisando, como improvisación de Jazz.
Improvisar, como lo hacía Cortázar, requiere inspiración. La visita de los dioses y de las musas. Requiere olvidar la disciplina, el rigor académico. Si se improvisa, entonces se deja de lado el rigor filosófico y se cae en el rigor literario. Pero un rigor literario que llamaríamos cortazariano. Porque Cortázar jugaba, tenía reglas en su juego, pero no dejaba de ser un juego. Escribía como un poseído del Jazz. Poseído, como poseído tocaba “Bird” Parker, jazzman que inspiró el cuento El perseguidor. Ahí, Johnny Carter toca Jazz. No sólo toca Jazz, Johnny está hecho de Jazz, todo su tejido es Jazz. Su cerebro, aun drogado, es Jazz puro. Johnny es Jazz. El Jazz es Johnny. “… uno es una pobre porquería al lado de un tipo como Johnny Carter”, dirá Bruno, el personaje que representa a Cortázar en el cuento que ya hemos señalado.
Cortázar, Bruno en el relato, estructura la “teoría” sobre la música de Johnny. Johnny es un jazzman del “futuro”. Un futuro que se nos escapa. Es su propio futuro, que no es apto para nosotros, porque es un futuro que solamente le pertenece a él. Por eso Bruno reacciona al entender por qué Johnny siempre está “tocando mañana”. ““Esto lo estoy tocando mañana” se me llena de pronto de un sentido clarísimo, porque Johnny siempre está tocando mañana y el resto viene a la zaga, en este hoy que él salta sin esfuerzo con las primeras notas de su música”. Y esa música, que para Bruno –que para Cortázar– podría ser llamada metafísica, es una “construcción infinita”, una construcción que se sitúa “en un plano aparentemente desasido donde la música queda en absoluta libertad”. La música de Johnny trasciende lo meramente humano, pero no pierde su humanidad, por eso Johnny “necesitaba en ese instante tocar el suelo con su piel, atarse a la tierra de la que su música era una confirmación y no una fuga”.
Pero dejamos a Cortázar atrás, más no la improvisación.
III.
Tenía días que caminaba con la inspiración entre los dedos; con ella metida en los ojos; con el cerebro bañado de ideas por ella, por su presencia, por su voz, por su recuerdo. Metida en mi memoria, te sueño.
Me siento en la computadora, e intento escribir algo. No me inspiro. Pongo un disco de Paul van Dyk, de Paul Oakenfold, de Dj Tiësto. Intento que la inspiración me llene, pero no logro ni una línea.
Los poemas y las narraciones de Borges las reviso; vuelvo a leer Rayuela, de Cortázar; releo La biblioteca fantástica de Foucault. La inspiración se me fue. Ni una letra ha salido de mi mano.
Reviso las pinturas de Miró, Klee, Kandinsky, Dalí; mis propias pinturas, mis fotografías; libros, pinturas, películas, periódicos. Uno a uno, todo lo que tengo es revisado. ¿Qué busco? ¿La inspiración?
No escribir me pone ansioso. Que no tenga ideas me vuelve un hombre sin sentido. Mi pluma ya no tira más tinta. El desierto de mis hojas se vuelve cada vez más largo. Y pienso en la “B”.
“B” borgesiana. “B” de biblioteca. “B” de Borges. “B” de Babel. Pienso en La biblioteca de Babel. ¿Podría empezar de la “B”? ¿Puede formarse alguna poesía de la “B”? Puede ser que sí. Empiezo.
Biblioteca y Borges son con “B”. Babel también es con “B”. Biblioteca y Borges son Laberinto. Los libros que contiene una biblioteca, para Borges, son infinitos. Y una biblioteca que es infinita, se vuelve fantástica.
Me podría preguntar, ¿qué tiene que ver Borges con Paul van Dyk? ¿Borges con la música electrónica? ¿Podría ser que Borges pensó en el infinito, y esta música se va al infinito?
IV.
Confines mentales
Existe un lugar afuera de toda memoria, de toda geografía, de todo lugar. Nadie ha escrito sobre él, ni los libros ni Internet tienen registro de su existencia. En ese lugar que existe afuera de todo lo que existe, habitan cosas que fueron inventadas, que fueron llamadas a una existencia virtual, una existencia dentro de una ficción. A ese lugar solamente se puede entrar por medio de la puerta que lleva lejos de todo lo pensable, porque ese lugar es una ficción más de todas las que son impensables.
Un personaje sin rostro
Bombín morado, lentes, cigarro, guantes blancos, saco verde, sombrilla y portafolios, pantalón azul y zapatos negros. Caminan todos juntos por la calle, intentando conocer todas las cosas que son posibles de ver y nombrar. Pero nada de lo que puede ver tiene nombre, porque está más allá de lo que el pensamiento puede pensar.
Una bolsa que va dentro de otra bolsa, y el libro que va dentro de la segunda bolsa. Una cámara fotográfica que ha tomado la imagen de otra cámara. El espejo que refleja otro espejo, y la nada que se forma entre el reflejado y el reflejante. Semáforos, autos, farmacias, puestos de periódicos, calles, zapaterías, kioskos. Los lentes observan un cigarro y su humo, un periódico y sus letras, una flor y sus pétalos, la ventana y su cristal, el ave y su plumaje, el sol y la luz del sol que entra por la ventana que tiene al ave. El laberinto de cemento son todas las calles formadas por los edificios y las librerías. Los zapatos recorren este laberinto, el laberinto de laberintos.
El personaje sin rostro llega a su lugar de trabajo. Se sienta frente a su computadora, y comienza a redactar. En su oficina, un cuarto que tiene una máquina de escribir con una hoja que contiene 20 palabras, una lampara que alumbra las letras de un libro que se ha quedado en la página 56, su memoria, una memoria que ya nadie recuerda, comienza a repasar todas las cosas que ha leído o ha visto, tanto en cuadernos, como en periódicos, en revistas y aun en el cine. Comienza a redactar algunos textos que contengan todo lo pensado.
Los textos
Primero. Las máquinas descompuestas son como las computadoras, como una sociedad de computadoras muertas, como la tinta de una hoja que intentaron borrar. Sola está la hoja, como sola se encuentra la tinta. ¿Alguien puede entonar un Adagio o un Réquiem por una tinta somnolienta, sin existencia? Escribir, escribir será el mejor Adagio, el mejor Réquiem, porque en la escritura se falsea una realidad de por sí incierta.
Segundo. Algunos títulos de artículos periodísticos construyen otra realidad, aun cuando no se puede explicar de una manera absoluta lo que la realidad significa. La palabra “realidad” significa un jardín infinito de bifurcaciones igualmente infinitas. Nombrar la realidad, decir la palabra realidad, es crear el universo de las cosas. La realidad, entonces, significa ficción.
Tercero. Una Ciudad que sea considerada como realidad virtual tiene un collage de significados, dibujados en las paredes, en las puertas, en los periódicos, en los libros, en las bibliotecas, en las computadoras, en los muebles, en las esculturas, en las pinturas, en todas las cosas que conforman su estructura construida por palabras de significado extraño, por lo tanto, infinito.
Cuarto. La imagen que se ve en una hoja de periódico es como sigue: En un sentido expresionista, un hombre está trazado sobre el papel periódico. Cuello alargado, cabeza calva, bigotes-barba, lentes, nariz como el cuello, brazos y manos hasta la máquina de escribir se estiran para redactar sobre la cinta de una película que se transforma en texto y que llega, como serpientes, hasta el cielo en lugar de ir al suelo. La máquina, trazada en gris, negro y blanco, igualmente expresionista, sin marca, al lado la taza de café y un cenicero lleno de colillas de cigarro, todo sobre un escritorio trazado y sombreado. La silla, que le da identidad al hombre-expresionista, solamente tiene una palabra: “GUIONISTA”, que significa a singular personaje que está sentado y que escribe letras en lugar de filmar imágenes, pero que las imágenes se muestran por medio de las letras. El límite del dibujo, la parte superior de la hoja periodística, contiene las siguientes palabras de David Lynch, “Crear una película es destruir un guión”. El título del artículo lleva por nombre Juglares fílmicos, que se resume de la siguiente manera: “Los guionistas mexicanos solamente quieren contar historias. Su talento pocas veces es recompensado, aunque la satisfacción de ver sus ideas en la pantalla grande, no se compara con nada”. Si vemos el puro dibujo, el en sí del hombre-expresionista, podríamos pensar que su interpretación se vuelve múltiple. Pero el GUIONISTA es un guionista mexicano. Un guionista que escribe una historia, cuadro por cuadro, que debería ser un dibujo dibujado y sin embargo es un dibujo redactado.
Quinto.
Era lo que se podía leer en la hoja del mensajero sin rostro. Del cenicero sube el humo de un cigarrillo. La redacción forma parte de un libro que traza la ficción de otro libro. Como él, existen muchos otros que han perdido el rostro en los confines de la memoria y el olvido. Solamente han sido trazados en nombres propios, que son palabras que conforman otro tipo de ficción. Así, existen las palabras Borges, Cortázar, Foucault, Velázquez, Magritte, Miró, Derrida, Tarkovski, Bergman. Todos, nombres de personajes que habitan las páginas de libros que la imaginación y el lenguaje redactaron después de ser inventados. Todos ellos personajes ficticios de historias contadas a partir de sueños de realidades imaginadas.
Los lentes que se encuentran acomodados en una banca leen en la página vecina, “Arranca la alegría del Soleil”. En ese encabezado cada letra tiene un territorio bien específico, pero al mismo tiempo, una ocupa el lugar de otras. La “A” ocupa un solo lugar y completa “Arranca” y “alegría”. El juego de las palabras puede ser infinito. Y los lentes siguen leyendo. Otros tres títulos: “Inseguridad y simulación”, “Indiferencia: otra mirada” y “La otra visión”.
La conjugación de los tres títulos puede referirse a otras miradas, a otras visiones, a visiones de simulación. Simulaciones que son conformadas por realidades virtuales. Nada pueden saber los lentes que miran, porque solamente observan los títulos de artículos, no pueden leer la noticia completa. Las hojas numeradas, el espacio entre signo y signo, el punto y la coma, la coma solitaria, el punto igualmente solitario, espacios en blanco, encabezados, títulos, letras que forman palabras que forman oraciones que forman ideas que encierran conceptos. Los lentes quedan en la banca, en espera de que otro periódico pase por ahí y puedan leerlo.
El saco y los zapatos caminan y llegan hasta un templo. Dentro se escucha la voz que proclama el Camino a la santidad. Toda la teología que se enseña es parte de la literatura fantástica, y aun así, es la práctica de cada día. Y es a partir de este momento que ciertos rostros comienzan a trazarse. Son otros rostros, rostros de sombra, rostros que no se pueden observar bien, que nadie más los porta. Son los rostros de aquellos que son otros ante todas las cosas que habitan la Ciudad virtual. El rostro del otro se borra en la oscuridad de las sombras.
La mirada de estos rostros es una mirada de ceguera. Alguna vez fueron rostros de otros, pero todos salieron de sí mismos y se volvieron otros totalmente. De eso estaba hecha su santidad. La oscuridad era cercana a la santidad. ¿Pero qué es la santidad? De todas las cosas que habitan la Ciudad, ninguna sabe lo que es, porque su verdadera cara está oculta dentro de máscaras. Esas máscaras son las que los hicieron salir de sí mismos. Esas máscaras produjeron en ellos, en los otros, la oscuridad que ahora se puede ver. Los otros se volvieron otros, la oscuridad comenzó a existir en su doble.
Un desfile de rostros sumergidos en las sombras sale del templo. Caminan por las calles laberínticas.
En un sentido expresionista, un hombre está trazado sobre el papel periódico. Cuello alargado, cabeza calva, bigotes-barba, lentes, nariz como el cuello, brazos y manos hasta la máquina de escribir se estiran para redactar sobre la cinta de una película que se transforma en texto y que llega, como serpientes, hasta el cielo en lugar de ir al suelo. La máquina, trazada en gris, negro y blanco, igualmente expresionista, sin marca, al lado la taza de café y un cenicero lleno de colillas de cigarro, todo sobre un escritorio trazado y sombreado. La silla, que le da identidad al hombre-expresionista, solamente tiene una palabra: “GUIONISTA”, que significa a singular personaje que está sentado y que escribe letras en lugar de filmar imágenes, pero que las imágenes se muestran por medio de las letras.
¿Podemos saber qué es lo que escribe? ¿Podemos descifrar cada una de las palabras? El dibujo muestra la cinta, cada uno de los cuadros, en blanco, sin texto y sin imagen. El hombre, trazado de tal forma que está detenido en el tiempo, sin escribir, sin trazar ninguna línea, ningún punto, ninguna coma, no sabemos qué es lo que escribe, entonces, se vuelve necesario pensar su escritura. Pero, ¿cómo pensarla si no ha sido escrita? Al no estar escrita, al no ser un texto cerrado por los trazos, por las letras, entonces queda totalmente abierto, esperando que nosotros seamos los interpretes, quienes lo decodifiquemos. El hombre-expresionista es tan ficticio como las palabras que ha puesto en la cinta de su película-texto.
“Las máquinas descompuestas son como las computadoras, como una sociedad de computadoras muertas, como la tinta de una hoja que intentaron borrar. Sola está la hoja, como sola se encuentra la tinta. ¿Alguien puede entonar un Adagio o un Réquiem por una tinta somnolienta, sin existencia? Escribir, escribir será el mejor Adagio, el mejor Réquiem, porque en la escritura se falsea una realidad de por sí incierta”
II.
Escribir como lo hacía Cortázar. No copiar, letra por letra, manuscrito por manuscrito, como el Pierre Menard de Borges. No, sino como él, improvisando, como improvisación de Jazz.
Improvisar, como lo hacía Cortázar, requiere inspiración. La visita de los dioses y de las musas. Requiere olvidar la disciplina, el rigor académico. Si se improvisa, entonces se deja de lado el rigor filosófico y se cae en el rigor literario. Pero un rigor literario que llamaríamos cortazariano. Porque Cortázar jugaba, tenía reglas en su juego, pero no dejaba de ser un juego. Escribía como un poseído del Jazz. Poseído, como poseído tocaba “Bird” Parker, jazzman que inspiró el cuento El perseguidor. Ahí, Johnny Carter toca Jazz. No sólo toca Jazz, Johnny está hecho de Jazz, todo su tejido es Jazz. Su cerebro, aun drogado, es Jazz puro. Johnny es Jazz. El Jazz es Johnny. “… uno es una pobre porquería al lado de un tipo como Johnny Carter”, dirá Bruno, el personaje que representa a Cortázar en el cuento que ya hemos señalado.
Cortázar, Bruno en el relato, estructura la “teoría” sobre la música de Johnny. Johnny es un jazzman del “futuro”. Un futuro que se nos escapa. Es su propio futuro, que no es apto para nosotros, porque es un futuro que solamente le pertenece a él. Por eso Bruno reacciona al entender por qué Johnny siempre está “tocando mañana”. ““Esto lo estoy tocando mañana” se me llena de pronto de un sentido clarísimo, porque Johnny siempre está tocando mañana y el resto viene a la zaga, en este hoy que él salta sin esfuerzo con las primeras notas de su música”. Y esa música, que para Bruno –que para Cortázar– podría ser llamada metafísica, es una “construcción infinita”, una construcción que se sitúa “en un plano aparentemente desasido donde la música queda en absoluta libertad”. La música de Johnny trasciende lo meramente humano, pero no pierde su humanidad, por eso Johnny “necesitaba en ese instante tocar el suelo con su piel, atarse a la tierra de la que su música era una confirmación y no una fuga”.
Pero dejamos a Cortázar atrás, más no la improvisación.
III.
Tenía días que caminaba con la inspiración entre los dedos; con ella metida en los ojos; con el cerebro bañado de ideas por ella, por su presencia, por su voz, por su recuerdo. Metida en mi memoria, te sueño.
Me siento en la computadora, e intento escribir algo. No me inspiro. Pongo un disco de Paul van Dyk, de Paul Oakenfold, de Dj Tiësto. Intento que la inspiración me llene, pero no logro ni una línea.
Los poemas y las narraciones de Borges las reviso; vuelvo a leer Rayuela, de Cortázar; releo La biblioteca fantástica de Foucault. La inspiración se me fue. Ni una letra ha salido de mi mano.
Reviso las pinturas de Miró, Klee, Kandinsky, Dalí; mis propias pinturas, mis fotografías; libros, pinturas, películas, periódicos. Uno a uno, todo lo que tengo es revisado. ¿Qué busco? ¿La inspiración?
No escribir me pone ansioso. Que no tenga ideas me vuelve un hombre sin sentido. Mi pluma ya no tira más tinta. El desierto de mis hojas se vuelve cada vez más largo. Y pienso en la “B”.
“B” borgesiana. “B” de biblioteca. “B” de Borges. “B” de Babel. Pienso en La biblioteca de Babel. ¿Podría empezar de la “B”? ¿Puede formarse alguna poesía de la “B”? Puede ser que sí. Empiezo.
Biblioteca y Borges son con “B”. Babel también es con “B”. Biblioteca y Borges son Laberinto. Los libros que contiene una biblioteca, para Borges, son infinitos. Y una biblioteca que es infinita, se vuelve fantástica.
Me podría preguntar, ¿qué tiene que ver Borges con Paul van Dyk? ¿Borges con la música electrónica? ¿Podría ser que Borges pensó en el infinito, y esta música se va al infinito?
IV.
Confines mentales
Existe un lugar afuera de toda memoria, de toda geografía, de todo lugar. Nadie ha escrito sobre él, ni los libros ni Internet tienen registro de su existencia. En ese lugar que existe afuera de todo lo que existe, habitan cosas que fueron inventadas, que fueron llamadas a una existencia virtual, una existencia dentro de una ficción. A ese lugar solamente se puede entrar por medio de la puerta que lleva lejos de todo lo pensable, porque ese lugar es una ficción más de todas las que son impensables.
Un personaje sin rostro
Bombín morado, lentes, cigarro, guantes blancos, saco verde, sombrilla y portafolios, pantalón azul y zapatos negros. Caminan todos juntos por la calle, intentando conocer todas las cosas que son posibles de ver y nombrar. Pero nada de lo que puede ver tiene nombre, porque está más allá de lo que el pensamiento puede pensar.
Una bolsa que va dentro de otra bolsa, y el libro que va dentro de la segunda bolsa. Una cámara fotográfica que ha tomado la imagen de otra cámara. El espejo que refleja otro espejo, y la nada que se forma entre el reflejado y el reflejante. Semáforos, autos, farmacias, puestos de periódicos, calles, zapaterías, kioskos. Los lentes observan un cigarro y su humo, un periódico y sus letras, una flor y sus pétalos, la ventana y su cristal, el ave y su plumaje, el sol y la luz del sol que entra por la ventana que tiene al ave. El laberinto de cemento son todas las calles formadas por los edificios y las librerías. Los zapatos recorren este laberinto, el laberinto de laberintos.
El personaje sin rostro llega a su lugar de trabajo. Se sienta frente a su computadora, y comienza a redactar. En su oficina, un cuarto que tiene una máquina de escribir con una hoja que contiene 20 palabras, una lampara que alumbra las letras de un libro que se ha quedado en la página 56, su memoria, una memoria que ya nadie recuerda, comienza a repasar todas las cosas que ha leído o ha visto, tanto en cuadernos, como en periódicos, en revistas y aun en el cine. Comienza a redactar algunos textos que contengan todo lo pensado.
Los textos
Primero. Las máquinas descompuestas son como las computadoras, como una sociedad de computadoras muertas, como la tinta de una hoja que intentaron borrar. Sola está la hoja, como sola se encuentra la tinta. ¿Alguien puede entonar un Adagio o un Réquiem por una tinta somnolienta, sin existencia? Escribir, escribir será el mejor Adagio, el mejor Réquiem, porque en la escritura se falsea una realidad de por sí incierta.
Segundo. Algunos títulos de artículos periodísticos construyen otra realidad, aun cuando no se puede explicar de una manera absoluta lo que la realidad significa. La palabra “realidad” significa un jardín infinito de bifurcaciones igualmente infinitas. Nombrar la realidad, decir la palabra realidad, es crear el universo de las cosas. La realidad, entonces, significa ficción.
Tercero. Una Ciudad que sea considerada como realidad virtual tiene un collage de significados, dibujados en las paredes, en las puertas, en los periódicos, en los libros, en las bibliotecas, en las computadoras, en los muebles, en las esculturas, en las pinturas, en todas las cosas que conforman su estructura construida por palabras de significado extraño, por lo tanto, infinito.
Cuarto. La imagen que se ve en una hoja de periódico es como sigue: En un sentido expresionista, un hombre está trazado sobre el papel periódico. Cuello alargado, cabeza calva, bigotes-barba, lentes, nariz como el cuello, brazos y manos hasta la máquina de escribir se estiran para redactar sobre la cinta de una película que se transforma en texto y que llega, como serpientes, hasta el cielo en lugar de ir al suelo. La máquina, trazada en gris, negro y blanco, igualmente expresionista, sin marca, al lado la taza de café y un cenicero lleno de colillas de cigarro, todo sobre un escritorio trazado y sombreado. La silla, que le da identidad al hombre-expresionista, solamente tiene una palabra: “GUIONISTA”, que significa a singular personaje que está sentado y que escribe letras en lugar de filmar imágenes, pero que las imágenes se muestran por medio de las letras. El límite del dibujo, la parte superior de la hoja periodística, contiene las siguientes palabras de David Lynch, “Crear una película es destruir un guión”. El título del artículo lleva por nombre Juglares fílmicos, que se resume de la siguiente manera: “Los guionistas mexicanos solamente quieren contar historias. Su talento pocas veces es recompensado, aunque la satisfacción de ver sus ideas en la pantalla grande, no se compara con nada”. Si vemos el puro dibujo, el en sí del hombre-expresionista, podríamos pensar que su interpretación se vuelve múltiple. Pero el GUIONISTA es un guionista mexicano. Un guionista que escribe una historia, cuadro por cuadro, que debería ser un dibujo dibujado y sin embargo es un dibujo redactado.
Quinto.
Era lo que se podía leer en la hoja del mensajero sin rostro. Del cenicero sube el humo de un cigarrillo. La redacción forma parte de un libro que traza la ficción de otro libro. Como él, existen muchos otros que han perdido el rostro en los confines de la memoria y el olvido. Solamente han sido trazados en nombres propios, que son palabras que conforman otro tipo de ficción. Así, existen las palabras Borges, Cortázar, Foucault, Velázquez, Magritte, Miró, Derrida, Tarkovski, Bergman. Todos, nombres de personajes que habitan las páginas de libros que la imaginación y el lenguaje redactaron después de ser inventados. Todos ellos personajes ficticios de historias contadas a partir de sueños de realidades imaginadas.
Los lentes que se encuentran acomodados en una banca leen en la página vecina, “Arranca la alegría del Soleil”. En ese encabezado cada letra tiene un territorio bien específico, pero al mismo tiempo, una ocupa el lugar de otras. La “A” ocupa un solo lugar y completa “Arranca” y “alegría”. El juego de las palabras puede ser infinito. Y los lentes siguen leyendo. Otros tres títulos: “Inseguridad y simulación”, “Indiferencia: otra mirada” y “La otra visión”.
La conjugación de los tres títulos puede referirse a otras miradas, a otras visiones, a visiones de simulación. Simulaciones que son conformadas por realidades virtuales. Nada pueden saber los lentes que miran, porque solamente observan los títulos de artículos, no pueden leer la noticia completa. Las hojas numeradas, el espacio entre signo y signo, el punto y la coma, la coma solitaria, el punto igualmente solitario, espacios en blanco, encabezados, títulos, letras que forman palabras que forman oraciones que forman ideas que encierran conceptos. Los lentes quedan en la banca, en espera de que otro periódico pase por ahí y puedan leerlo.
El saco y los zapatos caminan y llegan hasta un templo. Dentro se escucha la voz que proclama el Camino a la santidad. Toda la teología que se enseña es parte de la literatura fantástica, y aun así, es la práctica de cada día. Y es a partir de este momento que ciertos rostros comienzan a trazarse. Son otros rostros, rostros de sombra, rostros que no se pueden observar bien, que nadie más los porta. Son los rostros de aquellos que son otros ante todas las cosas que habitan la Ciudad virtual. El rostro del otro se borra en la oscuridad de las sombras.
La mirada de estos rostros es una mirada de ceguera. Alguna vez fueron rostros de otros, pero todos salieron de sí mismos y se volvieron otros totalmente. De eso estaba hecha su santidad. La oscuridad era cercana a la santidad. ¿Pero qué es la santidad? De todas las cosas que habitan la Ciudad, ninguna sabe lo que es, porque su verdadera cara está oculta dentro de máscaras. Esas máscaras son las que los hicieron salir de sí mismos. Esas máscaras produjeron en ellos, en los otros, la oscuridad que ahora se puede ver. Los otros se volvieron otros, la oscuridad comenzó a existir en su doble.
Un desfile de rostros sumergidos en las sombras sale del templo. Caminan por las calles laberínticas.
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