Rubén Darío...

III

Por la calle de los difuntos
vi a Nietzsche y Heine en sangre tintos;
parecía que estaban juntos
e iban por caminos distintos.

La ruta tenía su fin
y dividimos un pan duro
en el rincón de un quicio obscuro
con el marqués de Bradomín.

Peregrinaciones


Pasa, furioso, el pecho desnudo, los gestos violentos, la mirada fulminante, mascando una hostia, estrangulando un cordero, un hombre extraño, que grita:
- Yo soy el magnánimo Zarathustra: seguid mis pasos. Es la hora del imperio: ¡yo soy la luz!
Alrededor del vociferador caen piedras.
- ¡Muerte a Nietzsche el loco!

Por el Rhin


- ¿Cómo has dicho que te llamas?
- Salomón - contestó sonriendo -. Pero también tengo otro nombre.
- ¿Cuál?
- Federico Nietzsche.
Quedó el sabio desolado, y preparóse para ascender, con el ángel de las alas infinitas, a contemplar la verdad del Señor.

El Salomón negro


Lo que me atrae de estos tres poemas de Rubén Darío es uno de los personajes que se nombran: Nietzsche. En todo momento, tal parece que el poeta arremete contra el filósofo, aunque posiblemente es erronea mi observación, y estemos viendo más una admiración que una piedra tirada primero.

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