BABEL, PENSAMIENTO, LENGUAJE, MUNDO
La antigua narrativa de Babel, más que un mero relato sobre la confusión de lenguas, se erige como una profunda metáfora de la relación intrínseca entre pensamiento, lenguaje y mundo. Antes de la dispersión, la unidad idiomática habría permitido una transparencia casi total entre la idea y su expresión, forjando un acceso directo y sin fisuras a la realidad. En este escenario pre-Babel, el lenguaje no sería tanto una herramienta de representación como una extensión misma del pensamiento, un medio a través del cual la mente aprehendía y ordenaba el cosmos sin la resistencia de la diferencia. El mundo, en consecuencia, se manifestaría como un lienzo inteligible, directamente accesible a la conciencia mediante la palabra unificada.
Sin embargo, la caída de Babel marcó el advenimiento de la fragmentación, revelando la inevitable mediación del lenguaje en nuestra relación con el mundo. Las múltiples lenguas no solo diversificaron la expresión, sino que reconfiguraron el pensamiento mismo. Cada idioma, con sus propias estructuras gramaticales, léxico y resonancias culturales, impuso un marco particular a la cognición, determinando qué aspectos de la realidad son más fácilmente aprehensibles y cómo son conceptualizados. La promesa de una comprensión total y directa del mundo se disolvió en la pluralidad de interpretaciones, donde cada comunidad lingüística construye su propia versión de la realidad, su propio "mundo" a través de los lentes de su habla.
Así, Babel nos confronta con la paradoja de nuestra existencia: si bien el lenguaje es la condición de posibilidad de nuestro pensamiento y, por ende, de nuestra comprensión del mundo, es también la fuente de nuestra alienación. Las barreras idiomáticas no son meras limitaciones de comunicación; son fisuras epistemológicas que moldean la forma en que pensamos, sentimos y existimos en el cosmos. El mundo no se nos presenta desnudo, sino siempre velado por el entramado de nuestros lenguajes. Reflexionar sobre Babel es, por tanto, interrogarse sobre los límites y las posibilidades de nuestro entendimiento, y aceptar que la búsqueda de un significado universal es un peregrinaje perpetuo a través de las infinitas moradas de la palabra.
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