MISTERIO: LO TOTALMENTE DISTINTO (cuentos)

Historias hermanas

DESDE LA OSCURIDAD LOS OJOS LO MIRARON, aun cuando nadie percibió la mirada que se observaba. El niño alcanzó a llorar, porque él sí notó esa mirada que después se volvió tan oscura como el más oscuro rincón de la casa, donde habitaban, en silencio, esos ojos que todo lo podían ver.
La mujer, madre de los 2 pequeños niños, andaba de un lado para el otro, sin prestar atención al llanto que había soltado uno de los 2 hermanitos. El primero se llamaba Caín, el segundo Abel, y eran nombres bastante raros de ser puestos a dos pequeños, sobre todo sabiendo la historia bíblica que narra cómo Caín dio muerte a su hermano Abel. Pero era explicable, sabiendo que el padre, un hombre serio, obstinado por el conocimiento, sacerdote frustrado, tenía un poco de conocimiento teológico al respecto.
El caso es que la presencia, esa mirada, tardó mucho tiempo en volver a salir. Pero cada vez que lo hacía, uno de los dos niños lloraba. El problema radicaba en que no lloraba Abel sino Caín, pues el primero era muy silencioso en todo lo que hacía, ya fueran juegos, comida, salidas al parque, y todo lo que unos padres felizmente casados realizan con sus hijos. Y Abel era así, silencio total, incluso en algunas ocasiones, la madre le dijo a su esposo, “Mira, cariño, que parece que nada más tuviéramos un hijo; Abelito es tan tranquilo que ni se nota”; y esa era la gran felicidad de sus padres, que los dos hijos fueran tan distintos, uno del otro, en todos los sentidos y en la profundidad de la palabra.
Un día, cuando los dos ya tenían 10 años, la presencia volvió, y Caín se puso sumamente nervioso. Toda la casa, según pensaba él, estaba llena de esa mirada que tanto lo asustaba desde pequeño, y en esta ocasión nada lo podría salvar porque todos los cuartos que había en la casa estaban llenos de esos dos ojos maliciosos. A donde quiera que fuera él estaba esa mirada que trataba de devorarlo. De momento dejó de sentirse y solamente quedó en la puerta Abel, que veía extrañado a su hermano, y le había preguntado el motivo de su llanto. Caín no contestó, sino que se limitó a retirarse del cuarto en que estaba y fue a recostarse al lado de papá y mamá.
Caín comenzó a tener miedo de toda la casa. No había un lugar al que pudiera ir solo. A todos lados era llevado por su papá. Tanto era su miedo que había comenzado a orinarse en la cama. En sus sueños era devorado por esa mirada que lo aterraba; la casa era un gran cerebro en el que habitaban ellos, y la mente, que estaba en el cerebro, era la mirada. Al final del sueño Caín terminaba llorando desesperadamente. Y cada vez que despertaba bañado en sudor, su hermano Abel despertaba con él y le hacía compañía. El sueño había terminado, pero Caín terminaba horrorizado, así que comenzó a dejar de dormir, y empezó a sufrir serios trastornos en su personalidad. “Ese niño necesita visitar a un médico; ¿pero por qué, cariño, es que el niño tiene tanto miedo, y de qué?”
El médico les dijo a los padres que era necesario que abandonaran la casa porque el malestar consistía en que Caín había sufrido desde pequeño esas visiones que decía tener. Cambiar de casa le haría bien y su salud mental volvería; no tenía nada grave, solamente el miedo, que sí era de preocupar, pero que podía ser combatido si se alejaban del sitio. “Muy buen consejo doctor, pero no podemos abandonar la casa, nos sería imposible alejarnos de ella. ¿Tendrá alguna receta distinta?”
Pero pasó el tiempo, corrieron los años, Caín pudo dormir, y cumplieron años. 20 años. 20 largos años en los cuales Caín y Abel se habían fortalecido. Abel se había vuelto más grande, más fuerte, tenía mayor agilidad, su presencia podía sentirse al lugar que fuera, llamaba mucho la atención. En cambio Caín carecía de todo lo que su hermano tenía; poca inteligencia, parecía que en lugar de crecer su estatura sería la misma por siempre, aunque logró llegar al 1.60 de alto. No era fuerte ni grande ni con agilidad, y su presencia no se lograba sentir, así que podía jugar a los espantos y siempre lograba el sentido del juego.
Pero un día la presencia se volvió a sentir. Horrorizado, Caín salió de su cuarto. Intentó llamar a sus padres, y estos se despertaron dándole las pastillas que el doctor le había recetado y que cada determinado tiempo le aumentaba en dosis. En esta ocasión ni el medicamento hizo efecto. Él insistía que la presencia se lo quería devorar, que había vuelto a sentir, a ver aquellos grandes ojos en la oscuridad de su cuarto. Los padres no sabían si alucinaba o si era verdad lo que decía su hijo. Para más seguridad el papá se quedó con él esa noche. Abel, en la otra cama, no dormía, solamente escuchaba lo que sus padres y hermano hablaban. Se levantó y fue a la cocina, le trajo más agua a su hermano. Al venir por el pasillo, el gran espejo que tenía muchas generaciones en esa casa, reflejó a Abel y este se detuvo para observarse. Miró sus ojos, una vez más, ya que cada vez que ese espejo lo reflejaba se distraía. Era una manía en él. Entonces entró al cuarto y le entregó el agua a su hermano.

Sin que nadie lo supiera, Caín bajó al sótano, que era la parte más profunda de esa casa y ahí se guardaban todos los objetos que habían pertenecido a las diferentes personas que habían vivido en ese lugar. Intentó prender una luz, pero la oscuridad no le permitía ver el interruptor. La puerta, que se había cerrado, volvió más oscuro el lugar, y Caín tuvo miedo, se sentó y comenzó a llorar; y es que cuando se dio cuenta, la presencia, en esa parte de la casa, la más profunda y la más oscura, se sentía más fuerte. De momento sintió alivio cuando la voz de su hermano se escuchó junto a él. El llanto dejó de oírse, sus manos dejaron de temblar, sus ojos se tranquilizaron, su cuerpo entero dejó de moverse. En medio de la casa, Abel estaba de pie, reflejándose en el gran espejo; su madre le preguntó, “¿Has visto a tu hermano?” Abel, sin dejar de ver su propio reflejo en el espejo, simplemente se limitó a contestar “No”; en ese momento, en el espejo, se alcanzó a reflejar el papá, que ya cerraba con llave la puerta que conducía al sótano.

Sonrisas de Pipa

DIANA PIDIÓ LA MUÑECA DE TRAPO, y Rosa Isela se la pasó. Las dos niñas jugaban en el patio de la casa, y habían invitado a su prima Roxana. Diana les contó que el año pasado una de sus amiguitas se había ahogado en su alberca y que desde entonces a veces la soñaba platicando con ella en su cuarto.
Diana y Rosa Isela eran hermanitas, las dos tenían 7 y 8 años respectivamente. Cuando nacieron sufrieron una enfermedad que las hizo ser muy delgadas; Diana siempre quiere acordarse de la enfermedad pero nunca puede, y sus papás no le quieren contar, porque nada más hablan de eso y su mamá llora mucho, entonces Diana no quiere ver llorar a su mamá.
A Diana le gustaba mucho cargar para todos lados a la muñeca de trapo. Junto a ella siempre iba su hermanita. Eran inseparables: Diana, la muñeca de trapo e Isela. Esta última era la más delgada de las dos y a pesar de eso su carita estaba siempre más sonriente, y por esa misma razón, Diana siempre le decía, “Te pareces a Pipa”, es decir, la muñeca. Y la vez que invitaron a Roxana a jugar, Isela y Diana la llevaron a su cuarto, para que viera todas las muñecas que tenían.
“Esta es Pipa, y aquí está su hermana Mimí; esta es Inés y su amiguita Josefina. Te presento a Sandra, y tenemos una muñeca más grande que es la mamá de todas y le pusimos Laura”. Tenían más muñecas pero esas eran las que siempre jugaban y las que eran invitadas a la mesa cuando se hacía algún juego de té. Pero pasó el tiempo, las dos niñas cumplieron, cada una en su momento, sus 15 años, y les fueron obsequiadas sus últimas muñecas, pero Pipa siempre significó algo en la vida de Diana, ya que tenía un valor sentimental, pues recordaba con una sensación de nostalgia cuando le decía a Rosa Isela, “Te pareces a Pipa”, y es que tanto Pipa como Isela tenían una carita muy dulce, siempre con una sonrisa, parecían muy felices. Las dos delgadas y frágiles como el trapo que formaba a Pipa.
Pero un día todo cambio, Isela tenía 21 años, Diana 20, y Rosa había sufrido un accidente, la carita sonriente y feliz había desaparecido entre heridas y carne destrozada o quemada. Diana estaba muy triste, tanto, que fuera la primera vez que sintió el deseo porque volvieran a ser niñas, y recordó que Pipa estaba en el sótano, guardada desde hacía años. Entonces bajó, para encontrar un poco de consuelo en la sonrisa de esa muñeca de trapo tan querida, y cuando la encontró, en la caja que estaba en el rincón más oscuro, se dio cuenta que estaba llena de polvo, los ratones y las cucarachas se habían alojado en su interior y su carita, siempre sonriente, ya solamente era un trazo desdibujado. Entonces Diana alzó la voz y su llanto se escuchó desde el fondo del sótano, mientras que sus papás corrieron para ver de qué se trataba.
Rosa volvió a los tres meses, porque durante todo ese tiempo fue expuesta a cirugías reconstructivas para poderle restaurar el rostro dañado. Cuando volvió encontró que Roxana había ido a visitarlas y Diana le tenía una sorpresa. “Toma a Pipa, hermanita, no tienes idea de cómo te extrañé, y por eso mismo te la regalo, para que sea el recuerdo de nuestra niñez”, Isela solamente pudo cerrar los ojos y llorar tristemente. Algo en las dos jovencitas había desaparecido, y era irrecuperable.
Los siguientes días fueron de sonreír amargamente, estar llenos de una alegría pesada, tener sentimientos positivamente nostálgicos. Y un día, alguien llamó, contestó Diana, quería hablar con sus padres. Al colgar, su papá estaba con una mirada perdida, su mamá, desde la otra línea, había soltado un grito desgarrador. “¿Por qué no lo dijeron al salir del hospital?”, esa fue su única pregunta al aire, lo demás fue una carrera de locos por toda la casa, y las niñas se asustaron demasiado. Nunca habían visto a sus padres así. Isela volvió al hospital.
“¿Qué tengo doctor?”, preguntaba la niña constantemente, pero ninguno le quería decir. Lo único que la consolaba era aquella carita de Pipa, que algún día le regalaron, pero esa carita se deformaba y sus ojos, una vez más, se ahogaban en llanto, un dolor infinito le aplastaba el pecho. Sus padres la habían visitado hacía dos días, y hoy volvían para despedirse. Era el día de la operación. Todos estaban muy nerviosos, incluida su hermana, que traía consigo a Pipa, ya que nunca la dejaba de cargar; se la dio para que la abrazara una vez más. Entonces todos lloraron y la niña fue llevada a la sala de operaciones. La operación fue un éxito, a las dos semanas ya estaba en casa, y su hermana y Roxana estaban esperándola. Como siempre, Pipa, con su sonrisa borrada, estaba esperándola en los brazos de la jovencita. Nunca volvió a caminar bien. Sus piernas fueron atadas a los aparatos, la silla de ruedas era su único medio para caminar por toda la casa. Prefirió recluirse en su habitación. La cama fue puesta hasta la esquina del cuarto. Su sonrisa desapareció.

Un día todos en la familia despertaron. Encontraron que había intentado caminar, los aparatos se habían atorado y la silla de ruedas estaba intacta junto a la cama. La sonrisa estaba completamente borrada. Su mamá la tomó en brazos y lloró. “¿Por qué nunca nos dijiste nada, hijita? ¿Para qué te levantaste de la cama?” La llevaron a su cuarto nuevamente, ahí la dejaron. Isela le dio un beso. Tomó a Pipa y se la llevó consigo. La muñeca de trapo volvió al sótano. Nadie la volvió a cargar, y con el tiempo la sonrisa se fue borrando, poco a poco, pero completamente.

Unos días de descanso

SALIÓ DE CASA RUMBO AL PARQUE, había quedado con Pedro, Juan y Andrés de jugar ese día. Las niñas también estaban ahí, esperando por los niños. Por fin llegó, como a eso de las 3 de la tarde. Encontró que también su amigo había llegado.
Jugaron guerritas de tierra, andar en bicicleta, las niñas jugaban rayuela, los niños carreritas. Todo el tiempo él y su amigo hacían equipo, y los otros tres, Juan, Andrés y Pedro, eran sus enemigos acérrimos en cada una de las actividades. Pero el día acabó, y cada uno volvió a su casa. Invitó a su amigo a quedarse esa noche en casa. Cuando llegaron, lo llevó al cuarto donde se quedaría a dormir. La habitación estaba al final de la casa. Solamente una pequeña luz alumbraba el pasillo por el que tenían que pasar. Cada uno se fue a la cama.
Al otro día se fueron a la escuela. Andrés pidió la revancha en todos los juegos, pero ninguno de los dos amigos se la quiso dar. Pedro les insistió y fue como si hubiera hablado con la pared. Al salir de clases, los dos corrieron a casa para jugar play-satation; los juegos de luchas eran sus favoritos. Después salieron al jardín, y su amigo encontró una ventana que conducía a la casita que estaba alejada de la casa. Fue él quien intentó entrar por la ventana para explorar la casita, luego su amigo. Al entrar descubrieron un mundo de fantasía. Toda la pared estaba llena de fotografías, pinturas, carteles de noticias recortadas del periódico.
Caminaron por todo ese lugar, y el sol empezó a dejar de entrar por la ventana que ellos habían utilizado como puerta hacia esa parte alejada de la casa. Pero todo ahí era fascinante. Los recortes estaban desde generaciones atrás, gente que ni siquiera conocía. Pero una fotografía le llamó fuertemente la atención: era su padre de pequeño. Entonces escucharon la voz de mamá que los llamaba a que entraran porque ya era de noche, y tuvieron que apagar la vela que habían encontrado. Una vela muy antigua y que por lo mismo su luz casi se perdía en la oscuridad de la casita alejada de la casa. En esta ocasión salieron por la puerta, por la ventana el sol ya no volvió a entrar.
El amigo caminó por el pasillo que llevaba hasta la habitación en que se quedaba. Entró al dormitorio y se acostó. Al despertar vio que alguien había estado en su cuarto porque la misma vela que habían prendido en la casita estaba sobre la mesa. Se levantó y caminó hacia la mesa, y luego intentó abrir la puerta para salir al pasillo. El camino al cuarto de su amigo era largo y la oscuridad de la noche, en esa casa, era mucho más profunda, porque era una casa enorme, muy antigua, llena de corredores y escaleras, pinturas y espejos. Cada objeto, en su lugar, formaba imágenes terribles, y el niño caminaba casi a ciegas, hasta que por fin llegó a la habitación de su amigo. Entró pero encontró la cama sin usar, su amigo no estaba, no había dormido, entonces se asomó por la ventana y miró hacia la casita, que tenía luz. Salió al patio y enfiló sus pasos hacia la casita. Cuando llegó, la luz ya se había apagado, y encontró que la puerta estaba entre abierta; entró por ella.
Ya dentro de la casita, las imágenes de los objetos se hicieron aun más terribles que los objetos de la casa grande. Y la fotografía del padre estaba al final, en una gran mesa. El niño caminaba de un lado al otro intentando dejar de pensar en esa imagen, pero cada que volteaba sentía que la imagen lo observaba. Entonces rompió el cristal que protegía la fotografía, y el cuadro cayó al suelo, perdiéndose en la oscuridad del suelo. “¿Qué haces aquí?”, le preguntó su amigo. El niño le dijo que alguien había llevado a su cuarto y había puesto sobre su mesa la vela que habían encontrado en la casita, “Estás loco, la vela nunca ha salido de aquí”, “Y, ¿cómo te explicas que estuviera sobre mi mesa?”
Los dos niños salieron por la puerta y se dirigieron rumbo a la casa grande. En ese momento daban las 12 de la noche, y la oscuridad llenó todo el patio. Cada quien volvió a su cuarto, pero el niño no se quitaba de la cabeza que esa vela era la misma de la casita y que alguien la había puesto, y que, contrario, a lo que su amigo le decía, nunca había visto una vela sobre la mesa. Pero fue cuando escuchó los pasos afuera de su cuarto. Unos pasos como de adulto. Se cubrió la cara con la cobija, que era la reacción que todos los niños tienen cuando duermen en sus cuartos y despiertan llenos de miedo, como si la cobija lo fuera a cubrir del terror que sentía por los pasos que se escuchaban.
Se escuchaban claramente, eran unos pasos fuertes que andaba de un lado para el otro, casi se podría decir que corrían. Pero, ¿cómo era posible que alguien corriera si a esa hora la casa estaba sumida en la más terrible de las oscuridades y ni siquiera se podía notar la propia mano? Y de momento los pasos se detuvieron. Estaban justo afuera de la habitación. El niño lo sabía, afuera estaba la oscuridad, los grandes espejos, las paredes largas que parecía que jamás llegaban a ningún sitio, sintió como que esa casa no tenía fin, una casa infinita, cubierta de una oscuridad infinita, reflejándose, infinitamente, en los espejos. Gritó ante ese terrible pensamiento. La puerta comenzó a abrirse. Los pasos se escucharon junto a la cama. Una mano lo comenzó a tocar, luego a moverlo. Era su amigo, lo había ido a despertar, ya era hora de salir rumbo a la escuela; se despertó de su sueño.
“Créeme, no parecía sueño, todo fue tan real. Los pasos, mi pensamiento, la casita, tú en la casita, el cuadro que rompí. Todo, en verdad, no te miento, era terrible; todo estaba bañado de la más profunda oscuridad”, pero su amigo iba como indiferente. Simplemente lo oía, pero sin verlo. Y mejor guardó silencio, dejó de contarle lo que sintió. Esa tarde, al salir de la escuela, los dos fueron directo a la casa. Las vacaciones estaban por terminar y el niño volvería a su casa. Pero volvieron en silencio, ninguno quería cruzar palabras. Pero el amigo sabía que no había soñado, aunque no se explica cómo es que los pasos se escucharon, era una oscuridad tan terrible, y de momento la mano que lo despertaba era la de su amigo y el sol estaba saliendo.
“¿Será verdad?”, se repetía constantemente.
Llegó la noche y los dos fueron a su habitación. No podía dormir, aun estaba asustado, pues dudaba que todo fuera sueño. Dieron las doce de la noche y salió del cuarto. Comenzó a caminar con la vela que había estado en la mesa. Caminó por todos los pasillos, por todos los lugares, miró todos los espejos, sintió el terrible miedo, volvió a pensar que aquello era infinito. Pensó que estar afuera de su habitación había sido una locura. Entonces escuchó a su lado la voz de su amigo. “¿Qué haces levantado y afuera de tu habitación?” “No tenía sueño y salí a caminar, pero ya empezaba a sentir miedo, qué bueno que te encontré”. “Discúlpame –le dijo su amigo– porque en la tarde no hablé mucho. Es que me puse a pensar en lo que me dijiste y recordé que yo también sentí miedo la primera vez que llegamos a este sitio. Pero te acostumbras. Vamos de nuevo a la cama, porque mañana tenemos que despertar a buena hora para la escuela”.
Al caminar por toda la casa, la voz del niño se escuchaba por todos los pasillos, y cada vez que pasaban por una de las paredes su figura se reflejaba en los espejos, y solamente por la pequeña luz de la vela encendida, sino, la oscuridad no permitiría ni que vieran su rostro. Entró cada uno a su habitación. Y el amigo se quedó dormido rápidamente. Al otro día las manos del niño lo volvieron a despertar. Se fueron a la escuela, y al volver a casa jugaron en el patio. Vieron la casita y encontraron que la ventana seguía sin el cristal. Habían entrado por ella hacía tres días, pero encontraron la puerta y jamás volvieron a salir por la ventana.

Volvieron a la casa. La noche llegó. “No tengas miedo”, le dijo a su amigo. El niño volvió a dormirse. Pero los mismos pasos se escucharon afuera del cuarto. Esta vez se despertó y salió para ver qué era ese ruido. Al salir solamente encontró a su amigo. “¿No puedes dormir? Ven, quiero mostrarte algo”, entonces caminaron hacia un gran ventanal. “Mira, de aquí se ve la ventana de la casita. No tengas miedo, vienes conmigo”. Los dos niños salieron al jardín y entraron por la ventana de la casita. La oscuridad se hizo más profunda. “No tengas miedo, vienes conmigo”, se volvió a escuchar. Los dos niños entraron en la casita, el amigo vio cómo se sumergía en la oscuridad y dejó de ver a su amigo. “No tengas miedo, vienes conmigo”, fue lo último que se alcanzó a escuchar. Desde la casa, en el gran ventanal, Alberto, el niño que había invitado a su amigo a quedarse unos días de vacaciones, veía la ventana de la casita; después volvió a pasar por los pasillos y todos los espejos lo reflejaron, cerro la puerta. La casa, la oscuridad, los espejos, los pasillos, la casita y la ventana, se quedaron afuera.

Juegos de aves

LOS PASOS LLEVABAN AL EXTREMO MÁS LEJANO, desde ese lado de la casa se podían escuchar los ruidos. “¿Qué es todo ese alboroto?”, preguntó Adela a Joaquín, “Son las aves que desean salir de la jaula”. Pero Adela no estaba muy convencida de que fueran aves, más bien parecía como el ruido de muchos coyotes, aunque nadie dijo que 300 aves encerradas fueran un número razonable de animales atrapados.
Adela estaba todo el día en casa, nunca nada la había molestado ni la había sacado del hogar que había construido con Joaquín. Todo el día se la pasaba recordando a los muchachos; recordaba cuando eran niños, cuando crecieron, cuando cada uno se independizó, cuando se casaron y cuando nació el primer nieto. Fue mucha felicidad. Estaba sumergida en sus recuerdos cuando sonó el teléfono. “Mamá, ¿te podrías quedar con Arón? Es que hoy no vino su niñera y necesitamos ir a una reunión de trabajo”, “Esta bien hijo, trae al niño”, “Gracias mamá, Ana pasará a dejártelo. Nos vemos, un beso”, “Sí hijo, aquí estaré. Un beso también”.
Trajeron al niño a las 3 de la tarde. Acaba de cumplir, la semana pasada, 6 años, y todos decían que era muy inteligente, que desde pequeño había comprendido cosas que otros niños habría entendido a los dos y a los tres años. “Juega donde quieras hijo, mientras tu abuelo y yo vamos a preparar la comida”, “¿Puedo ir al cuarto de las aves?”, preguntó entusiasmado el pequeño, “Sí, pero ten cuidado, últimamente han estado intranquilas”. El niño fue directo hasta el cuarto de las aves, y estas se pusieron más intranquilas. A cada paso que daba las aves alborotaban más su vuelo. De momento un canario se escapó y voló por toda la habitación. El niño miró sonriendo al pequeño preso que acababa de escapar de su prisión y corrió para atraparlo. Pero el niño grito y comenzó a llorar.
“¡Joaquín, anda a ver qué sucedió con el niño!” Joaquín llegó corriendo y encontró que estaba lleno de sangre en la cara y las manos. “¿Qué pasó hijo?” “El canario, voló por todo el cuarto y después intentó golpearse en mi cara”. El canario estaba muerto al lado de la jaula de los cuervos. Cuando el abuelo miró hacia los cuervos sintió pena por el pobre canario. Mientras que Arón observaba los ojos de los cuervos, el color negro de su plumaje y su mirada se perdía en la profunda oscuridad de esas aves. Joaquín llevó al pequeño hasta la cocina y limpió su sangre. Le prohibieron volver a entrar a la habitación de las aves.
Llevaron a dormir al pequeño, ese día sus papás lo tuvieron que dejar todo el tiempo ya que su reunión se había alargado. Al otro día pasó su padre, muy temprano, y se lo llevó aun dormido. En la escuela Arón les platicó a sus compañeros de la habitación de las aves, y de los cuervos con el plumaje muy negro, también comentó sobre el canario y la sangre de su rostro. “Debe ser muy divertida la casa de tus abuelos”, “Es divertidísima, solamente que ya no me van a dejar ir porque dicen que las aves son un peligro”. Ese día les comentó a sus papás que sus amigos querían conocer la habitación de las aves y que si le podrían decir a los abuelos que le dieran permiso de entrar con sus compañeros a ver los cuervos.
Al otro día hubo una excursión a la casa de Joaquín y Adela.
Arón guió sus pasos hacia la habitación de las aves y entró al cuarto. Volvió a mirar los cuervos y caminó hasta las guacamayas; al final del cuarto estaba una vieja fotografía donde su abuelo estaba en la misma habitación que él ahora habitaba, solamente que con muchos años menos y menos aves. El niño pensó que las aves crecían a cada momento y sintió como si los cuervos lo llamaran hacia el negro plumaje que tenían. Un niño lo alcanzó en ese momento y le dijo que había encontrado a unos periquitos australianos con hijitos. Los dos niños corrieron para ver el hallazgo. Gritaron llenos de felicidad.
Joaquín estaba revisando las jaulas, viendo que tuvieran agua y comida, periódicos limpios y quitando los ya sucios. Encontró a los periquitos australianos, pero todos los pequeños estaba sin cabeza; algo o alguien les había destrozado el cuello, y se preocupó ya que se dio cuenta que las aves eran más agresivas de lo que pensaban. Salió de la habitación y cerró con llave la puerta. Las aves vivían con una luz artificial que ese día Joaquín no prendió. “Los periquitos están muertos, creo que sus padres los mataron”, le comentó esa noche a Adela. Ella lloró, porque amaba mucho a las pequeñas aves, pues siempre, durante todos los años que esa casa había comenzado a tener aves, siempre cuidaba de las recién nacidas. Cada vez que nacía un pajarillo, ella se llenaba de felicidad.
Sucedió que Arón volvió a venir y se enteró que las crías de los periquitos australianos habían muerto. El niño, con otros 5 amigos, se espantó y todos corrieron a mirar las jaulas. Dos cuervos volaron cuando los pequeños entraban en la habitación. Las pequeñas aves, ya muertas, quedaron afuera. Una jaula tenía otro canario muerto y la del fondo, la que tenía el ave más espantosa que los niños hubieran visto, estaba sin el ave. “Abuela, ¡abuela! El ave horrible no está” Adela entró al cuarto y sacó a los niños. “Joaquín, busca el ave, porque se ha escapado”.
Al otro día, en la escuela, Arón supo que Lalo ya no volvería, porque había tenido una enfermedad que lo había postrado en cama y que solamente duró 3 días y se murió. El pequeño le contó a sus padres lo de Lalo y ellos se miraron, “Tal vez no se murió, quizá está en otro lugar”, “Pero papá, la maestra nos dijo que Lalo había muerto”, “¿Quién es Lalo, Arón?”, “El niño que me acompañó a la casa de los abuelos; el pudo tomar uno de los periquitos bebés y lo cuidaba mucho, dice que cuando era más chiquito tenía un pollito que su papá le regaló”. Cuando fueron a la casa de los abuelos, supieron que los hijos de todas las aves estaban muriendo y que no se explicaban el por qué. Arón supo, en el salón, que Fernando había sido atropellado por un carro y que se había quedado sin las dos piernas.
Adela tenía una pareja de gorriones en su propio cuarto. Estaban separados de las otras aves, y tenían dos días de haber nacido dos gorriones. Los cuidaba mucho. Ese día Arón vino a visitarlos de nuevo. Le habían encargado a los abuelos que lo volvieran a cuidar, y Adela de mil amores había aceptado, pues amaba a su nieto. De pronto fue que se escuchó el graznido, horrible, del ave que el pequeño veía la más fea de todas. Y los pasos guiaron a Joaquín hacia el extremo opuesto de la habitación de Adela. Necesitaba buscar y capturar esa ave, pero era imposible. No la podían encontrar. Quizá esté en el sótano, pero el graznido había salido de otro cuarto. Entonces fue hasta el cuarto de las aves y encontró a las más pequeñas muertas, y las jaulas tiradas; corrió por la casa y vio que todo estaba tirado y que por ese lugar también había pasado. Al llegar al lugar donde estaban los gorriones de Adela, encontró que esa jaula también estaba tirada y la mujer lloraba amargamente. “Estuvo aquí, fue tan horrible, sentí su presencia y cuando voltee ya había matado a los pequeños”, “¿Y Arón?”, “Está jugando en el patio, le dije que fuera allá mientras tú capturabas el ave”. Joaquín bajó al patio y buscó al niño.

Encontró que en el patio también había estado la terrible ave. Descubrió con asombro que había pasado por todos los sitios y que los hijos de las aves que habitaban los árboles habían muerto, los había matado. Siguió caminando y encontró abierta la puerta que daba hacia la alberca. El ave pasó por ahí. Joaquín corrió. Lanzó un grito. El ave estaba hundida en la alberca, ahogada; Arón la siguió porque ese día le dio curiosidad.

Olores reflejados por el espejo

LA CASA ERA MUY ESPACIOSA, de esa forma Víctor podía jugar a veces que era ciego y probaba su memoria; el caso era no chocar con ningún mueble y así ganaba. De pequeño, recordaba a veces, veía su casa como un gran lugar para esconderse. Apagaba las luces y corría al sitio donde iba a estar hasta que su hermano lo encontrara. Por eso le gustaba esa casa, por espaciosa.
Su hermano recordaba también que esa casa les sirvió por muchos años para perderse y que siempre había sido su refugio. Para su hermano, esa casa era como un cielo, como la gloria, porque ahí habían transcurrido los mejores momentos de toda su vida, y aun cuando ya tenían 20 años, los dos no dejaban de amar el profundo olor que siempre estaba impregnado. Un olor que tenían en la mente desde hacía muchos años, tantos, que ya no recordaban en qué momento lo percibieron.
Para poder entrar a esa casa había una puerta que llegaba desde el suelo hasta el techo. Era la enormidad lo que siempre les había cautivado. Un día, por esa puerta pasó la novia de Víctor, y había estado en su cuarto, unos 40 minutos. Después se había despedido prometiendo volver al otro día. Pero nunca llegó. El día que nació Víctor y su hermano, aquel lloró más fuerte, y el segundo lloró muy débilmente. El día que no llegó su novia, y que jamás volvió, Víctor lloró igual de fuerte que en su nacimiento.
La única cosa que siempre recordaban con cierta confusión era que en el cuarto de sus padres había un gran espejo. Una cómoda con espejo, un espejo enorme, que un día su padre rompió. Los dos acostumbraban reflejarse en él, pero el día que se rompió, su reflejo se perdió, y solamente su hermano se había obsesionado con juntar espejos. Era tanta su obsesión, que para llegar a su cuarto era muy difícil, porque en la sala y en el pasillo todo estaba lleno de espejos y la entrada a su habitación se reflejaba en todos los espejos, entonces eran miles de reflejos los que se podían observar por todo lugar en la casa.
Un día el olor de la casa llegó hasta la memoria de Víctor.
Recordó que en una ocasión había ido al cuarto de sus padres y que su mamá no estaba. Tampoco su papá, y sus camas estaban sin usar. Entonces llamó a su hermano. “Mamá ni papá están”, entonces escucharon la puerta; se abría con un gran rechinido; costó mucho trabajo abrirla, pero al final pudo entrar su padre. “Hijos, su mamá tuvo que salir de viaje, tardará un poco en regresar, pero no se preocupen, todo está bien”. Desde ese día Víctor no pudo dormir igual. Recordó que todo había sucedido a los 15 años, hoy tenía 20 y su madre no había vuelto.
Víctor intentó entrar al cuarto de su hermano, y volteó para ver los espejos. Necesitaba saber cuál era el que no reflejaba una puerta falsa. Sus ojos, reflejados en el espejo, dieron con la puerta. En el espejo que estaba justo frente a la habitación se reflejó Víctor entrando al cuarto de su hermano. Víctor no encontró a nadie. Entonces le pareció extraño que su hermano tuviera algunos zapatos y ropa suya. Encontró las cosas regadas por la habitación. Salió muy enojado de aquel cuarto y se reflejó en todos los espejos. Era tanto su enojo que se perdió un momento entre tanto espejo. Al final encontró el camino hacia el otro extremo de la casa.
Su hermano llegó muy tarde ese día. Su padre y Víctor lo habían esperado pero el sueño los había vencido. El hermano llevaba una nueva novia. Al otro día la chica se había escapado, dejando al muchacho dormido; al despertar se dio cuenta que estaba solo. Víctor entró a su habitación, “¿Qué haces con todas mis cosas?”, “Cálmate, yo no tengo nada, todo es mío; yo he comprado lo que ves aquí”. Víctor salió enfurecido. Esta vez caminó sin trabajos entre los espejos. Solamente alcanzó a mirarse reflejado en uno de los espejos, y miró, también reflejado, el cuarto de su hermano. Entonces el olor volvió a su mente. ¿Por qué era tan recurrente ese olor en su memoria?
Un día su padre ya no regresó. También se había ido por unos días, como alguna vez lo hizo su madre. Víctor se preocupó. Llamó a todas las amistades de papá. Su hermano estaba tranquilo en la sala, viendo una película. “¿No sabes por qué no ha vuelto papá?”, “Pues no, realmente no tengo la menor idea. En la tarde me dijo que hoy llegaba a buena hora”. Víctor siguió llamando a los conocidos de su padre. Caminó hacia el cuarto de su hermano y entró, entonces descubrió unas fotografías. Era extraño que en todas él y su hermano aparecieran siempre cargados por una mujer extraña y su papá un tanto alejado. Entonces tomó otra de las fotografías y el olor llenó su memoria una vez más.

Revisó la imagen, y encontró que nada más estaba fotografiado él con la mujer extraña. No encontró a su hermano por ningún lado. Recordó que sus padres siempre le habían contado que el día que nacieron los dos, él había llorado más y que su hermano había llorado despacio. Entonces sintió un asco repentino y su cabeza dio vueltas. Reconoció el aroma que tanto entraba a su memoria. Era el olor de sangre; recordó la gran puerta y cómo había entrado por ahí; recordó el espejo, recordó la oscuridad de la casa y recordó a su hermano. Lo recordó muerto. Recordó a su madre abandonando la casa y a su padre entrando a decirle que su madre volvería en unos cuantos días. Recordó que ese día comenzó a odiar a su padre. Recordó los espejos que daban al cuarto en que estaba en este momento y recordó, al final, como ese día, sin querer, los frenos del auto de papá se habían descompuesto.

En el interior

Las pequeñas avispas depositan sus huevos en el cuerpo de la oruga y esta sigue su camino. Pero no sólo las avispas lo hace, también moscas y otros insectos. Cuando la oruga construye su capullo los huevecillos de los insectos quedan dentro y de ellos surgen larvas. Estas últimas se alimentarán de la oruga. Pasados los días brotarán avispas, pequeños gusanos, u otros, pero la mariposa que se esperaba jamás lo hará. Es como en las pesadillas, los fantasmas consumen desde dentro a la persona en la cual habitan.
Apagó la televisión, estaba impresionado de lo que acababa de ver y escuchar. Era el reino de los insectos y parecía una película de terror. Se fue a dormir pero esa noche tuvo un sueño que lo hizo despertar. En su mente se repetía, vez tras vez, la historia de la oruga; él era la oruga y sus fantasmas, sus recuerdos, sus deseos, venían a su lado, lo intentaban destruir, lo querían devorar, y despertó con un grito desesperante. Se levantó de la cama y fue a tomar un poco de agua; después volvió, a los pocos minutos se quedó dormido nuevamente.
Al otro día visitó al médico. “La enfermedad avanza, necesita continuar el tratamiento a menos que quiera ser consumido del todo. Recuerde que esa enfermedad consume su mente, poco a poco, hasta que usted deja de ser una persona. ¿Eso desea?”, a lo que él dijo, “Pero doctor, ya lo hemos intentado mucho y no hay resultados, ¿hasta cuándo me sanaré del todo?” Abandonó un poco decepcionado el consultorio, aun cuando el doctor le dio esperanzas, pero había en él un miedo que lo paralizaba, lo hacía sentir el peso del tiempo, todas sus enfermedades se sumaban y parecía que deseaban devorarlo.
Alguien le dijo que sería mejor que pensara en visitar a su familia. Entonces se fue al bosque con su esposa que estaba embarazada. Cuando llegaron lo recibieron sus hermanos con sus hijos. Tenía diez sobrinos que gritaban y corrían porque su tío los había venido a visitar. Cuántos meses tienes de embarazada, cuando nazca podrá correr con nosotros, le gustará nadar en el río, eran preguntas que los niños le hacían a su tía. Él se sentía muy nervioso, veía a sus sobrinos correr y jugar como avispas en un bosque. Su hermano mayor lo llevó al interior de la casa. Al entrar voló una mosca, posándose en el sombrero de mamá, quien lo recibió con esos grandes ojos que aun tenía en la memoria. Como la mosca, mamá parecía tener miles de ojos porque siempre sabía lo que había hecho y sentía que cuidada a todos los hermanos sin apartar su mirada de cada uno, por eso parecía tener miles de ojos.
Ese día comieron en la terraza que daba al lago. Recordaron cosas de la infancia, como aquella ocasión en que él nadó entre peces y tortugas, todo porque alguno de todos sus hermanos había echado uno de sus juguetes favoritos al lago. “Parecías un pez en el agua, te movías como uno de ellos”, le recordó su hermano menor. “Uno de tus sobrinos nada también como pez”. La tarde pasó entre risas y recuerdos, pero el recuerdo que aun más les pesaba era el de papá, que tenía seis años de fallecido. Su tumba, dijo mamá, se llenaba de aves, eso la hacía verse hermosa.
Lo llevaron al lugar en que estaba el criadero de abejas, su miel aun la vendían en el pueblo más cercano. Él se volvió a poner nervioso al ver tantas abejas, escuchaba su zumbido muy cerca de sí, entonces su hermano le dijo algo al oído. Los dos fueron a ver las cosas de papá. Le mostró el rifle y al tomarlo con la mano pensó que veía una serpiente que se enredaba en una rama. “Me voy a la cama, me siento muy cansado, esta enfermedad no me deja. Mañana me despertaré a buena hora para hacer un poco de ejercicio junto al lago”, salió de la oficina de papá; subió al cuarto con su mujer, al poco tiempo ella estaba dormida, pero él no dejaba de acordarse de todo lo que vio durante el día. Miró a su mujer, la vio cubierta de sábanas, parecía un hermoso capullo y pensó, “En poco tiempo nacerá mi hijo, como una hermosa mariposa; aquí estará tu papá, te cuidaré y llenaré de besos y abrazos, de cariño y de miles de juegos, para que seas completamente feliz”. Se durmió contento al pensar en su hijo.
Al otro día tuvo su primer síntoma de que la enfermedad avanzaba. No quería salir de su cama, decía que los perros lo quería morder y que las aves quería picarlo. Tuvieron que darle calmantes, y se volvió a dormir. Llamaron al doctor, “Es normal que le haya sucedido esto. Estar con ustedes ha sido una experiencia muy fuerte, muchas emociones y recuerdos en un solo día, deben apoyarlo y cuidarlo, por eso vino a visitarlos, para ver si su enfermedad disminuía, pero hasta ahora solamente les puedo decir que todo lo contrario, irá desarrollándose hasta que la locura lo devore completamente”. El doctor se fue, todos se quedaron muy preocupados, hablaban de la enfermedad, de cuidados necesarios, le preguntaron a su esposa qué era lo que había sucedido en la ciudad, ella les contó de algunos momentos en que él caía en depresiones, que a veces soñaba y gritaba, otras veces lo había escuchado hablar en su cuarto. Esto les preocupó aun más.
Despertó sintiendo los pasos que en su sueño lo habían seguido. Aun cuando ya estaba despierto la pesadilla continuaba; corrió al espejo para mirar su rostro, un grito de horror lo sobresaltó, pero era su propio grito y se encontró aun acostado en su cama. “Un sueño dentro de otro sueño” pensó, eso no era un sueño sino una pesadilla. Todo el tiempo que soñaba era como sentir la presencia de alguien, de algo. No sabía definir qué era ni por qué tenía esas pesadillas. Durante toda la noche estuvo nervioso, pero al final logró dormir.
Su mujer les contó el suceso de la noche anterior, de cómo se despertó casi gritando, nada le daba paz. Se durmió al terminar muy cansado. La enfermedad avanzaba rápidamente, ya era necesario buscar ayuda profesional. El doctor habló en secreto con la familia, les propuso trasladarlo al hospital esa misma tarde. Se fue para traer a las personas indicadas para el traslado. Él estaba en su cuarto, veía el espejo y ya no se reconocía, entonces encontró que tenía mucha semejanza con las avispas, sintió que sus ojos eran como los de una mosca, comenzó a sentir la necesidad de dejar sus huevecillos en una oruga. Cuando subieron ya no estaba.
Esperaron hasta las seis, tiempo en que el doctor les avisó que ya iba para allá, pero que tardaría un poco pues tenía que llenar la documentación para llevarlo al hospital. “Subiré al cuarto, necesito descansar, no falta mucho para que nazca y queremos que sea un niño completamente sano”, dijo su mujer, “Te ayudo a que subas” le dijo uno de los hermanos de su marido. Subieron y ella se recostó, a los pocos minutos estaba completamente dormida.
El doctor no llegó, les llamó para decirles que iría al otro día muy temprano, que la documentación ya estaba completa y que el cuarto del hospital estaba listo. Eran las nueve de la noche cuando él volvió al cuarto. Miró a su mujer que estaba cubierta con las cobijas como si fuera un capullo, entonces se acostó junto a ella. Aun sentía que era una avispa, necesitaba depositar sus huevecillos en una oruga para que sus larvas nacieran. Un grito sobresaltó a todos en la casa. Subieron corriendo al cuarto. En la cama estaba ella, yacía sin respiración, su vientre estaba vacío. Él vio avispas que se acercaban, vio el capullo tendido en la cama, sin la mariposa dentro, solamente larvas que por fin habían brotado.

En el hospital él veía el programa nuevamente, las avispas que depositan sus huevecillos en las orugas, y cuando estas últimas se hacen capullo, los huevecillos revientan naciendo por lo menos diez larvas que se comerán a la oruga. La mariposa jamás nacerá, del capullo surgen gusanos o larvas.

Del mismo lado del otro lado

Cuando escuché lo que contaba un hombre en la plaza del centro quedé sorprendido y no supe cómo relatarlo. Hoy estoy ante mi máquina de escribir, y sigo sin saber relatar la historia. Acaso alguien que cuenta historias puede quedarse sin contar la historia más fantástica que nunca haya oído, me pregunté; entonces procedí a escribir. Hablar de una flor que es el reflejo del sol es muy fácil, pero hablar de lo que escuché, escribir sobre eso, tal vez no tiene sentido si no se relata tal como sucedió. Sin embargo lo intentaré.

Un futbolista vivía en un edificio muy antiguo, cerca del estadio en el que entrenaba. Cada mañana se levantaba muy temprano para salir a correr. Pero aparte de ser futbolista también dibujaba. Hacía toda clase de historias, pero la que más gustaba de dibujar era sobre hombres comunes y corrientes. Posiblemente era una forma de escapar a la fama que tenía. Era campeón de goleo. La fama y la fortuna lo rodeaban. Las mujeres más hermosas lo asediaban. En sus dibujos trazaba aquello que le gustaría volver a tener. El anonimato.
Un día, el hombre salió a caminar. Iba con su perro junto a él. Caminó hasta la estatua de su ídolo del fútbol. Al llegar al lugar, se dio la vuelta y regresó a su casa, dejando a su perro en la puerta. Se sentó a la mesa, bebió un vaso con leche, después leyó el periódico. Repasó las noticias de deportes, específicamente de fútbol. Estaba sorprendido de lo que leía, un joven delantero había fallecido a causa de un accidente en la calle. El hombre se lamentó por lo sucedido. Él alguna vez fue futbolista, aun conservaba interés por el juego del hombre; había veces que entrenaba a los niños de su cuadra. La nostalgia del fútbol le traía muchos recuerdos. El más grato era cuando había metido un gol llevando a su selección a cuartos de final. Pero habían sido vencidos.
Trazaba y trazaba, esa noche quería dejar lista la historia para entregarla al otro día para ser publicada. Dibujaba y firmaba con otro nombre. Intentó construir una historia común, de un hombre común, como todas las que hacía. Trazos, colores, la firma; estaba lista. Se fue a dormir. Necesitaba descansar porque el domingo tenía partido. Estaba en juego el título y el equipo confiaba en su magia para hacer goles difíciles, extraños, maravillosos. Cuando tocó la almohada se durmió al instante. Esa noche soñó su dibujo.
Cuando el hombre pasó cerca del edificio antiguo recordó que ahí vivía un amigo que jugaba fútbol desde pequeño. Pensó en subir a visitarlo pero se detuvo, no era hora para ver gente. Siguió su camino hasta su casa. Era la misma rutina. Entrar, sentarse, beber leche, leer el periódico, ir a dormir. Cada noche hacía lo mismo. Necesitaba hacer algo distinto. Al otro día saldría a comprar algunas hojas y escribiría su primer cuento. Necesitaba dejar la rutina.
Al otro día se despertó de mañana. Tomó las hojas y llevó al periódico sus dibujos. Ese día serían publicados. Estaba contento de que por fin fueran a conocerlos. En la tarde ya había salido. Los observó; era la historia más común que pudiera haber dibujado. Por lo mismo común, daba mucho en qué pensar.
El hombre comenzó a redactar el cuento que lo haría famoso. Estaba seguro que así sería. Había escuchado muchas historias, pero la que más le sorprendía era la que hablaba sobre una oruga que caminaba, y en el trayecto para meterse en su capullo y hacerse mariposa, algunas avispas ponían sus huevecillos sobre ella. Al reventarse el capullo, nunca salía la mariposa sino larvas u otras avispas. Le sorprendía tanto que no supo cómo escribir la historia. Entonces borró el primer párrafo y comenzó una nueva historia.

Hasta aquí es la historia en su sentido más normal. Ahora inicia la verdadera razón del por qué me ha impactado de tal forma que he decidido contarla. El futbolista había dibujado a un hombre que caminaba todas las mañanas con su perro junto a él; este hombre había escrito su primer cuento sobre un futbolista que dibujaba a un hombre que caminaba todas las mañanas con su perro junto a él.

Desde mi baño…

A la colonia había llegado la feria más antigua que pudiera existir. Yo tenía de ella memoria desde que había cumplido los dos años, pero era más vieja, mi abuelo tenía memoria de ella desde los dos años, pero era más vieja, y así su abuelo, y sucesivamente, generación tras generación.
Siempre subíamos por dulces o juguetes; cada año era igual. Mientras mis padres nos cuidaban, ellos nos llevaban a dar una vuelta al lugar. Juegos, juguetes, todo lo que un niño podía tener nosotros lo conseguíamos. Nuestros padres siempre nos compraban, por lo menos, algo de esa feria. Crecimos y dejamos de ir; después comencé a llevar a mis hijos. Era la misma historia, se les compraba algo cada que venía, pero con ellos acostumbré a ir a otras ferias y hacíamos el mismo recorrido.
Una noche en que me estaba lavando la cara para irme a dormir, escuché, por el domo que teníamos, las voces de todas las personas, los silbatos de policías que cuidaban el tráfico, los juegos y la música de la feria, las voces de los vendedores. Me maravillé que desde mi baño se pudiera escuchar la feria. Me sentí contento y pensé, como si mi domo fuera un aleph borgesiano, que desde mi baño se escuchaba el Universo. Entonces me fui a dormir y le platiqué lo que había escuchado a mi mujer, ella sonrió y me dio un beso.
Al otro día salí rumbo a la escuela donde daba clases e iba pensando en lo que había escuchado la noche anterior. Atravesé las calles, anduve por el centro y llegué a la escuela, ese día tocaba clase de literatura. Entonces vimos a Borges y a Cortázar. Hablamos del Ficciones y de Rayuela. Después se explicó un poco sobre el mito del laberinto y la historia del Minotauro. Hablamos de libros y musas y la Maga y todos sus cuentos y bibliotecas y el infinito. Entonces les platiqué a mis alumnos sobre lo que había escuchado desde mi baño. Por ese día había terminado la clase.
Regresé a casa y mis hijos me esperaban para dar una vuelta por la feria. Fuimos y compramos dulces y un juguete a cada uno (tenía 4 hijos). Después pasamos al cine. Al salir fuimos directo a casa, ellos llegaron cansados y a dormir y yo me volví a lavar la cara, escuchando, complacido, el ruido lejano que entraba por el domo y la sensación de que estaba, por unos segundo, en algún cuento contado por Borges.

“¡Pasen, pasen –se escucha decir al anunciador– unos días más y el hombre más alto del mundo estará con nosotros! Pasen, no dejen de ver esta maravilla de la naturaleza… es un misterio, ¿cómo es posible que exista un hombre tan alto? ¡Pasen, compren sus boletos días antes! Aun no llega el hombre altísimo, pero llegará… ¡Pasen y vean este fenómeno, todo un misterio!” –siguió gritando el anunciador, y todos se comenzaron a acercar, incluso los niños.

La misma rutina, salir, pasar por el centro, llegar a la escuela y dar mis clases. Los alumnos preguntan, participan, escriben, y la clase termina. Regreso a la casa y los niños me esperan ansiosos por volver a visitar la feria. Dulces, juguetes, juegos, cansancio, sueño. El domo de nuevo y por unos segundos es mi tranquilidad, siento ese descanso, siento el cuento de Borges en mi propia casa. Me voy a dormir y mi mujer me espera, un beso y apagamos la luz.
Un día salimos a la feria y vemos al anunciador gritando sobre un espectáculo que iba a suceder en un tiempo más. Nos llama la atención y nos acercamos. Nos presenta a un hombre muy grande. Lo anuncia como el espectáculo más famoso de todas las ferias. Después habla sobre una mujer con dos cabezas, y efectivamente, tiene dos cabezas. En esa feria, y sobre todo en los fenómenos, utilizan gente con defectos físicos muy marcados. Pero ese es el espectáculo. La gente siempre se deja llevar por el morbo y todo aquello que no comprende le causa terror, espanto y sensación de misterio. Pero todo tiene una explicación científica. Aquella mujer de dos cabezas son unas niñas que nacieron pegadas, son siamesas; el hombre altísimo está enfermo de gigantismo; el hombre de un solo ojo nació con un ojo solamente; la mujer barbona tiene un defecto hormonal. Pero se vende como fenómeno de circo, todo ese espectáculo atrae a las personas, incluso a mis hijos.
Al llegar a casa les explico a mis hijos que esos hombres no son espectáculo, que son personas con defectos en su organismo, que tal vez sufren y tiene que comer de algún modo. Mis hijos se entristecen, pero entienden que son utilizados para que la gente se ría o sienta miedo. Se van a dormir y yo regreso al baño. Las últimas noches, desde que descubrí que en mi baño se escucha el Universo, no he dejado de disfrutar los momentos que puedo estar ahí, pensando, sintiendo, escuchando todo el universo de esa feria. Los hombres se escuchan anunciando sus productos, los policías haciendo sonar sus silbatos, la gente comprando. Todo un caos que disfruto escuchar, mientras invento alguna historia y siento que el espíritu de Borges estuviera conmigo. Soy maestro de literatura y eso me permite pensar algunas historias.

“¡Ya nos vamos, ya nos vamos! Acérquense y compren sus boletos, el hombre más alto del mundo está por llegar… ¡Muchos metros, muchos metros! Es un hombre muy alto. ¡Es de miedo! Señoras, señores, cuiden a sus hijos, porque ese hombre intentará atraparlos y comérselos. ¡Es de mi miedo!” –y la gente grita llena de horror; el anunciador ha causado gran expectación entre su público y todos están ansiosos porque quieren ver al hombre altísimo.

Al otro día es la misma rutina que ya he contado. Llego a la escuela y me sorprende una pregunta que discutimos ese día. ¿Es posible que las historias de Borges pudieran existir? Yo les digo que no, pero ellos insisten que es muy posible, que incluso pudiera ser que las historias de Cortázar se explicaran científicamente. Ese día me voy a casa, pero pienso en todo lo que discutimos en el salón de clases. Al llegar, beso a mi mujer e hijos. Es el último día de la feria y vamos a dar una vuelta. Compramos lo de cada día. Al regresar, se bañan y se acuestan, se duermen y les doy un beso.
Salgo a trabajar y doy mis clases (a veces mi vida parece sin sentido, muy monótona, amo a mis hijos pero comienzo a sentir que algo me falta), camino por el centro al terminar las clases, como un helado, veo a la gente, que me parece extraña, y escribo algo sobre cada uno de los rostros que observo, llaman mi atención, a un hombre lo dibujo, nariz ancha, lentes, calvo, bigote, realmente se ve gracioso, como para que fuera incluido en el espectáculo de aquel anunciador. Todos somos graciosos para los otros, porque todos tenemos rostros extraños, solamente el nuestro es el perfecto, pero cada rostro tiene algo de chiste, algo de gracia, algo de fenómeno de circo. Regreso a casa. Ese día mis hijos están tristes porque la feria se ha ido. Yo me voy a mi habitación y busco uno de mis libros. Salgo y me siento a la mesa a leer un poco. Después platico con los niños sobre la feria, el próximo año regresará, mientras, podemos ir a las otras ferias que irán llegando, pero no es lo mismo dicen ellos, porque esta tiene muchos más juegos y otros espectáculos, y el carrusel y los helados y el hombre que anunciaba los fenómenos que a papá no le gustaron. Creo que tienen razón, esta feria significa mucho para nosotros, pero para mí significa dejar de escuchar el universo.

“¡Acérquense! ¡Hoy es el día! ¡Hoy llega el hombre más grande del mundo! ¡Todo un misterio! ¿Están preparados?”

No tengo ánimos de lavarme la cara, pero lo hago. Entro al baño, y le prometo a mi mujer que en un momento salgo. Me doy un baño y me siento más tranquilo. Me veo al espejo y empiezo a recordar que la feria se escuchaba en mi domo. Que la feria parecía el Universo. Que la feria me traía recuerdos. Que la feria seguía ahí y la escuchaba y sentía que estaba cerca y ya se había ido pero ahí estaba y sentí temor. Fue en ese momento que todo el Universo se escuchó como una explosión.
Me acerqué al lugar donde estaba el domo, me subí en un banco, levanté todas las láminas. Me fijé y ahí estaba. En miniatura, como sacada de un cuento, los hombres paseaban, los policías guiaban el tráfico, los juegos se escuchaban, todo estaba ahí, como si nunca se hubiera ido, como si hubiera regresado. “¡Ahí está, señoras, señores, niños, el gigante, el hombre altísimo, como les prometí que hoy vendría! ¡Aquí está, para todos nosotros! ¡Admírenlo!” Entonces sentí la mano pequeñísima de un hombre de la feria y después un amarre y un lazo más fuerte y todos juntos y sus manos y mi caída y el espectáculo comenzó.

La mujer gritó, nadie contestó, entró al baño pero no encontró a nadie. El espejo estaba lleno de vapor, el agua sobre el suelo, las gotas caían de la llave del agua pero nadie estaba en ese lugar. Escuchó y todo estaba en silencio. No vio más a su marido. Seguramente estaba con los niños y les daba un beso de despedida y vendría a decirle adiós y apagaría las luces y se dormiría y ella lo extrañaría toda la vida.

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