Postulado # 30



En el principio era el Lenguaje y es el Dios



Y dijo Dios en silencio, sea y todo fue…

Cuando Juan escribe su carta, está recreando el Génesis, puesto que inicia “En el principio…”, tal como el escritor del Génesis hiciera –“En el principio…” –, así, los dos escritores están llegando al momento mismo en que todo y nada existía. Un momento parecido al de Cervantes cuando escribe “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Estos tres principios de relato se encuentran, justamente, iniciando la historia de lo que existe, pero esta historia de lo que existe no se ubica, o al menos los escritores no lo ubican en un tiempo exacto, dentro del tiempo tal como nosotros lo conocemos, sino que su forma de describir ese principio, o ese lugar fuera de la memoria, es señalando que es un tiempo lejano, imposible de localizar en el tiempo, y que por tal motivo, es imposible ubicar su lugar.

Pero a continuación, ya saliendo de ese origen desubicado, comienza la conformación de lo que existe por medio del verbo, es decir, de la palabra hablada, de un lenguaje que crea. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra… Y dijo Dios, sea… y fue…”. Al señalar la creación, el comienzo de la existencia de todo ser vivo, se da por sentado que estaba Dios y que Dios era el que creaba, el que había dicho que fuesen las cosas –porque Dios llama a las cosas desde la no existencia hacia la existencia, crea las cosas de la nada haciéndolas existir– ; pero Juan, muchos siglos después, desarrollará un sentido más teológico de la creación, y especificará quién es el que crea, “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho…”. Al decir que Juan especifica quién es el que crea, no queremos decir que Juan contradiga la creación por parte de Dios que se relata en Génesis, sino que desarrolla un sentido teológico de la creación, no hacia la naturaleza, es decir, hacia la creación del mundo, sino en un sentido más teológico y soteriológico, es decir, desarrolla una teología de la salvación, de la redención de los hombres.

El Lenguaje habitó en nuestra carne…

Antes de que el mundo fuese, únicamente era Dios, y en Dios estaba el Verbo, y el Verbo era Dios, así, únicamente existía la Voz silenciosa que llenaba el cosmos, y nadie la escuchaba, puesto que era silenciosa, y aun no existía hombre alguno con el cual, Dios, que también es el Verbo, pudiera comunicarse. Y una vez más, Juan repite la fórmula del Génesis, y habla de un hombre, pero no cualquier hombre, sino que es un hombre que surge de Dios mismo. Dios, que viene al hombre, se viste de hombre, pero en el Génesis crea al hombre –y lo crea dos veces–, “Entonces dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó…”
[1], “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”[2]. Juan nos habla del Dios-Hombre o del Hombre-Dios, aquel que es de naturaleza doble, porque es tan Dios como tan hombre, hablamos el Verbo, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…”[3]. La creación, iniciada en el Génesis, y deconstruida por Juan, nos narra el acontecimiento de la formación del hombre.

“Hagamos al hombre a nuestra imagen, esto es, según aquella túnica que germinará en el vientre de la virgen y que la persona del Hijo revestirá para la salvación del hombre, saliendo del útero de aquella que permanecerá íntegra [...]. Hagámoslo también a semejanza nuestra, para que con ciencia y prudencia entienda y juzgue sabiamente lo que ha de hacer con sus cinco sentidos, de manera tal que también por la racionalidad de su vida –que se oculta en él y que ninguna creatura, en tanto permanece oculta en el cuerpo, puede ver– sepa señorear sobre los peces que nadan en las aguas y sobre las aves
en el cielo [...]”[4]. Entonces fue creado el hombre por Dios, Dios formó al hombre a imagen de Dios.

Porque son complementarios los pasajes bíblicos, es que podemos entender todo lo que significa la formación o creación del hombre. Que Dios hiciera lo siguiente: formar al hombre a su imagen y semejanza, que tomara del polvo de la tierra aquella figura-imagen a la que le inspiraría el nariz aliento de vida por medio de su nariz, y que el Verbo mismo se encarnara, es así como entendemos lo que significa ser hombre a imagen de Dios. La encarnación es volverse un ser que siente, que se encarna, que toma carne para sí, y que desde ella experimenta y conoce el mundo que lo rodea; que piensa y siente, que observa y que habla.

En el principio era el Verbo y el Verbo fue Don Quijote…

En el Quijote también encontramos la encarnación del Verbo, pero ahí, la descripción es más bien literaria, y el Verbo se va tejiendo por medio del texto, es decir, conocemos la palabra que se va encarnando por medio de la descripción del autor. “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad”
[5].

Tanto en los pasajes bíblicos, como en el texto de Cervantes, al principio de todo se encuentra la Palabra. Pero detengamos nuestra lectura por un momento para observar algo importante. En el Génesis dice que en el principio creó Dios los cielos y la tierra, y añade, “y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”, es decir, antes de que Dios creara al decir, había movimiento por parte de Dios; la actividad estaba antes de la palabra que pronuncia y crea, la actividad es antes de la Voz que se escucha, silenciosa, en todo el cosmos. “El lenguaje es un hacer… en tanto [que] es una actividad consistente en seguir reglas de uso de las expresiones. Pero no sólo: Wittgenstein subraya una y otra vez que en el principio no era el verbo sino la acción, que el lenguaje no ha surgido de un razonamiento y que de la misma manera que el gato no sabe que la rata existe el niño no sabe que la leche existe, sino que la reclama, la bebe y se deleita con ella. Asociado a ese no saber, pero en conexión con esa pluralidad de acciones, aprende a usar ciertas expresiones lingüísticas. De forma tal que, sea éste un ejemplo, cuando aprendemos el lenguaje que trata del dolor, no es que a partir de ese momento estemos describiendo unas sensaciones -que serían el significado de esas expresiones- sino que hemos aprendido una nueva manera de actuar, de comportarnos con el dolor. El lenguaje, en este caso el del dolor, es así entendido como una prolongación refinadamente substitutiva de conductas como gritar, palparse la zona dolorida, etc. Y el lenguaje en general se concibe no sólo como un conjunto de prácticas aprendidas comunitariamente sino, también, como la prolongación refinada de un conjunto de conductas prelingüísticas -concebidas como prototipos de formas de pensar- que son en parte comunes a la especie. Esa es la razón por la cual si un león pudiera hablar, afirma Wittgenstein, no por ello lo entenderíamos”
[6].

Tal parece que en el Génesis, la acción creadora de Dios y la actividad, son un mismo bloque de sucesos, porque, antes del momento creativo se encuentra la intención de aquel que crea. En el caso de Dios, está en su naturaleza crear. Veamos una imagen, una forma de descripción, casi de ciencia ficción, que nos hablaría de Dios como creador.

“No puede ser descrito con palabras, solamente una visión como la suya es capaz de abarcarlo, pero imaginemos que lo vemos, aunque sea por un instante, y mayor aun, lo vemos en el momento en que es y en el momento en que explota y todo llega a ser; es un desdoblar de su ser hasta que se vuelve esencia infinita y todo el cosmos se forma, tal como se creara la vía láctea, tal como si un poderosísimo big bang surgiera desde la nada más infinita, una nada que existía antes que todo, pero que sigue sin describirlo a él. Entonces esa luz cegadora explota en cientos de haces luminosos, infinitos corpúsculos de energía que se va materializando hasta formar todas las cosas. Una explosión que surge de sus entrañas, aun cuando él no tiene entrañas -¿pero qué otra forma poseemos para describirlo sino la escritura, el pensamiento, y estas tienen necesidad de decir, en palabras, algo que nos permita ubicarlo?-, y así, un blanco se manifiesta, un blanco explota, y el sonido de lo blanco se vuelve tan intenso, que abarcó, como en un grito sordo, como en una voz silenciosa, todo el cosmos. Todo se llenó de su luz, y cada cosa se volvió de color, y la existencia brotó de entre todos los sonidos materializados, y la energía material que iba extendiéndose por todos los rincones que se llenaron. Y en esa actividad, en esa intensidad creativa, se iba formando todo. Los colores sonoros formaron la materia, y como si fuese un maravilloso dibujo, una explosión dibujada en forma de un Dr. Manhattan que explota hasta formarse como hombre atómico, él ha explotado hasta abarcarlo todo. Sí, toda su actividad creadora está en movimiento y así nace el primer minuto de la creación –imposible es querer contemplar, realmente, lo que había antes de que todo fuese. ¿Podemos imaginarlo? A menos que recreáramos con efectos especiales, el principio de todo, y a Dios mismo, nos es imposible abarcarlo. Ni pensamiento, ni conocimiento, ni memoria, ni nada de lo que nos hacer ser, puede tocar al Ser mismo en su ser”.
[1] Génesis 1:26, 27, RV-60
[2] Génesis 2:7
[3] Juan 1:14, RV-60
[4] http://www.hildegardadebingen.com.ar/Fraboschi_5.htm
[5] http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/edicion/parte1/parte01/cap01/default.htm
[6] http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/602/En_el_principio_no_fue_el_verbo

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