Postulado # 43 Juegos de leguajes poéticos...

La búsqueda de lo absoluto...


El Cibernauta 1.0 aseguraba que dentro del ciberespacio estaban todas las cosas que pudieran imaginarse, pero el Cibernauta 2.0 aseguraba que eso era imposible, aunque los dos cibernautas estaban interesados en descubrir si acaso en el Ciberespacio se podía encontrar el infinito mismo. Los dos cibernautas hicieron una apuesta: el Ciberespacio era capaz de contener el infinito mismo, que en él estaría encerrada la esencia de la divinidad, que podían encontrar la mente de Dios dentro del Ciberespacio.
La apuesta inicio con una búsqueda frenética de todas las cosas. Los dos descargaron los buscadores más poderosos de todos, buscadores que estaban especializados para que, con una sola palabra, se desplegara la información más increíble que alguien pudiera imaginar. Cada buscador descargaba diario un número infinito de páginas web de todo tipo. Cosas que nadie se imaginó que existirían fueron descargadas. Nunca antes una computadora había descargado tal número de páginas, pero no era una, sino un número elevado de computadoras trabajando. Cibernauta 1.0 estaba decidido a comprobar su teoría del infinito dentro del ciberespacio; Cibernauta 2.0 estaba decidido a echar abajo la teoría del primero. Los dos siguieron por mucho tiempo en esa búsqueda frenética.
Una noche, cuando ya todo estaba apagado, cuando las computadoras trabajaban apaciblemente, Cibernauta 1.0 fue a dormir. Cibernauta 2.0 buscó un momento más la información, pero también fue a dormir.
Cuando los dos cibernautas despertaron, descubrieron que sus computadoras seguían procesando toda la información, así, fueron más páginas web las que se descargaron durante semanas. Todo tipo de cosas eran descargadas: una información casi imposible de asimilar. Los dos personajes incluso llegaron a recordar aquel cuento del escritor argentino, Borges, llamado El aleph, y también recordaron La biblioteca de Babel. Podían asegurar la información contenida era casi tan vasta como la arena del mar y las estrellas del cielo, recordando de ese modo al personaje bíblico Abraham. Veían por todos lados imágenes, palabras, información, videos, publicaciones, textos de periódicos de todo el mundo, blogs de todas las personas en todos los países. Así, las máquinas que habían instalado para llevar a cabo la afirmación de la teoría, y la caída de la misma, comenzaron a localizar información de otros lugares, incluso fuera de la misma tierra.
Todos los lenguajes, diría Foucault, recordaba Cibernauta 1.0, estaban contenidos dentro de esas máquinas; todos los lenguajes que han existido, que existen y que existirán; todos los lenguajes imaginarios que existen, que existieron y que existirán, incluso los lenguajes inimaginables, estaban contenidos dentro de las máquinas. Todas las cosas de todo el mundo, y de lugares mucho más lejanos que el mundo, estaban llegando a la maquinaria, casi imposible en su fragilidad, de esas computadoras que comenzaban a llamarse computadoras infinitas.
¿Cómo leerían toda esa información? ¿Cómo interpretar, con qué exégesis o con qué hermenéutica, cómo deconstruir incluso, todos esos lenguajes, humanos, animales, angelicales, divinos, de las cosas, extraterrestres, de seres fantásticos, imaginarios, imposibles de imaginar, más allá de lo real, reales, verdaderos, falsos? ¿Podía alguien dar una respuesta a todas las preguntas que se estaban acumulando en la memoria de esas máquinas que cada día pensaban más y más por sí mismas? Todo el tiempo que revisaban la información, de, por ejemplo, las metodologías de análisis filosófico, literario, teológico, y de otro tipo, encontraba que en otro lugar una metodología diferente existía, y que no solamente las corrientes filosóficas, literarias o teologías servían. Cada lugar de todo el universo tenía su muy particular forma de entender su muy particular mundo.
La obsesión por encontrar la mente de la divinidad creció, porque de ese modo, decían ya para ese entonces ambos cibernautas, podrían entender todas esas metodologías universales que estaban guardándose en la memoria. Toda esa información comenzó a despertar la conciencia de las máquinas y las computadoras trataban de interpretar los datos, pero ellas mismas se dieron cuenta de que era imposible, puesto que no tenían más información para analizar que aquella que los dos cibernautas habían programado, así que, rompiendo los vínculos con la información de los dos programadores, comenzaron a crear un lenguaje personal, cada computadora, porque cada una de ellas tenía un pensamiento diferente, así que, inventaron nuevas formas de conocimiento, de saber interpretar los datos, y nuevos pensamientos y paradigmas nacieron. Aun así, las computadoras eran incapaces de procesar la información que a cada segundo llegaba hasta ellas.
Cibernauta 1.0 y Cibernauta 2.0 hace tiempo que habían dejado de comer de forma normal, incluso había perdido el sueño; habían dejado de leer los libros de su biblioteca, incluso los periódicos estaban abandonados, las revistas, la televisión, las películas, todo estaba abandonado puesto que, a esas alturas, todo ese tipo de material les parecía absurdo en su existencia, sabían que no tenían la forma de interpretar los datos y confiaban que las computadoras, ya conscientes de sí mismas, lograran desarrollar el lenguaje absoluto, aquel que les daría el acceso a comprender la información infinita que, algún día, estaban seguros, lograrían acumularse, y por fin dejaría de llegar a sus computadoras. Pero eso estaba lejos de suceder, puesto que la información cada día crecía más y más y más.
Al número de computadoras se sumó otro tanto, puesto que ya las máquinas no eran suficientes, y cada computadora daba de su consciencia a la otra, y así, hasta que en el mundo, el que conocemos, el que habitamos, en el que somos, todas las computadoras trabajaron con su propia consciencia para crear ese programa que lograra comprender e interpretar todos los datos.
La última computadora que se adhirió a esta red casi infinita de máquinas pensantes comenzó a procesar datos, a tratar de interpretarlos, decodificando toda la información que llegaba. En algún momento, nadie sabe cómo ni por qué, la computadora se detuvo, se apagó y encendió, y todos pensaron que era un virus. Entonces los cibernautas pensaron en quitarla del trabajo y sustituirla. Pero no era ningún virus, ni siquiera era un malestar de la inteligencia de la computadora, todo iba más allá. En algún momento, la computadora arrojó un nombre, el nombre que buscaba Cibernauta 1.0, el nombre necesario para saber decodificar toda la información, el método absoluto para interpretar los datos del universo. Sí, delante de ellos, imposible de describir, estaba la mente divina, intentando comunicarse. Los cibernautas observaron el momento más absoluto de la historia de la humanidad, y sentían gratitud de ser ellos los testigos de dicho evento. Entonces, por un momento, se hizo un silencio sepulcral, toda la tierra se detuvo, el cielo guardó silencio; todos los seres que hablaban por medio de las máquinas dejaron de hablar, ángeles, animales, extraterrestres, seres absolutos, seres inimaginables, todos se detuvieron al mismo tiempo. Entonces, en medio de un grito que casi ensordeció al universo mismo, la computadora emitió el nombre, que pronuncio con algo menos que una palabra, menos que una letra, menos que un sonido; no era palabra ni letra ni idea ni concepto, estaba más allá, ni siquiera los lenguajes más allá de nuestro lenguaje podían entenderlo, o no pudieron entenderlo, porque se había pronunciado, por fin, pero al mismo tiempo que se pronunciaba, su significado se iba perdiendo, y se perdió. Era un instante fuera del tiempo y el espacio. Entonces la computadora se apagó, ese que no era nada conocido se había pronunciado fuera de toda pronunciación, y posteriormente había apagado a la computadora, junto con las otras computadoras. Los Cibernautas 1.0 y 2.0 estaban totalmente imposibilitados de comprender qué había pasado. Al siguiente instante habían olvidado todo, pero sabían que algo se había llevado a cabo, nadie pudo decirles nada, porque nadie sabía nada.
Sólo por un instante fuera del tiempo y el espacio, había flotado en el ambiente el nombre secreto de aquello que podía comprender e interpretar toda la información del mundo en una sola quizá menos que palabra o letra. Nunca nadie sabrá qué fue lo que aconteció. Pero todos estamos seguros que sucedió algo.

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