Postulado # 52 ars poetica sobre Babel iii

Antes de transcribir algunas de las formas en que posiblemente iniciaría el ensayo sobre Babel, aquí muestro un comentario al pasaje bíblico. Lo que escribo de cada versículo está ubicado dentro de lo poético, aun cuando mucho de lo que ahí se muestra lo he tomado de algunos filósofos y teólogos. Algo que quiero hacer notar en las citas bíblicas es que son de varias traducciones. Ya sea la Nueva Versión Internacional, la Nacar-Colunga, la Reina-Valera 60, o la traducción de Dios habla hoy.
Estas 4 traducciones son las que, por lo general, utilizo a la hora de hacer algún comentario a algún pasaje bíblico, o escribir algún ensayo-predicación, o cuando lo que intento hacer es complementar algún texto filosófico con la teología. Encuentro que la forma bíblica es de tal manera una construcción literaria, filosófica, teológica y hasta lingüística, que bien se puede pensar que la Biblia ha sido uno de los textos que más han marcado la escritura de muchos de los autores que hoy tenemos en nuestras bibliotecas. Recuerdo que en una de las narraciones de Sergio Pitol dentro de su libro El arte de la fuga, es señalado que Monsiváis habla de la Biblia, y sus opiniones, nos dice Pitol, son como siguen, “uno de los momentos más altos de la lengua castellana le es debido a Casiodoro de Reina y a su discípulo Cipriano de Valera, y cuando, desconcertado ante aquellos nombres, pregunto: ¿y ésos quiénes son?; me responde, escandalizado, que nada menos que los traductores de la Biblia. Aspira, me dice, a que algún día su prosa muestre el beneficio de los infinitos años que ha dedicado a leer los textos bíblicos; yo, que soy lego en ellos, comento bastante encogido que la mayor influencia que registro es la de William Faulkner, y allí me da jaque mate al aclararme que el lenguaje de Faulkner, como el de Melville y el de Hawthorne, están profundamente marcados por la Biblia: son una derivación no religiosa del Lenguaje Revelado”.
Quien lea la Biblia, encontrará en ella un texto profundísimo, enriquecido con diferentes formas narrativas; encontrará los más variados mitos y una gran cantidad de personajes que pueden ser entendidos de diversas formas; podrá contemplar uno de los libros más completos que existen en la historia universal de la literatura, y, sí acaso lo lee con un espíritu abierto a percibir su “diferencia” de otros libros literarios, encontrará, posiblemente, por qué la Biblia es uno de los libros que más han encontrado lectores en todo el mundo durante todas las épocas. Además de que, en el uso del lenguaje, su forma es muy parecida a la del Quijote, y podríamos decir que es uno de los lenguajes más hermosos que se hayan podido construir. Ya todo en ella es lenguaje y por medio de éste se pueden encontrar microcosmos de ideas, laberintos en los pasajes, desarrollos que se van acrecentando conforme avanza la lectura, mitos de todo tipo, narraciones casi mágicas de milagros realizados por todos los hombres que mantenían una estrecha relación con el Dios que se muestra en todas sus páginas. Es, pues, la Biblia, uno de los libros que, podemos decir, construyeron todo un lenguaje en las sociedades modernas, e incluso, en las posmodernas. Y lo que nos señala Pitol al hablar sobre las palabras de Monsiváis, escritores como Faulkner y otros, tienen la influencia de la redacción bíblica. Otros tantos autores, ya sea ateos o creyentes, han encontrado en los pasajes bíblicos, ejemplos en imágenes para explicar sus teorías, tanto filosóficas, como psicoanalíticas, políticas, incluso aquellas ideas que hablan del poder político.
En lo personal, mi pensamiento y mi creencia siempre vagan en el intersticio de la fe y la absoluta incredulidad. No puedo decir que permanezco firme en la creencia en la Biblia como revelación de Dios, porque a veces tengo problemas con la existencia de Dios mismos; pero tampoco estoy en el ateísmo absoluto. Permanezco, como señalo, en el intersticio, entre la fe y la incredulidad. Mi presbiterianismo, que es una de las corrientes de pensamiento dentro del cristianismo evangélico, me lleva a tener ciertas perspectivas hacia el mundo en que existo; hay elementos de la doctrina que permanecen en mí y que, a los ojos de algunos grupos más radicales en cuanto a sus negaciones hacia Dios, me podrían tachar de moralista, porque puedo decir que el posmodernismo lo he tomado a partir del presbiterianismo, ya que es muy diferente partir de Vattimo o Derrida o cualquier otro pensador. Mi posmodernismo es más bien presbiteriano. Mi pensamiento y mi desconfianza en la plena certeza de que el hombre está en progreso, se construye a partir de mi falta de fe en la humanidad, porque aun creo que ella es una humanidad incompleta, y que, a pesar de no creer en la caída del hombre, en el pecado original, sí creo que son formas poéticas para explicar el por qué el hombre está en decadencia. No creo, ni siquiera, que el conocimiento que el hombre siente que le pertenece, sea suyo, ni creo que el pensamiento con el que pensamos, logre definirse como un verdadero pensamiento. Creo que el verdadero pensamiento sería aquel que piensa las cosas tal como son; aquel pensamiento que entiende todo el mundo, que todas las cosas son filtradas por él y logra comprender su existencia. Creo que somos incapaces de sostener un pensamiento verdadero. Pero esto viene por mi falta de fe en la humanidad, porque considero que estamos en el desierto del mundo, en un desierto de lo real (Baudrillard) o en paisajes verdaderamente desérticos, al estilo Juan Rulfo.
Si me acerco a una obra filosófica o teológica, llevo en mi pensamiento la idea de que son obras inacabadas, de que están incompletas, y de que todos los libros que vayan surgiendo a partir de ese libro primero, ya sea de Borges, de Foucault, de Umberto Eco, de Derrida, que son los pensadores y escritores que mayor influencia han tenido en mí, creo que todo está incompleto y que cualquier anotación no es más que una cita al margen, una pequeña anotación al extremo de la hoja ya escrita por el autor. Es por eso que tengo rayados todos los libros que hasta ahora he leído, y esas líneas escritas, esas anotaciones a las fotocopias, esos textos infinitos que tengo en mi estudio, no es otra cosa que más páginas al margen de todos los textos que he ido leyendo. Pero creo que todos los libros que he leído nacen de un libro, y creo que es la Biblia. La parte de mi increencia es que no logro conciliar del todo el hecho de que la Biblia sea un libro revelado, un libro que haya sido dictado por la voz de Dios al pensamiento de los hombres, y no puedo aceptar esta idea del todo, y no creo aceptarla ya del todo, simplemente porque el tiempo en que se creía que el pensamiento y las ideas eran originados por las musas, las ninfas, los ángeles de las revelaciones, las hadas, el soplo de los dioses, ya quedaron atrás en la historia de la humanidad. Pero eso no me quita creer que exista la posibilidad de entender la Biblia como un libro revelado a partir de entender, de otra forma, la revelación. Si por revelación se tiene la idea de que algo oculto fue manifestado, en este caso, al pensar que la Biblia contiene la verdad revelada, quiere decir que la verdad fue manifestada, fue dada a conocer, que antes estaba oculta y que en algún momento, Dios mismo decidió darla a conocer a los hombres por medio de hombres específicos. Esos hombres específicos, hombres de Dios que en algún momento fueron conocidos por profetas, y que muchos aun creen que existen los profetas como tales, y otros aun sostienen que tenemos el ministerio de la profecía, porque lo que decimos anuncia una verdad revelada de Dios hacia los hombres. Estos profetas, pues, eran los portadores de los dioses, las ninfas, las musas, los ángeles, que les revelaban todo el tiempo, o el tiempo en que Dios decidiera revelar, la verdad que estaba oculta, por los siglos, y que en algún momento, a Dios le alegró escoger el tiempo preciso en que hablaría. No, definitivamente esta parte de mi presbiterianismo, de mi cristianismo evangélico, no lo puedo creer del todo, no lo puedo concebir, no lo puedo llevar a cabo como un acto racional basado en un punto de fe, y es ahí donde, en las filas de los cristianos evangélicos de cualquier denominación, ya sea presbiterianos, bautistas, metodistas, y tantos otros, puedo ser tachado, ya no como un moralista, sino como un pensador liberal, como un teólogo ateo, incluso como un teólogo de la muerte de Dios, porque plantear que la revelación ha muerto, o nunca ha existido, es igual a expresar que Dios no existe o ha muerto. Pero no soy un teólogo de la muerte de Dios, soy, simplemente, alguien que piensa más allá de la doctrina fundamental, y experimenta el hecho de llegar a pensar, ¿y si acaso fuese verdad que Dios no revela a los hombres? Todas las posibilidades caben en esta época, cuando la verdad ya es muy corta, cuando ya no todos los conceptos son absolutos, cuando ya las palabras no son iguales a las cosas que se supone tendrían que nombrar.
Pero no por ser creyente, incluso creyente en Jesucristo, y decir, casi rayando el absurdo por mis afirmaciones o búsquedas de nuevas verdades, no por ser creyente, repito, quiere decir que no me acerque a Nietzsche, o que le tenga pavor a Foucault, o que odie a Derrida, incluso que me repugne Borges. No, nada de eso, mi búsqueda más bien es hacia ellos, hacia lo que me dicen ellos, hacia la lectura que me pueden ayudar a construir ellos, y creo que mis fundamentos, tanto teológicos como filosóficos, si es que acaso pueden ser llamados fundamentos, si acaso pueden ser filosóficos o teológicos, se han fortalecido, mucho más, al leer a estos autores. Nadie se acerca de la misma forma a la verdad bíblica cuando se ha leído a Foucault, y, por ejemplo, La verdad y las formas jurídicas, o nadie piensa de la misma forma cuando ha leído a Borges, y por ejemplo, La biblioteca de Babel o El aleph. Nadie es igual cuando ha salido a viajar hacia los confines de los mares profundos de estos pensadores. Heidegger, Sartre, con su filosofía, no lo dejan a uno bien parado; son pensamientos rigurosos que pueden ir desmontando casi al primer renglón de nuestras lecturas, todo el edificio, que, supuestamente, uno tenía bien cimentado. Y es aquí donde entra la crisis existencial más fuerte: si estos autores desmontan el edificio de nuestra creencia, mostrando que muchas de nuestras ideas de lo que es la verdad, es tan frágil como la casa sobre la arena, para usar una de las parábolas de Jesús, entonces, precisamente, ¿cómo mantener firme la fe en Dios, y en Jesucristo, como revelación última-primera, de parte de Dios para el hombre? ¿Cómo hacer que perdure, sin caer al abismo, la fe en que Dios es real, en que Dios existe, si nada puede llevar a una comprobación real, sino que todo gira en torno a la fe? Nuestro pensamiento, entonces, encuentra todas las fisuras de la creencia que hasta ahora portábamos con honor, responsabilidad y orgullo, decir que somos creyentes era parte de nuestra vida normal. Pero estos hombres, estos escritores, te confrontan con la fragilidad de la verdad. Comienzas a observar que el edificio de la Biblia no era tan firme, y que posiblemente todo tenga cuarteaduras, contradicciones, verdades poéticas y no históricas. ¿Cómo sobrevives a esta crisis existencial que pone en duda tu vida misma? ¿Cómo te sostienes después de esta primer sacudida, la más terrible de todas, solamente comparable con la terrible verdad de que todos moriremos, incluso aquellos que amas y proteges y que sabes que ni tu protección ni tu amor impedirán que la muerte llegue a robarlos de tu lado? ¿Cómo, pues, te sostienes de esta sacudida tan terrible? Cuando la oración falla, y cuando la fe se rompe, se desmorona, cuando la verdad se escapa con el viento, cuando muere toda esperanza en una vida después de esta vida, ¿qué te sostiene? ¿Dios? Incluso esa palabra se ha desvanecido como sustento.
No, no hay ninguna forma de sostenerte, nada hay que te haga permanecer en la esperanza, nada, todo es terrible; adelante te espera el abismo, adelante te espera el olvido y la muerte. Adelante está tu destino y nada que te salve de él.
Pero si guardas silencio por un momento, y te das cuenta de que has perdido todo, y de que Dios no está ya para sostenerte, y de que todo aquello que te sostenía se ha escapado con el viento, y nada hay ya en tu casa, porque esta se ha fragilizado, y sabemos que la casa es el propio ser del hombre, entonces, en medio de ese silencio, puede que escuches, guarda silencio y puede que escuches. ¿Lo oyes? ¿No oyes? Presta atención, y puede ser que lo escuches. ¿Dios? No, guarda silencio y escucha. Entonces, tus ojos te serán abiertos y comprenderás todo.

1. “De oídas había oído, mas ahora mis ojos ven”

2. “Entonces veré cara a cara y seré conocido como fui conocido”

3. “En medio del terremoto y el incendio y la destrucción un silbo apacible”

Lo anterior posiblemente sea la forma en que alguien que ha tomado la posmodernidad desde su presbiterianismo, que la entiende desde su cristianismo, comprenda lo que Cioran llama el arte de pensar contra sí mismos. “Maestros en el arte de pensar contra sí mismos, Nietzsche, Baudelaire y Dostoievski nos han enseñado a apostar por nuestros peligros, a ampliar la esfera de nuestros males, a adquirir existencia por la división de nuestro ser. Y lo que a los ojos del gran chino era símbolo de decadencia, ejercicio de imperfección, constituye para nosotros la única modalidad de poseernos, de entrar en contacto con nosotros mismos”.
Recuerdo que Nietzsche dice, en su ensayo Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral, que “En algún apartado rincón de ese universo titilante, derramado en forma de innumerables sistemas solares, existió una vez un astro en el que animales inteligentes descubrieron el conocimiento. Constituyó el minuto más arrogante y más falaz de la “historia universal”: empero, sólo fue un minuto". En otra traducción dice que “animales astutos inventaron el conocer”. De cualquier forma, Nietzsche compara a los hombres, en su pequeñez, perdida en el universo, con animales que inventan. ¿Puede ser algo más cruel, algo más destructivo hacia el hombre que se le compare con animales? Incluso en esa imagen que plasma Nietzsche, uno puede imaginar un grupo de primates brincando de alegría ante su pequeño invento: el conocimiento. Casi como haber encontrado el fuego, y de hecho, por eso se habla del Prometeo que le robó a Zeus el fuego para dárselo a los hombres. Pero en labios de Nietzsche, suena como un desprecio, un desplante a la grandeza, ficticia, de la humanidad. Y Cioran nos dice, “Debemos la casi totalidad de nuestros conocimientos a nuestras violencias, a la exacerbación de nuestro desequilibrio. Incluso Dios, por mucho que nos intrigue, no es en lo más íntimo de nosotros donde le discernimos, sino justo en el límite exterior de nuestra fiebre, en el punto preciso en el que, al afrontar nuestro furor al suyo, resulta un choque, un encuentro tan ruinoso para Él como para nosotros”. El conocer, entonces, no es algo fácil, ni es algo alegre, ni es algo que sea de orgullo; el conocer es doloroso, empobrecedor, pensar es comenzar a estar minados, es la pérdida tanto de Dios como de nosotros. Una invención o una ruina, el conocer es la condena al hombre, porque es artificial, se ha dejado a un lado el pensamiento verdadero, ahora ha nacido el pensamiento del vaciamiento. Todo verdadero pensamiento está vacío del pensamiento mismo, del comprender las cosas tal como son, y descubrimos que las cosas nunca han sido tal como son, sino que, en nuestro afán de inventar el conocimiento, hemos inventado las cosas, hemos puesto un montón de palabras en ellas, y hoy, las cosas tienen un lenguaje propio, y hoy montamos escenarios, teatros, llamadas escuelas, llamadas universidades, para educarnos a fin de entender aquellas cosas que nosotros mismos hemos inventado.
¿Cuándo se perdió el verdadero conocimiento? ¿En qué momento dejamos de pensar para pensar con otro pensamiento que ya no es el pensamiento original? ¿En qué momento perdimos la lengua de Adán, que nombraba las cosas y le confería un poder ontológico? Las raíces se pierden en el tiempo, tan profundas que son imposibles de encontrar, y hoy podríamos decir, ya es inútil preguntarse, cuándo, cómo, dónde hemos perdido el verdadero pensamiento y verdadero conocimiento y el verdadero ser del lenguaje, aquel lenguaje que ha creado todas las cosas, para inventar un lenguaje que utilizamos para inventar cosas totalmente artificiales.

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