La muerte de los poetas (la muerte de la escritura...)

Algunos de los poetas jóvenes fueron perdiendo el sentido de lo que escribían, e incluso pensaban que la epidemia se multiplicaría, y que todos, al final, no escribirían una sola línea sin tener que dejar muchos espacios en blanco.
Escribir bien era un deber, no un gusto ni un placer. Cuando se dedicaban a escribir, lo único que tenían de obligatorio es que fueran entendidos. En ese trance, descubrieron que ahora les era imposible, y la enfermedad de la escritura comenzó a circular como una maldición, como si en ángel vengador viniera a cobrarles todos los males que habían hecho durante siglos, y los escritores tenían miedo.
¿Qué males habían cometido? Durante siglos han existido escritores que confunden a las personas; han creado las bases doctrinales de religiones, sectas, movimientos totalitarios; han perdido a un gran número de lectores en el vacío del tiempo. Las personas van a la nada, y regresan más vacíos que antes.
Ahora todo era diferente. Ahora los escritores estaban sin dones. La gente los denominaba escritores enfermos. Porque hay dibujantes que no pueden dibujar más, hay maestros que se cansan de enseñar, hay madres que abandonan a sus hijos, hay pastores que no tienen iglesias, hay sacerdotes que no creen en santos. Así, hay escritores que han dejado de escribir, y pierden el sentido de su existencia. El último de ellos prefirió suicidarse.
Pero no todo está perdido. Aun queda algo de esperanza en algunos de ellos. Más específicamente, en uno, el escritor de la casa azul. Con su gorro, sus lentes, su playera blanca, su pantalón de mezclilla, su computadora y todo el café y cigarrillos que podía consumir, pasaba días enteros pensando. Algunas ocasiones bebía más de la cuenta y su escritura era un caos. No siempre el mejor poema era contrario a la botella o la cerveza; se podría decir que el alcohol era la esencia que lo inspiraba.
Buscaba noticias en periódicos y las recortaba; las pegaba por toda la casa, en la cocina, la sala, su habitación. Aunque su habitación era un mar de papeles y libros. Y lo mejor del lugar, la música. Sonaba por todo el cuarto. Pasaban días enteros en que fumaba, bebía, escuchaba música, y solamente comía algo, puré de papa y pan integral eran su alimentación diaria. En algunas ocasiones comía fruta y carne con pan normal. Después de eso, se sentaba a seguir escribiendo sus ideas fugaces y aisladas.
Nadie sabe cómo se mantenía. Algunos llegaron a pensar que sus padres le enviaban grandes sumas de dinero. Otros pensaban que tenía una amante que le daba dinero cada determinado tiempo. Pero la realidad de su financiamiento sigue siendo un secreto, pero no sufría. Incluso vivía en una casa grande. La casa azul, como le llamaban.
El cabello largo y la barba crecida, le daba el aspecto ideal del escritor existencialista por excelencia. Casi siempre estaba descalzo y en algunas ocasiones llegaba a usar tenis. Pero prefería estar descalzo, experimentaba sensaciones que le ayudaban, según explicaba, a escribir mejor.
No deben creer que no pasó por su cabeza la idea de suicidarse. Pasó con mayor fuerza cuando leyó en los periódicos que una gran cantidad de poetas y escritores frustrados habían puesto fin a su existencia.

Un día, mientras estaba sentado en su sillón de siempre, pensaba en todo lo que había escrito, y observó su librero. Vio que tenía una gran cantidad de libros abiertos, pero no leía ninguno. Tenía novelas de todo tipo, incluso había llegado a leer cyberpunk, intentando después copiar el estilo, pero había fracasado. No era tan visionario como para montar un cuento o novela con tintes fantacientíficos.
Entonces descubrió que nada tenía sentido. Que podía quitarse la vida cuando lo decidiera, porque ya no tenía a nadie que lo esperase, ni que lo amara, como alguna vez tuvo. Lo planearía muy bien.
Se levantó del sillón y fue a la ventana para mirar la calle. Contempló a las personas que caminaban por ese lugar. Y comenzó a planear su muerte. Iría por un libro y una buena película, pues eran muchos lo que no había leído en toda su vida, y películas, pues tenía tiempo sin ver nada en la televisión. Estaba solo, ¿a quién le importaría si moría ahora mismo? Pensó que a nadie, y fue a la calle.
Se detuvo en medio de las personas. Observó el cielo y vio que muchas aves pasaban sobre todos los que estaban parados en la calle. Era un espectáculo maravilloso, porque tenía mucho tiempo que las aves no habían llegado a la ciudad. Siguió caminando, mientras escuchaba el murmullo de todos los que hablaban. Y escuchó las voces de dos niños que caminaban junto a él.
El más grande llevaba dos hojas con dibujos bajo el brazo. El más pequeño, de unos cinco años, iba tomado de la mano del mayor. Se podía ver, por sus rostros, que eran hermanos. Caminaban perdidos en la calle, como abandonados, y veían al cielo para observar las aves. Se fueron a sentar en los escalones de una casa y el mayor dibujó algo, mientras el menor jugaba junto a él. Entonces pudo contemplar sus rostros: eran los niños más inocentes que pudiera haber visto en su vida. Sus sonrisas eran muy tiernas y se podía ver que el mayor estaba al pendiente de lo que hacía su hermano menor. Había algo en sus ojos a pesar de su pobreza. Y se notaba que casi no comían.
Pudo contemplar que los dibujos que llevaba el mayor bajo el brazo eran para venderse, porque cuando había terminado los ofrecía a todos los que pasaban junto a ellos.
El escritor de la casa azul no soportó el espectáculo tan triste que estaba frente a sus ojos, y se alejó rápidamente. Pero mientras caminaba para perderse entre las personas, pasó junto a él un hombre que llevaba una playera manchada de colores y un pantalón de mezclilla, deslavado. Por su facha, podía saber que era pintor, pero llevaba la mirada perdida, como desesperado. Se acercó a los dos niños y les compró los dibujos. No pudo ver cuanto les pagó por ellos, pero los dos corrieron a un comedor que estaba cerca y se metieron, después, ya no supo de ellos.
Fue a su casa y comenzó a llorar con un sentimiento muy profundo. Los dos niños lo habían conmovido en extremo. Pensó muchas cosas. Pensó durante toda la noche. Bebió hasta perder el conocimiento. Y recordaba a su mujer, a su madre, a sus hermanos, a sus hijos, y cómo habían muerto, cómo los había perdido. Maldijo su vida, maldijo sus recuerdos, maldijo todo; había perdido la fe y la esperanza hacía muchos años. Todo su ser había muerto cuando ellos murieron. Él murió cuando todos murieron. Y ahora, en medio de la noche, con un llanto más profundo que nunca, se quedó dormido sin poder dejar de pensar.

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