Un cuento del Dr. Parnasuss...

Había una vez hace mucho tiempo en un lejano país un hombre que era llamado el último hombre, este tenía un enemigo que era llamado por las personas del pueblo el primer hombre, y ambos estaban siempre en una lucha imposible ya que utilizaban las armas de la ciencia, la magia y la tecnología para tratar de ganar a su contrincante, pero el resultado era siempre el mismo, nadie ganaba, nadie perdía, simplemente los poderes de la ciencia y de la magia crecían con la tecnología que inventaban. Por años fue así, hasta que llegó al país lejano de ese tiempo imposible de saber otro hombre, que nadie sabía su nombre, pero tenía en su rostro las huellas de algo más allá de la comprensión de los hombres. Comió, descansó, durmió, y al otro día visitó a cada uno de los hombres, tanto al primero, como al último, y habló con cada uno de ellos. Al terminar, al poder reunirse con cada uno de ellos, el hombre que nadie sabía su nombre, salió y hablo con las personas del país lejano, diciendo: “Habitantes de este mundo que se ha transformado todo el tiempo, he venido a decirles que su mundo, aquel que conocían y que ya no existe, está por desvanecerse en el tiempo y volverá a cambiar. Lejos de aquí están las murallas que no permiten que vean más allá de ellas, y que hoy vengo a explicarles que esas murallas deben ser destruidas para que puedan observar otro horizonte, pero al otro lado, mis amigos, hay otras murallas y otras murallas y otras murallas. Cada que deseen abrir sus horizontes, cada que deseen que sus pensamientos vuelen libres como aves, recuerden mis palabras: siempre hay una nueva muralla en el horizonte. Su mundo está por desvanecerse si no destruyen esas murallas que no les permiten ampliar el horizonte de sus pensamientos. La única forma ya no es ver por los ojos del último hombre ni del primero hombre, sino por medio de mis ojos: llámenme el superhombre y yo traigo ante ustedes nuevos ojos, nuevos pensamientos, nuevas palabras, un nuevo ser, una nueva ontología, una nueva epistemología, para que deconstruyan su antigua cosmovisión…” El hombre, que se llamaba a sí mismo el superhombre, invitó a todos a pasar a su consultorio, y ese día tuvo tantos pacientes que le fue necesario citar a más personas durante las siguientes semanas. Después de eso, el superhombre se alejó del país lejano: todo mundo vio su figura bajo la lluvia; el superhombre caminó y nadie vio los límites de sus pasos, y todos se preguntaban cómo era posible que atravesara las murallas del horizonte, pero recordaron que él tenía otros ojos y otros pensamientos y otras palabras: una acción totalmente renovada. Cuando el superhombre se alejó del país, todos comenzaron a ver con nuevos ojos, que al principio les dolían, pero se fueron acostumbrando. El superhombre se alejó del país pero para los habitantes de ese lugar se quedó un saludo que decía: “No eres el superhombre pero con estos nuevos ojos lo percibo a él en ti y yo veo como él ve”. Desde entonces, los hombres vivieron felices sobre el mundo que se destruía y se desvanecía, todos tenían nuevos ojos y nuevos pensamientos y nuevas palabras y su lenguaje fue el de los sueños, el de los cuentos fantásticos, el de los mitos y el de la magia, y se decía que desde que el superhombre había llegado al mundo que se destruía y se desvanecía, parecía que dioses, ángeles y hombres habían entrado a un mundo laberíntico…

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