ENSAYO: AGONÍA EN EL ADIÓS DEL REPLICANTE
a Florencio, mi tío, póstumamente
Desaparecidas mucho antes todas las estrellas,
la mirada se perdía, ahora y siempre,
en la pálida claridad rojiza del infinito
Stanislav Lem, Solaris
Este Replicante ha visto cosas que los hombres no creerían. Y en su mirada está su decadencia. "Comenzar a pensar es comenzar a estar minado", comenzar a mirar, en el caso del Replicante, es comenzar a estar minado, en decadencia. Comenzar a estar en decadencia, tener fecha de caducidad (cuatro años viven los Replicantes, "Una luz, entre más brilla, más rápido se extingue", dice Tyrell) es saber que se está próximo a desaparecer. "Es verdaderamente lamentable y deprimente pensar que cuando muramos seguirá funcionando nuestra máquina de escribir y que nuestro televisor continuará inmutable emitiendo electrones. Cuando seamos polvo seguirán en pie catedrales y rascacielos, y firmes los miles de muebles que hayamos usado en vida". A propósito de los objetos que estarán cuando nosotros ya hayamos desaparecido, Borges nos dice, en su poema Las cosas, que todo lo que tuvimos, todo aquello que fue nuestro, bastones, monedas, llaveros, cerraduras, todo aquello que ya no leeré, quedará, y lo dice exclamando
"¡Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido:
No sabrán nunca que nos hemos ido"
Son cuatro años, cuatro años en los que puede gozar de una vida extraordinaria. Altamente tecnológico, altamente humano, demasiado humano, altamente tecno-humano, el Replicante no está satisfecho y es por eso que exclama "¡Tiempo!"; ha comprendido que el tiempo es su esencia, que de tiempo está tejido. En El reloj de arena, otro poema de Borges, se nos dice, con respecto al tiempo, medido por el movimiento de la arena, "Hay un agrado en observar la arcana/ arena que resbala y que declina/ y, a punto de caer, se arremolina/ con una prisa que es del todo humana. […] No se detiene nunca la caída./ Yo me desangro, no el cristal. El rito/ de decantar la arena es infinito/ y con la arena se nos va la vida. […] todo lo arrastra y pierde este incansable/ hilo sutil de arena numerosa./ No he de salvarme yo, fortuita cosa/ de tiempo, que es materia deleznable". El Replicante ha comprendido su caducidad, su tiempo; ha comprendido que le es necesaria la vida. Con la arena se le está escapando la vida; ha visto cosas, y su mirada está acompañada de su caducidad.
Ha pretendido parecer hombre, volverse hombre; este Replicante pretende "obtener todos los atributos de una máquina, además de los de un mortal. Este es precisamente su gran error, no librarse de las desventajas terrenas, del deterioro…". ¿Cómo ha buscado hacerse hombre? Mediante el deicidio. El deicidio, según Leopoldo Cervantes-Ortiz, es el clímax real en la película, y muestra la terrible humanidad con la que va a encontrarse el Replicante
"El tema del deicidio, verdadero clímax que en la película alcanza dimensiones trascendentales, recicla el mito de la criatura desengañada de su creador […] y se conecta con un tema de innegables resonancias teológicas: al matar a su creador…, la criatura hecha de pedazos humanos alcanza su humanidad, para ir a dar cara a cara con la muerte"
Esta humanidad a la que nace el Replicante por medio del deicidio, con las razones teológicas, implica algunos elementos importantes y algunas preguntas:
Primero, el deicidio le asegura al Replicante, ya no su carácter de máquina, sino que le hace estar seguro de su nacimiento a la humanidad, con su inevitable muerte. Segundo, en su anhelo por ser como los hombres, el Replicante busca incluso sus defectos y desventajas; la rebelión de la máquina contra su Creador, lo lleva al sueño de todo hombre, "El sueño del hombre es alcanzar a ser Dios y su pesadilla verse obligado a simular que ha alcanzado ese propósito". Tercero, nos dice Rafael Argullol que todo esto se vuelve su "desafió inevitable: rodeado el laberinto de lo incierto por el desierto de lo desconocido, desprovisto el cosmos de un último sentido consolador, el hombre, para interrogarse, se ve impelido a hacer de creador y criatura al mismo tiempo". ¿Cómo puede ser que el Replicante cometa deicidio si al final de la película podemos ver cómo "sostiene en su mano a la paloma del sacrificio (su sacrificio, el suyo propio, porque si no hay un Dios, si ha muerto este Dios en manos del Replicante, no hay un Dios que se sacrifique por él) –que volará a su muerte ante el altar–(su propio altar, su propia muerte, porque como señala Cervantes-Ortiz, va cara a cara la muerte, su propia muerte)? ¿Es su propio Dios? Se ha vuelto creador y criatura, todo al mismo tiempo, para poder encontrar una respuesta, que no es otra que la de su muerte.
En esta situación del Replicante ante su propia muerte, ¿cabe observar lo que Juan Calvino dice?
"es cosa evidente que el hombre nunca jamás llega al conocimiento de sí mismo, si primero no contempla el rostro de Dios y, después de haberlo contemplado, desciende a considerarse a sí mismo"
¿Cómo puede el Replicante contemplar el rostro de Dios si le ha dado muerte? Ha nacido a la humanidad por medio del deicidio; se ha vuelto hombre por descubrir su propia muerte, ¿no debería considerarse a sí mismo, después de observar el rostro de Dios, y de ahí partir para conocerse, para saber de sí mismo? Pero la muerte de su Dios en sus propias manos lo lleva a un complejo drama existencial, a una "carga existencial que el androide experimenta". Este es el problema que lo lleva a esa carga existencial de la que habla Cervantes-Ortiz: 1) El Replicante no es hombre completamente, es un tecno-humano, formado a partir de tecnología y cierta humanidad; 2) el Replicante quiere ser hombre, busca más tiempo, pero en el tiempo que se le agota encuentra su humanidad; 3) ha dado muerte a su creador, con la imposibilidad de tener sentido, de tener una respuesta; 4) la muerte es inminente, la muerte se acerca ya, "Mi alma está triste, hasta la muerte", dijo Jesús, tiempo antes de ser crucificado y morir ("Los amorosos se ponen a cantar entre labios/ una canción no aprendida,/ y se van llorando, llorando,/ la hermosa vida").
Aun sin poder elevarse hasta contemplar el rostro de Dios, el Replicante replica, exige explicaciones acerca de su lugar en el tiempo y en la vida. En una escena de Frankenstein, cuando la criatura se da a conocer, el doctor que le ha creado abre un tragaluz y la criatura levanta los brazos queriendo alcanzar la luminosidad, saber de dónde viene el calor, entonces el doctor cierra el tragaluz y la criatura extiende las manos a modo de pregunta, "¿Por qué? ¿Por qué?", y es que desde Hulk, hasta la criatura de Frankestein, y ahora con el Replicante, todos las criaturas artificiales han preguntado por qué a su creador. Como hemos venido observando a lo largo de todo nuestro texto, la criatura no está satisfecha con su posición de ser creado y quiere la posición de creador. Por eso es que el Caballero ha jugado ajedrez con la muerte, para ganar tiempo, para poder vivir un poco más. El Replicante está jugando ajedrez con la muerte.
Las palabras finales del Replicante, son hermosas por ser existenciales, por mostrar su conciencia ante su propia muerte
"He visto cosas que los hombres no creerían.
He visto atacar naves en llamas más allá de
Orión. He visto rayos de mar brillar en la
oscuridad, cerca de la Puerta de Tanhäuser.
Todos estos momentos se perderán en el tiempo
como en lágrimas en la lluvia.
Es tiempo de morir"
A partir de ahora, el Replicante sabe que pertenece a los hombres, que es uno de ellos. ""He visto… estuve allí… padecí… anhelé… perdí…": sólo es lo que no es, todo ya es pérdida y lo llamamos nuestro. "Momentos que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia": bienvenido a la humanidad, hermano replicante". Todo aquello que ha visto es suyo, solamente él lo recuerda, nadie más; esta conciencia de su soledad también forma parte de su conciencia en cuanto a su propia muerte, porque ahora solamente le puede llamar suya porque él la está viviendo, "La conciencia del horror y del júbilo de la vida resbalando hacia la muerte, de la muerte empinándose más y más hasta hacerse con la vida: esto es lo sobrenatural, lo humano, lo trascendente". Camina por un lugar que se va haciendo más frágil, más pequeño, más débil, en su interior surge el vértigo de la vida que se le escapa, "La muerte es la frontera natural de toda ambición, todo fervor y toda rapacidad, la pura y simple derrota del amor que quisiéramos invencible".
Esta desesperación por la vida, el sentir que se va escapando la vida, y llorar, llorar por la vida huidiza, es el hambre de inmortalidad de Unamuno. "¡Eternidad! ¡Eternidad! Este es el anhelo; […] ¡Ser, ser siempre, ser sin término! ¡Sed de ser, sed de ser más! ¡Hambre de Dios! ¡Sed de amor eternizante y eterno! ¡Ser siempre! ¡Ser Dios!". El Replicante buscaba la eternidad, buscaba a Dios, pero ha dado muerte a Dios. ¿Cómo lograr la inmortalidad, apagar esa sed de eternidad? El Replicante pierde el partido de ajedrez que llevaba jugando con la muerte.
Conclusión
Supo que se hallaba en ninguna parte y
que había perdido el sitio
donde antes se encontrara
Esther Seligson
La morada en el tiempo
Su muerte se puede ver reflejada en el final de algunas obras. Walt Whitman nos dice en su Canto a mí mismo, "Entrego al lodo mi cuerpo para que/ brote con la hierba que amo,/ si has menester en mí, búscame bajo/ la suela de tus zapatos"
Hölderlin escribe en el Hiperión, "¡Oh Tierra, que fuiste mi cuna!: todas las voluptuosidades y todos los dolores, ¿no están contenidos en el adiós que te damos? […] ¡Alma magnánima! Tú volverás a encontrarte a ti misma en este adiós. ¡Déjame partir! […] ¡Adiós!"
El monstruo de Mary Shelley grita "Pronto moriré –gritó con desconsolado y serio entusiasmo–, y no volveré a sentir lo que ahora siento. Pronto esta apasionada angustia terminará. Subiré victoriosamente a mi pira funeraria y me deleitaré en la agonía de las abrasantes llamas. La luz de esa hoguera se apagará y mis cenizas serán arrastradas por el viento hasta el mar. Mi alma descansará en paz. Adiós"
El Adriano de Yourcenar expresa, al final de la novela, "Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver… Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos…"
Sus ojos intentará mantenerse abiertos hasta el momento en que venga la muerte. Dirá ¡Adiós! Todas estas citas reflejan eso, el adiós del Replicante. El adiós en medio de una angustiosa, agónica lucha, por vivir más tiempo, un tiempo que jamás llegó. Al final, solamente se encuentra la muerte, como el Jesús de Saramago, ya no alcanza a mirar, "Jesús muere, muere, y ya va dejando la vida, […] Ya no llegó a ver, colocado en el suelo, el cuenco negro sobre el que su sangre goteaba". El Nexus 6, "convertido en mármol griego, ya no siente la lluvia resbalando por su cabeza ni la pátina que el tiempo produce"
""El a-Dios no es una finalidad", dice Lévinas recusando esa "alternavida del ser y de la nada" que "no es la última". El a-Dios saluda al otro más allá del ser, en lo "que significa, más allá del ser, la palabra gloria". "El a-Dios no es un desarrollo del ser: en la llama, soy remitido al otro hombre gracias al cual dicha significa, al prójimo por quien he de temer".
"Pero ya dije que no quería sólo recordar lo que nos ha confiado del a-Dios, sino ante todo decirle adiós, llamarle por su nombre, llamar a su nombre, a su nombre de pila, tal y cómo él se llama en el momento en que, si ya no responde, es también porque responde en nosotros, en el fondo de nuestro corazón, en nosotros pero antes que nosotros, en nosotros ante nosotros –llamándonos, recordándonos: "a-Dios""
Jacques Derrida, Adiós a Emmanuel Lévinas
Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
Todo tiene su tiempo: Es tiempo para mi muerte, es el tiempo de mi propia muerte
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