ENSAYO: IRON MAN
Por: Ira Franco
Llega el primer gran héroe de este verano...
Es así: a Robert Downey Jr. se le nota el infierno en esos ojos amielados (favor de perdonar al fan from hellazo, mi crush con Downey es aterrador). Alguna vez dijo que su afición de meterse hasta los dedos (coca, metanfetaminas hasta leche de cabra vamos) era «como tener un arma cargada en la boca cuando te gusta el sabor del metal.» Sólo por esa declaración y porque nadie levanta las cejas como él, se merece el gran honor de interpretar al Hombre de Hierro —Mr. Tony Stark—, un personaje de cómic que no le pide nada en neurosis y profundidad a Batman; pero que lo supera varias veces en malicia e inteligencia. Stark es un bueno-malo, el hombre con quien sueña tu novia aunque se conforma contigo. Traidor y cínico, Stark es como Howard Hughes —Jack Kirby y Stan Lee se basaron en este hombre al crear el cómic en 1963—: inventor, genio, encantador de serpientes, millonario; un ladies man que sabe, como nadie, llenar el asiento de conductor de un Audi R8 (¿o cómo creen que se financian tantas explosiones en una película?).
Este personaje podría leerse como un auténtico héroe en la posmodernidad porque su leyenda se nutre de varios canales simultáneos: Iron Man es heavy metal y testosterona —la rola que escuchamos en el tráiler es de Black Sabbath—; es una extraña biografía ficcionalizada tanto de Hughes como de Downey (un cuarentón que de vez en cuando le hace al playboy; un hombre sin escrúpulos ni posturas políticas que sólo toma conciencia cuando le llega el agua al cuello); un solitario, un sobreviviente, alguien que, como el adicto Downey, lleva al enemigo dentro.
Iron Man se fija en la memoria porque posee una peligrosa circularidad: no importa que se haya vuelto ‘bueno’, conocemos su abismo y en su abismo nos identificamos, no en la superficie. Por eso insisto en la importancia de los ojos infernales. El único que podía llenar esa armadura era Downey. Él es, ni más ni menos, la personificación de la frase clave de la película: “Los héroes no nacen, se construyen”.
(Tomado de la revista "Chilango", en Internet)
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