ENSAYO: LA BIBLIA, ESE LIBRO POSMODERNO

Cuando decimos que la Biblia es un libro posmoderno, estamos rompiendo toda posibilidad de pensar, de forma rigurosa, en el sentido académico, la escritura bíblica, y tratamos de llevar a nuevos niveles el sentido de lo que en ella está escrito. No queremos decir con esto que la Biblia sea imposible de ser pensada con rigor académico, sino que estamos tratando de des-centrar su escritura, de romper el centro de su lenguaje, y pensando como lo haría Monsiváis, la Biblia se vuelve marginal, y “lo marginal en el centro”. En otras palabras, la escritura bíblica pertenece a otras esferas del pensamiento y del lenguaje, y por esto mismo, tratamos de des-centrarla, para no exponerla a una crítica desde la crítica académica, que ya de por sí es cerrada, sino que procuramos llevarla a otras perspectivas, más ricas, más significativas, más amplias. La crítica académica está limitada, cree que no tiene fisuras cuando todo lo dicho y no dicho se le escapa de sus cuatro paredes críticas, y es que intentar encerrar aquello que critica entre su propio pensamiento, con sus propios paradigmas, es partir de un pensamiento cerrado, y por tal motivo, limitado. Pero no todo en la crítica académica es pobreza y falta de pensamiento, ya que podemos usar sus propios paradigmas, sus propias formas de redactar, sus propias formas de analizar para poder pensar, simplemente que, lo que procuramos pensar se desborda.

¿Por qué decimos, entonces, que la Biblia es posmoderna? ¿Por qué incluso, en algunos momentos, decimos que muchos de los posmodernos bebieron en sus aguas al momento de pensar el mundo? ¿Qué es aquello posmoderno en la Biblia?

Pensamos a la Biblia como un libro posmoderno por su crítica al mundo del hombre y al hombre mismo, por su crítica al mundo de lo real, y porque en determinado momento, entre sus páginas se critica la realidad que el hombre ha construido tanto como el “desierto de lo real” que sostiene Baudrillard. Si pensáramos en el libro de Eclesiastés, ahí tenemos un claro ejemplo de un texto que se construye con una crítica posmoderna: el mundo, el hombre mismo, todo es vanidad, todo pasa, es pasajero, efímero, nada permanece, todo muere, y lo peor, todo apesta. Una crítica radical al mundo del hombre, ese hombre que se siente centro y fin del Universo, ese hombre que se cree firme en su propia fortaleza, sabio en su propia opinión, en Eclesiastés, simplemente es despedazado. Y la vanidad de vanidades del mundo, en su efímero sentido, es hacer referencia al “desierto de lo real”, al naufragio y a la muerte del mundo de lo real.

Pero la crítica inicia desde Génesis, cuando vemos que el hombre existe, en conjunto, en el mundo. El hombre no pudo manejar el conocimiento, ni siquiera pudo manejarse a sí mismo, y aun cuando existía en un mundo perfecto, en un mundo ajeno a la destrucción, lo primero que hizo el hombre fue destruir su origen, romper sus posibilidades infinitas, y desde el primer momento se describe a un mundo que será devastado por la misma mano del hombre. Así, se nos advierte, casi desde el inicio, que el mundo está destinado a ser frágil, a permanecer fragmentado, a ser un mundo líquido, donde las relaciones personales, sociales y laborales están destinadas al fracaso, a lo efímero, y tal como señala Monsiváis, cuando nos dice “el mundo que conocí no existe, y el que ahora padezco se está desvaneciendo”, el mundo del hombre, desde Génesis, es un mundo que se desvanece.

Pero pensemos en todo el “Pentateuco”: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. En todos ellos la caída del hombre y su mundo es repetitiva, incluso son la muestra de la imposibilidad humana por permanecer en la libertad ontológica, e incluso, y aquí vemos un punto fuerte que sostiene el posmodernismo, desde Génesis podemos decir que el hombre deja de ser un alma viviente, un ser ontológicamente posibilitado, sino que es el rompimiento absoluto de toda la ontología, de su propio ser, y después de la “caída” del hombre, o lo que es llamado “Pecado original”, lo que vemos es la muerte humana. La ontología ha dejado de existir, ya no existe más en el mundo. El fin de la ontología, el mundo que se desvanece y el desierto de lo real, del mundo de lo real, son los elementos que hasta ahora nos pueden guiar en nuestra reflexión.

¿Qué vemos en todo el “Pentateuco”? ¿Qué sucede con el mundo entero? ¿Qué ha acontecido al hombre y a su mundo? ¿Cuáles serán las consecuencias de la muerte de la ontología en el mundo? El fin del hombre ahora es inevitable, y morirá, pero no solamente él, sino la creación misma, y es por eso que el apóstol Pablo nos hablará de la creación diciendo cuando dice “la creación gime”. Con esto diríamos que los posmodernos, es decir, aquellos que pensaron después de la modernidad, aquellos que plasmaron desde otra perspectiva el pensamiento, ya sin pensar que ellos mismos proponían grandes sistemas de pensamiento, en esto se hermanan con la Biblia: en su crítica radical al hombre y su mundo. ¿Cómo manejamos, aquí, el término posmoderno, y por qué hablamos de pensadores posmodernos?

La posmodernidad es la crítica radical a los sistemas del mundo, a las creencias firmes pero que pueden ser fragilizadas, al rompimiento con todo pensamiento fijo, invariable, y de un significado absoluto, un pensamiento verdadero. Esta crítica radical fue llevada a cabo por pensadores como Lyotard, Foucault, Derrida, Baudrillard, etc., pero todos ellos partieron en específico de pensar a partir de Nietzsche con su escritura radical, que trataba de romper con todo, llevar al límite el pensamiento y mostrar la fragilidad del mismo. Nietzsche propone un pensamiento que radicalizó toda reflexión: la muerte de Dios, y por consiguiente, todos los pensadores después de él hablaron, ya no de la muerte de Dios, sino de la muerte del hombre y de la muerte del mundo verdadero, y esto les permitió pensar un sinfín de otras muertes: la muerte de las instituciones, la muerte de la verdad, la muerte de los valores, la muerte de las creencias, etc. De este modo es que se hermanan con la Biblia.

Harold Bloom menciona que Shakespeare ha inventado a un personaje que podría representar, hablando borgesianamente, a todos los hombres: Hamlet, el personaje que permanece en una tensión existencial, que representa todas las emociones humanas, que, como dice la frase que ya es un lugar común: que permanece entre el ser y el no ser. Luego Bloom menciona que junto a este personaje se levantan las figuras de Jesucristo y de Jehová. ¿Cómo podemos pensar esto? Ciertos personajes de la literatura y de la cultura pueden ser pensados como “hombres universales”, es decir, como un modelo de hombre que puede representar todos los hombres: pensando como lo haría Borges, decir un nombre puede significar decir, en ese único nombre, todos los nombres, o ser, ese nombre, el secreto nombre del infinito universo. En este caso, Jesucristo y Jehová son nombres bíblicos de personajes infinitos, universales. La Biblia misma señala a Jesucristo como el hombre universal que redime a todos los hombres, y antes de Jesucristo, en el Antiguo Testamento, Jehová es el Dios universal de todos los hombres, el que ha creado, en el Génesis, al hombre a su imagen y semejanza, y en Génesis, decir hombre es querer decir todos los hombres.

Pensar de este modo es adentrarnos a una deconstrucción crítica, es decir, a la radicalidad de la lectura deconstructora, y esta lectura también es posmoderna. Nos dice Derrida que todo texto se encuentra en un estado de auto-deconstrucción, en otras palabras, todo texto se autodeconstruye ya desde el primer momento en que está siendo redactado: un texto, para poder ser interpretado, reinterpretado, pensado y repensado, necesita permanecer en la auto-deconstrucción. Dicho libro, entonces, tendrá fisuras, rompimientos, diferencias, contradicciones, y podremos hacer con él lectura y relecturas y deslecturas, o, en otros términos, una mala-lectura, es decir, una lectura que rompa con el sentido original, que no busque, hermenéuticamente hablando, el significado absoluto, único, cerrado, fijo, una escritura metafísica, sino la posibilidad de abrir el horizonte lingüístico de su propia palabra. ¿Cómo se relacionan, en este aspecto, Hamlet, Jesucristo y Jehová con la deconstrucción crítica, la lectura-relectura-deslectura? Nosotros pensamos de la siguiente forma: estos tres personajes literarios, interpretaciones y reinterpretaciones del hombre, son la crítica radical al hombre mismo, a su mundo, a su creencia, donde ya no se sostiene más en algo inamovible, sino que su suelo firme ha sido alterado, desnivelado, incluso desgajado. Pero no queremos enfocarnos en Hamlet, que no es el fin de este trabajo, sino en Jesucristo y Jehová.

Jehová, en el Antiguo Testamento, y Jesucristo, en el Nuevo Testamento, son la crítica radical, deconstructora, al hombre. En todo momento, el hombre que se enfrenta con ellos directamente, está destinado a la destrucción, al final de su existencia tal como es conocida. Así, el encuentro de Moisés con Jehová radicaliza la existencia del primero, las palabras de Jeremías muestra a un hombre radicalizado al haber encontrado a Jehová, y el ejemplo más fuerte es el de Isaías, que en su encuentro con el Santo Jehová, es destruido totalmente. Pero no olvidemos la radicalidad del acontecimiento de los hombres de Babel: Jehová desciende, por un poco de tiempo, a ver la obra de los hombres, y estos construían una gran torre que llegaría al cielo, es decir, que procuraría representar la majestuosidad del sí mismo, a lo que Jehová responde rompiendo al hombre ontológicamente, confundiendo su único medio de existencia, de manifestarse a sí mismo: el lenguaje. Todo es radicalizado al enfrentarse a Jehová: Jehová sale al encuentro del hombre y se vuelve un encuentro ruinoso, tanto para el hombre como para Jehová (Cioran).
¿Dónde está la ruina de Jehová y el hombre en su encuentro? ¿Es que Jehová necesita del hombre para existir, para ser, para estar? ¿Cómo podríamos hablar de Jehová como un Dios arruinado por arruinar al hombre? La posmodernidad nietzscheana nos habla de esa ruina y la llama “la muerte de Dios”, y “la muerte del hombre”: si Dios muere, el hombre, que es imagen y semejanza de Dios, también muere. La teología en su sentido metafísico, nos menciona que el hombre vive por Dios, pero que si el hombre muere, Dios permanece con vida. Radicalizar, nuevamente, la crítica, es hablar de que, si el hombre muere, muere Dios mismo. Y no es blasfemar, sino que es pensar, posmodernamente, la escritura bíblica. Diríamos que este es el principio de redención que se plantea en la Biblia: si muere Dios, muere el hombre, y si muere el hombre, también muere Dios, así que, Dios se salva cuando salva al hombre. ¿Dónde podemos encontrar esto?

Vemos ahora a Jesucristo, el otro personaje que radicaliza la crítica bíblica. Es en Jesucristo donde Dios se encuentra salvando a Dios y al hombre. Es Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, y morir Jesucristo es morir Dios y morir Jesucristo es morir el hombre. Pero sabemos que un Dios no puede morir, y entonces, el hombre tampoco puede morir. ¿Dónde está, pues, la radicalización de la crítica de Jesucristo? En sus palabras, en las palabras que se han registrado. Nuevamente él, en una crítica que puede seguir pensando como posmoderna, va a criticar al hombre en su seguridad, en su sentimiento de plenitud, en su sentimiento de grandeza. Su crítica, como la de Eclesiastés, llamará a todo lo que hace el hombre “vanidad”, no con estas palabras, pero llamará a esos hombres que están seguros de sí mismo, que son religiosa y políticamente correctos, “sepulcros blanqueados”. Jesucristo criticará al hombre, e incluso lo llevará al sentimiento radical de imposibilidad al decirle que “necesita nacer de nuevo” si quiere ser redimido, cuando sabemos que un nuevo nacimiento es imposible. Lleva a niveles imposibles su palabra señalando que si el ojo le es causa de tropiezo lo saque de sí mismo, si la mano le es causa de pecado, la corte de sí mismo, incluso el pie, la lengua, aun el corazón debe ser destruido. Radicalización, crítica sin final, una acción imposible. ¿Cómo realizar todo esto? El hombre se sabe imposibilitado, digamos, desahuciado.

Así, tanto Jehová como Jesucristo radicalizan sus palabras, llevan al hombre a límites inimaginables, rompen todas sus ataduras y sus sueños de tranquilidad, y el hombre ve delante de sí su pequeñez manifestada. El hombre descubre que no es dueño de sí mismo, sabe que no es el amo de su propia casa, que tiene en sí mismo una fuerza que lo empuja a aquello que es contra las enseñanzas radicales de los dos personajes principales de la Biblia. Y ante esta visión, el apóstol Pablo exclamaría, “¿Quién me va a librar de este cuerpo de muerte?” Las palabras finales de un hombre que es consciente de sí mismo.

De ahí que la Biblia sea posmoderna: construye una crítica que se hermana con el posmodernismo, esa perspectiva que critica al hombre, que lo muestra falto de sí mismo, que con Freud se mostró que el hombre lejos está de sí mismo, que incluso el hombre es un dios con prótesis porque está carente de sí mismo. La posmodernidad, con Foucault, ha criticado el uso desmedido del poder, la imposibilidad de creer en el individuo y sí creer en un sujeto inmerso en estructuras que lo hacen pensar, hablar, ser; con Baudrillard, se ha criticado el fin de lo real, la muerte de lo real, el nacimiento del simulacro, la simulación de todas las cosas, el inicio de la pornografía social: ya todo ha sido dicho y visto; con Lyotard, el fin de los grandes relatos, de los relatos que se sostenían metafísicamente; con Vattimo, el nacimiento del pensamiento débil; pero sobre todo, con Nietzsche, se ha anunciado la muerte de Dios y del hombre como las dos ideas que regían el mundo, este mundo que ahora es fábula, que ha dejado de ser el mundo verdadero; y así podríamos hablar de cada uno de los pensadores, ya fuese Lévinas, Derrida, Heidegger, y tantos otros, sabiendo que todos ellos han fragilizado el suelo firme del mundo metafísico del hombre, han puesto en duda la esencial, hablaron de la muerte de la ontología, incluso de la muerte de la seguridad, la esperanza, la fe, y de este modo, la posmodernidad tendría que morir ella misma, morir con todas sus críticas radicales al hombre, morir porque todo debe morir, es lo que Nietzsche llama “el ocaso de los ídolos”, y nosotros, en algún momento, pensamos como “el justo y necesario final de todas las cosas”. Pero al igual que los pensadores posmodernos, los profetas bíblicos critican todos estos elementos, y van más allá, señalando la muerte absoluta como el fin último del hombre, es decir, llevar a un grado máximo la crítica que tal parece que los pensadores posmodernos se han quedado en un nivel menor: mientras que los profetas hablan de destrucción y muerte, los pensadores posmodernos hablan de nuevas posibilidades, de replantearse la acción del hombre, de repensar cómo vivir en pleno siglo XXI, y algunos, aunque dan posibles soluciones, dejan abierto el horizonte de pensamiento para nuevas formas de pensar, además de las suyas.

Aquí llegamos al punto en que tenemos que pensar cómo se hermanan, posmodernismo y Biblia, y cómo podemos hablar de un posmodernismo bíblico, de una teología posmoderna. Aquí tenemos que radicalizar nuestra perspectiva, hablar de nuestra postura como una forma radical de rompimiento, un pensamiento frágil, líquido, pero con un fin. Aquí el horizonte nos permite pensar posibilidades.
Cuando la posmodernidad ha hablado de la muerte de Dios y del hombre, y por tal motivo, de la muerte de todo, ha llevado al punto máximo la fragilidad, la postura del hombre. ¿Cómo se puede sostener, entonces, el hombre, si él mismo ha sido pensado como fragilizado hasta la muerte? ¿En dónde sostendrá su pie si todo el suelo firme que pisaba ha sido destruido? No hay más esperanza, no hay más luz en el camino, no hay más vida metafísica, y es el fin de la creencia de un más allá metafísico. No hay Dios, no hay hombre y no hay mundo verdadero. La auto-deconstrucción radical del hombre en sí mismo, y el fin del en sí mismo, es destrozar al hombre mismo. Ya dijimos que la posmodernidad y la Biblia hablan de la muerte de la ontología. Pero la posmodernidad, con sus pensadores, ya lo dijimos, tal parece que abre posibilidades, mismas que no son abiertas por los profetas bíblicos, ni por los escritores y apóstoles: el hombre está acabado. Es aquí donde la posmodernidad se acerca completamente a la Biblia: la radicalidad de Dios y de Jesucristo es que, después de la destrucción de todos los hombres, después de su muerte, es posible el más radical de los actos, y con esto, la Biblia, desde su perspectiva posmoderna, y desde la perspectiva de una teología posmoderna, y una teología frágil, reta al hombre del mundo del siglo XXI, el hombre del mundo posmoderno: creer en la resurrección, ya no literal, sino de lo que ha muerto, de lo que se enseña que ha muerto: Dios y el hombre, y de este modo, el mundo y todas las cosas.

Una fábula bíblica nos menciona que un profeta estaba parado en un valle lleno de huesos secos, y que Jehová le mandó decir a los huesos secos que se levantaran y que vivieran. Los huesos secos se llenaron de vida y los hombres de ese lugar fueron “resucitados”. El mesianismo de Derrida, que plasma en la deconstrucción, es un mesianismo del “ya pero todavía no” radicalizado: el “ya” es el momento en que todo se ha realizado, y el “pero todavía no” permanece como la posibilidad de creer que esto se está realizando todo el tiempo sin llegar a realizarse del todo.

Estas dos imágenes, el valle de los huesos secos redimidos y el mesianismo de la deconstrucción donde todo está por realizarse, son las visiones más radicales del posmodernismo bíblico, de la teología posmoderna: la resurrección de aquello que es sostenido por una ontología muerta es una resurrección casi imposible de ser llevada a cabo; es la resurrección de la fe, la esperanza, la confianza, del hombre, y de Dios como sustento último de todo, pero, ¿de dónde proviene esta resurrección de todas las cosas? La teología posmoderna basada en la posmodernidad bíblica nos diría: “viene, es seguro, pero nadie sabe de dónde, porque, como el viento, que se oye su voz, nadie sabe de dónde viene ni a dónde va”. La posmodernidad bíblica y la teología posmoderna pueden llevarnos a pensar en las nuevas posibilidades infinitas delante del hombre, aun cuando su mundo posmoderno (frágil, fragmentado, líquido, mundo-fábula) muestre un horizonte imposible, porque el Dios que murió, también es el Dios que resucitó, y si resucita también resucita el hombre y resucita el mundo y el mundo de lo real, y entonces ha resucitado la fe, la esperanza y el amor, estos tres que permanecen ahora en un mundo en deconstrucción.

La posmodernidad bíblica tiene un principio: “No está aquí, pues ha resucitado”. La Biblia es posmoderna porque radicaliza su crítica a Dios, al hombre y al mundo de lo real, pero ella misma muestra las infinitas posibilidades que debemos tener en el horizonte de nuestra mente: la resurrección de Dios, del hombre y del mundo de lo real. La resurrección de lo totalmente otro nos permite problematizar en torno al mundo del siglo XXI, el mundo posmoderno: Dios, el hombre y el mundo…

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