Un científico debe buscar, y en su búsqueda, aun cuando haya cansancio, no debe haber pausa. Un científico buscará constantemente, en todo momento y en esa búsqueda, que está oculta en el silencio, encontrará, no las respuestas, sino las posibilidades de nuevas búsquedas. No viene a encontrar, sino a buscar. Él es un buscador. Él hace la diferencia, cuando se trata de buscar. Él hace la diferencia, porque donde algunos se detienen, él decide llegar; él es un hombre que hace la diferencia porque se puede desvelar unos minutos más que los otros, y esos minutos le ganan tiempo a fin de dar con la posible solución, aunque sabe que esta no es definitiva. Cuando busca, lo hace con escepticismo, y por eso vemos que sus acciones pueden ser, no claras, no oscuras, sino grises, profundamente grises. Él es su más grande invención. Él es su propio rostro, una cara, unos ojos, en definitiva, un rostro metálico, un rostro curtido por el hierro. Ha inventado los mejores aparatos del siglo XX...
Él terminó de escribir la carta para su mujer, diciéndole que la vería en invierno, que lo esperara, y que la amaba. Luego se levantó de su silla, fue a cuidar su puesto y una bala atravesó su cabeza. La carta le fue enviada a la mujer como recuerdo. 
Su mujer lo recordaba sonriente, lleno de vida. La carta llegó en invierno, cuando él debía haber llegado. Lo imaginó entrando por la puerta para entregarle él mismo la carta. Y besarla. 
Ya nadie acompañaría al pequeño y solamente quedaba el recuerdo del padre que no llegó en invierno para abrazarlo y continuar enseñándole a rasurarse y sonreír frente al espejo mientras lo cargaba. 
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